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CRÍTICA

'Víctor Ros': la dignidad de la pobreza tras la lupa del detective

La miniserie detectivesca producida por New Atlantis sigue mostrando el paso adelante de la ficción española en los últimos años

Carles Francino interpreta al detective Víctor Ros(RTVE)

Carles Francino interpreta al detective Víctor Ros

Es muy complicado no ver el segundo episodio de 'Víctor Ros' si el primero acaba con tan magnífico desenlace. Y es muy difícil no ver el tercer episodio de esta serie producida por New Atlantis si en el segundo los guionistas emplean, de manera tan plausible, secuencias destinadas exclusivamente a dibujarnos con trazo detallado a los personajes, su manera de pensar y la sociedad de una España que enviaba a sus jóvenes a la guerra contra Cuba. A sus jóvenes más humildes, más pobres. Y esa relación entre pobreza y estado es un brillante destello que va apareciendo sin avisar en esta ficción que completa un trío de espléndidos estrenos españoles en 2014 junto a 'Velvet' y 'El Príncipe'.

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"Los que hemos crecido en la miseria entendemos más de generosidad que los que tienen poder y dinero". Se lo dice una puta al inspector Víctor Ros, al que considera un igual. Ahora él, que ronda la treintena, pasea por las calles del Madrid de 1895 con traje de tres piezas, sombrero, bastón corto de empuñadura metálica y alma de chico que creció entre la pobreza y la miseria de esos barrios castizos madrileños de finales del siglo XIX.

La nueva serie de TVE - llegará en otoño, ahora se ha estrenado en Movistar Fusión- rezuma el aroma de esa sociedad clasista y estratificada en la que burguesía ya establecía su posición en el estrato en función de su bolsa y no de su linaje. No por eso era más justa que la de siglos pasados. La gente como Víctor Ros, seguía abajo del todo. Seguía sufriendo el yugo de un Estado que se imponía a los que menos tenían para no molestar a sus más acaudalados o poderosos.

Víctor Ros se habría convertido en un delincuente de La Latina (su barrio) si un hombre bueno no se hubiera apiadado de él y hubiera descubierto sus excelentes aptitudes para esos primeros cuerpos de policía criminal. Víctor, un pequeño delincuente en el que un inspector de apacible carácter y gran corazón vio al mejor de los policías.

No se puede afrontar el análisis de 'Víctor Ros' sin bucear en el marco social y político de su época pues así emana desde el guion rodeando a todos los personajes. 'Víctor Ros' es una serie-miniserie de 6 episodios- de personajes. Todos minuciosamente perfilados, alejándose de los tópicos y, en la mayoría de los casos, dignamente interpretados... que es el mayor elogio que se puede hacer al trabajo de un actor: dar vida a su personaje con dignidad.

Se les dibuja a los personajes de 'Víctor Ros' de muy diversas maneras que se combinan y entrelazan en cada capítulo. Sus reacciones ante un acontemiento, su manera de expresarse, sus frases, sus aficiones, el punto hasta el cual están dispuestos a sacrificarse para alcanzar un propósito... En 'Víctor Ros' no se precisa ese manido y cutre recurso de guionista malo de poner frente a la cámara a un personaje para contar a la audiencia cómo es otro: "es un tipo de honor, de gran corazón y de mucho carácter. Un tipo que no tendrá problemas en arremangarse la camisa y pelear como el más ruin ratero si es preciso". Así es Víctor Ros, el personaje central de esta serie detectivesca. Pero no lo sabemos porque lo diga de él otro personaje; lo sabemos por lo que vemos, por la trama y por la exacta interpretación de un Carles Francino al que jamás habíamos visto brillar de esta manera.

Francino hace de la sobriedad su mejor arma para dar vida al inspector Víctor Ros. No quiere parecerse a nadie, ni a Sherlock, ni a Colombo, ni a Luther... El actor captó con inteligencia lo que el guion le pedía. El Víctor Ros de Francino no olvida sus orígenes y sabe que se usa mejor el puño que la lupa allá de dónde viene. Y un Víctor que saca ese espíritu de chico de barrio delante de otro policía si hace falta: "La próxima vez que te metas en mis asuntos, te cuelgo de una farola de La Latina".

