El Ayuntamiento de Santa Coloma
Un repaso a la historia del alcalde de la localidad catalana, el último núcleo de corrupción destapado en la 'Operación Pretoria'
Los abuelos del actual alcalde de Santa Coloma llegaron a la ciudad procedentes de Mazarrón, un pueblo de Murcia. Si al abuelo le llamaban El Caramelero por los caramelos azucarados que vendía su esposa, al padre del alcalde detenido el martes le llamaban El Usurero por los intereses que cobraba a inmigrantes con problemas económicos. Se hizo millonario quedándose con los pisos de las gentes que no podían hacer frente a sus créditos.
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Al final del franquismo Martin Villa le nombró alcalde y de alcalde seguía cuando llegó la democracia. Las primeras elecciones en libertad las ganó un cura comunista apellidado Hernández. Fue misionero en Ecuador hasta que la dictadura ecuatoriana le expulsó del país por su compromiso con la Teología de la Liberación. Me contó al llegar a Barcelona que en la escalerilla del avión que le deportaba un militar le dijo sin dejar de apuntarle con su metralleta: "Tu pasaje nos ha costado muchos dólares. Nos sales caro". Él le respondió: "He dado diez años de mi vida por este país. El pasaje os sale barato".
La Iglesia del tiempo del Papa Montini era más abierta que la de hoy. El obispo Jubany le dijo a Hernández que podía seguir siendo cura y comunista si no alardeaba mucho de lo segundo. Fue un alcalde honrado y perdió en 1991 por mil votos porque el PSC se gastó una fortuna agasajando viejecitos y organizando meriendas para emigrantes de nueva hornada.
Hernández asumió mal la derrota: rayó el automóvil del marido de la nueva alcaldesa, Manuela de Madre, y escribió la palabra falsa. Volvió a una parroquia en la que acogió a una mujer abandonada por su marido y más tarde se hizo capellán en trasatlánticos de cruceros. Manuela de Madre dejó la alcaldía a mitad de mandato aquejada de fibromialgia, lo que no le impide ser diputada y personaje siempre fiel al que mande en el PSC.
Su sucesor fue el alcalde ahora detenido, al que su padre definía como un inútil cuando hablaba con Eugeni Madueño y Agustina Rico, jóvenes periodistas de la crítica revista Gramma. "Como me gustaría que mi hijo fuese como vosotros y no el inútil que es", les decía. No lo era para según que cosas, según parece.
La Santa Coloma a la que llegaron los abuelos del alcalde la poblaban gentes del sur que huyendo de la miseria levantaron con sus manos primero barracas, después pisos unifamiliares en una tierra de aguas fecales, sin agua corriente, sin servicios médicos, sin escuelas. La parroquia fue motor de la solidaridad. Un sacerdote de la época, Jaume Sayrach, me contó que en Santa Coloma el grito de los pobres era desgarrador.
La Santa Coloma que presumiblemente dejará el alcalde Muñoz tiene ahora 120.000 habitantes de más de cien nacionalidades. Los viejos supervivientes llegados del sur miran con recelo a los que llegan de otros países, olvidando que ellos también fueron inmigrantes huyendo del hambre. En una escuela, una maestra me explicó que en su aula tenía niños quince nacionalidades y que el libro de texto más útil es el catálogo de Carrefour porque lleva dibujos en colores.
Las casas modestas han sido sustituidas por altos edificios y un estudio reveló que no hay suficientes kilómetros de calles para acoger a los automóviles de Santa Coloma puestos en hilera de a uno pero Santa Coloma sigue siendo una ciudad dormitorio cercana a una Barcelona que en los años sesenta no se enteró de que al otro lado de un río lo que había sido un espacio caótico se había llenado de casas y en el dos mil habían llegado la especulación y las mafias de cuello blanco sin que la gestión del alcalde levantase sospechas ni siquiera en su partido. En los bares de Santa Coloma no notarán por las noches las ausencias del alcalde. No se le veía nunca. Él vivía en uno de los barrios más caros de Barcelona y sus noches de copas las pasaba en un bar de la zona alta.