¡Salud, cava y... canastas!
Bueno, llegó la hora de la despedida. Han sido días intensos y vibrantes en los que, curiosamente, el deporte nos ha vuelto a unir, donde no ha predominado ni el color rojo, ni el color azul con el que algunos parecen querer dividir este país; donde todo el mundo tenía un propósito y empujaba desde su atrotinado o sofisticado sofá, desde el interior de un taxi, tras el volante o en el asiento de atrás oyendo la SER, o simplemente en la cama de un hospital rodeado de enfermeras y bedeles ya fuera de sus turnos; donde ningún idioma, más allá del de la tolerancia, ha tomado protagonismo sobre ningún otro; donde se ha demostrado que nos unen más cosas de las que nos separan; en definitiva, que cuando queremos !!!somos la ostia!!!. Gocemos pues de este instante, sin reserva alguna, nos lo merecemos.
Más información
Y hagámoslo, sin añadir aditivo alguno, pero tampoco menos valorando la gran dificultad del logro en cuestión. Todos somos libres de hablar, sin acritud, de cuanto nos plazca, pero si queremos aseverar y juzgar sobre algo que desconocemos en profundidad, debemos hacerlo contrastando, valorando y poniéndonos en la piel de quienes tan solo conocemos alguna de sus aristas.
Partiendo de la base de que, quienes no tienen trabajo, o quienes lo hacen en una mina, en un camión de la basura o como cajera de un supermercado durante un número indecente de horas, por apenas 1.000¤ (entre otros muchos puestos de trabajo indispensables, pero menos atractivos), son los que realmente sufren la dureza extrema del mercado laboral, a menudo, alrededor del deportista profesional de élite, existe la tentación de estereotipar sus vidas. Como dando a entender que los jugadores de fútbol (baloncesto, tenis, golf, automovilismo...), así como las de los actores, cantantes, presentadoras o modelos..., tienen una vida fácil, llena de lujos, dinero, fama y amantes por doquier, ah! y que por su trabajo, conocen países y ciudades paradisíacos. "Que bonito es viajar!", suelen pensar quienes leen la prensa deportiva. Sin extenderme, os diré que la mayoría, además de ser buenos profesionales que deben cuidar y dar descanso a su herramienta de trabajo, su cuerpo (...no seáis mal pensados), éstos, apenas salen de una concatenación de hoteles y por tanto de sus impersonales habitaciones, lo que dificulta (aunque no imposibilita, es verdad) las visitas culturales o de placer que la gente imagina. Nadie se para a pensar en que a duras penas tienen fines de semana libres en todo el año; en que suelen encadenar sus temporadas de diez meses, con las concentraciones de sus respectivas selecciones; en la falta de una vida personal ortodoxa y que suele acarrear conflictos familiares; en que pasan más tiempo en los aeropuertos que en sus casas, sufriendo retrasos en las salidas del avión, los registros corporales incómodos al pasar cada detector de metales o en las demoras insufribles en la llegada de las maletas...eso, ¡si no se han perdido!.
Específicamente, alrededor de un jugador de baloncesto, hay muchos estereotipos asociados a su altura, corpulencia o número de pie. Pues bien, durante una época, en el equipo en el que estaba, solíamos viajar en 'Mosquito' (avión de unas 18 plazas y reducidas dimensiones), que nos ahorraba tener que hacer las escalas de los vuelos regulares en trayectos largos. En algunos de estos grupos que tuve el honor de dirigir en las canchas, había personas aprensivas, a quienes la aparente fragilidad y tamaño de las naves en cuestión, les asustaba. Es cierto que en estos pequeños aparatos, los fenómenos meteorológicos se perciben con mayor nitidez. Las turbulencias, la lluvia o granizo, así como las perdidas de altura repentinas, impresionaban a más de un jugador de 2.10m. de altura, con el tórax de un toro, y con brazos y piernas musculados hasta el último rincón. He visto sufrir y llorar a alguno de ellos. Entendiendo esta reacción como factible en cualquier ser humano, es cierto que se te hace un nudo en la garganta al verlo padecer, y poca es la gente que imagina estas u otras situaciones que se dan, tras las bambalinas de la fama y que pasan desapercibidas al público en general.
Creo firmemente, que la vida son dos días, y que solo se vive una vez. No hace falta que la vivamos como si nos fuéramos a ir mañana de este mundo, pero si es cierto que no debemos especular demasiado con ella. Cientos de percances o desagradables sorpresas nos rodean, demostrándonos así, lo frágiles que somos todos. Dicho esto, sonriamos, no esperemos a un mal trago para dar un giro a nuestras vidas, y poder entonces, celebrar algo tan simple como que es extraordinario sentirse vivo. Luchemos por nuestros sueños, sin por ello, dejar de disfrutar del camino ¡Salud, cava y...canastas!
(*)...ha sido un placer vivir esta experiencia con vosotros. Gracias y disculpad mis errores.