Magníficos están también algunos de sus compañeros de comisaría. Tomás del Estal interpreta maravillosamente al fiel amigo de Ros en el cuerpo, Blázquez. Sargento sin grandes aspiraciones que le gusta hacer bien su trabajo y que admira el talento de Ros y su honestidad como ser humano. Alberto Berzal se ha hecho dueño con merecimiento de uno de los personajes que mejor conectarán con el público: el guardia Crespo. Es todo lealtad a su inspector. Tito Valverde está imperial. La bondad que insufla a su personaje es fundamental para que el espectador entienda cómo ese Víctor Ros chirlero se puede terminar convirtiendo en un gran policía. Como es también digno de alabanza el trabajo de Helio Pedregal interpretando a ese señor adinerado, apasionado de la ciencia que complementará perfectamente las dotes intuitivas de Ros. Ros no es Sherlock, Ros es muy español, tiene la intuición y la astucia del que ha pasado hambre en la calle.

Juan Fernández repite patrones que ya le hemos visto en otras series como 'Tierra de Lobos'. Modula la voz exageradamente pareciendo un actor de doblaje delante de la cámara. Aun así, su trabajo es eficiente y su personaje resulta verosímil. Desentona más Joel Bosqued. Que se fije en Francino, que se quite de encima el traje de niño guapo de series adolescentes y se meta en su personaje. Joel no se ha enfundado -en los primeros tres capítulos, al menos- el uniforme de Sánchez, ese policía joven de la comisaría. Necesita trabajar una mayor expresión facial, gestual y, sobre todo, la manera en la que interpreta las frases que dice. Las suelta sin más.

Entre las chicas, Megan Montaner cumple a la perfección con su papel de mujer de armas tomar a la que la vida le ha abocado a prostituirse pero cuya dignidad no la marca su trabajo, sino su espíritu. Esmeralda Moya no. Su personaje queda roto en jirones cuando una y otra vez le da ese inapropiado aire de chica buscona y facilona cuando pide a gritos ser interpretado con rectitud, clase y con una actitud de mujer adelantada a su época.

En el aspecto técnico, 'Víctor Ros' queda aún lejos del nivel alcanzado por 'Velvet' o 'El Príncipe'. Los decorados evocan más a una serie de época de la sobremesa -como pueda ser 'El secreto de Puente Viejo'- y la digitalización admite una doble lectura. El trabajo de Línea 64 estudios es impresionante. Permite al espectador situarse en el Madrid de 1895, pasear por el Museo del Prado, sobrevolar la Puerta del Sol, cruzar el Manzanares... El problema es que esa maravilla queda deslucida al notarse que el ordenador está detrás de muchos de los escenarios. No llega al nivel de perfección que sí vemos en 'Velvet' o 'El Príncipe', aunque es justo mencionar también que en 'Víctor Ros', el uso que se da a la digitalización es más valiente y va más allá de recrear fondos bonitos para sus escenas.

Otra buena noticia es esta miniserie con tintes de serie británica. Seis capítulos de setenta minutos, con la firma de Javier Olivares, componen su primera -quién sabe si la única- temporada. Nunca puede dejar de ser una magnífica noticia que por nuestra televisión pululen personajes capaces de soltar con todo el sentido del mundo frases como: "ese hombre no era un terrorista, era un pobre al que detuviste solo or ser pobre" o "todo hombre digno de serlo ha de creer en algo". Frases, diálogos y secuencias que aspiran a mucho más que a embellecer o a recargar una trama. En 'Víctor Ros' encontramos que casi nada sobre, que mucho de lo que hay roza la perfección y que, de vez en cuando, nos sorprende con giros brillantes. Y sí, es una serie española. Y sí, es una gran serie. Como 'Velvet', como 'El Príncipe'... Como antes lo fueron 'Crematorio' o 'Isabel' y como mucho antes lo fue 'Cuéntame' o '7 vidas'. Paso a paso avanza la ficción española.

 
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