Tras la guerra no llegó la paz, sino un ajuste de cuentas

Los republicanos ya habían perdido la guerra en febrero del 39, aunque la victoria física llegó con la primavera. Una noche, la primera del mes de abril, se escuchó aquel último parte de guerra: "...En el día de hoy cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado..."

Por lo visto Franco, aquejado de una gripe, tuvo que levantarse de la cama para firmar este último parte que tuvo varias redacciones. 24 horas antes había recibido telegramas de felicitación firmados por Adolf Hitler, Benito Mussolini y el Papa Pío XII. Aquella religiosa enhorabuena decía: "Alzado nuestro corazón a Dios, damos sinceras gracias con su Excelencia por la victoria de la católica España".

Sí, después de mil días de guerra y medio millón de muertos, España pasaba a ser muy católica. Pero a la guerra no le sucedió la paz, sino un ajuste de cuentas. Durante los 10 años posteriores a aquella primavera se dictaron 50.000 penas de muerte, mientras las cárceles engullían cientos de miles de presos políticos y se sucedían los desfiles de la victoria. A la guerra civil le sucedió una paz incivilizada adobada de propaganda: "la semilla de nuestro patriotismo regada con la sangre de tantos mártires hará fecunda la cosecha, de la cual las mejore espigas las hemos de depositar en el altar augusto de la patria"...leía Franco ante las cámaras tras un enorme escritorio.

Hace ya 75 años que la esperanza de la reconciliación quedó reducida a una incivilizada victoria incapaz de restañar heridas, de integrar a los vencidos o de construir. Había terminado la guerra, pero a la paz le faltaban unas cuantas mayúsculas.