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La catadora de Adolf 'el vegetariano'

El semanario Der Spiegel ha entrevistado a la nonagenaria Margot Wölk, cuya labor en los 40 consistía en probar lo que iba a comerse Hitler

Retrato del dictador alemán Adolf Hitler.(GETTY)

Retrato del dictador alemán Adolf Hitler.

Un plato de verdura acompañada con una sabrosa salsa y mantequilla de verdad, un ingrediente que escaseaba en tiempo de guerra, no constituía ningún manjar para Margot Wölk. Y es que, a principios de los 40, mientras los alemanes luchaban para conseguir un poco de café y se veían obligados a untar en el pan margarina diluida con harina, el régimen nazi ponía a su disposición los menús más deliciosos del país. Ella, sin embargo, nunca fue capaz de disfrutarlos porque era consciente de que, en cualquier momento, su paladar podría estar saboreando la sentencia de su muerte.

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Durante dos años y medio, Margot Wölk comió cada bocado como si fuera el último. Era una joven secretaria de 24 años a la que, junto a otras 15 jóvenes, le fue encomendado el menester de ejercer como catadora oficial de la comida de Adolf Hitler.

Eran años convulsos en Europa, se libraba una contienda que ponía en juego los grandes proyectos que el entonces canciller germano tenía en mente para Alemania y se sucedían los rumores de que los aliados tenían intención de envenenarlo. En este contexto, se creó la figura de las degustadoras profesionales que garantizarían con su propia vida que todo alimento que llegara a la mesa del Führer estuviese libre de tóxicos.

"Nunca había carne porque Hitler era vegetariano. La comida era buena, incluso muy buena pero no la podíamos disfrutar", declara Wölk en un reportaje publicado en la edición online del seminario alemán Der Spiegel [link en inglés].

Más de 70 años después, la entonces joven secretaria, que en la actualidad tiene 95 años, ha recordado públicamente la amarga experiencia.

De esta forma, ha relatado que fue reclutada por las SS cuando se instaló en casa de su suegra en la localidad de Gross-Partsch (hoy Polonia) después de huir del apartamento familiar que había sido destrozado por las bombas. La casualidad quiso que su nuevo hogar se situase a menos de tres kilómetros del cuartel general de Hitler.

"El alcalde del pueblo era un viejo nazi. Nada más llegar allí ya tenía a las SS delante de casa anunciándome: ¡Tú vienes con nosotros!", declara. Una vez reclutada, la rutina se repetía cada día a las ocho de la mañana, cuando era recogida en casa de su suegra y trasladada a las barracas en las que varios cocineros preparaban el almuerzo para el cuartel general.

A continuación, las bandejas y las fuentes con verduras, pasta, salsas y frutas exóticas desfilaban por el comedor para que las jóvenes procedieran a certificar que la comida estaba en perfecto estado y no entrañaba peligro para la salud del dictador. Era el momento más tenso, en el que las catadoras, entre ellas Margot Wölk, probaban los alimentos.

Una historia que la anciana le contó a un periodista local el pasado invierno con motivo de la celebración de su 95 cumpleaños, rompiendo por primera vez su silencio y rememorando cómo se jugaba la vida por un hombre al que detestaba: "Únicamente quería decir lo que ocurrió, que Hitler era un tipo asqueroso y un cerdo", asegura.

El destino quiso que sólo ella se salvara, pues cuando el Ejército Rojo se encontraba en las proximidades del cuartel general, un teniente la metió en un tren rumbo a Berlín librándola de la muerte que sí alcanzó a sus 14 compañeras, que fueron fusiladas por los soviéticos.

Atrás dejaba una historia dura, una época en la que asegura ella y sus compañeras fueron "encerradas como animales" e incluso fue violada por un "viejo cerdo" de las SS. El presente que se le acercaba tampoco estaría exento de crudeza. Al llegar a su apartamento de Berlín y después de lograr escapar por segunda vez de la muerte al esquivar en casa de un médico a las SS, cayó en manos del Ejército Rojo y fue violada durante dos semanas hasta el punto de que las lesiones provocadas le impidieron tener descendencia.

La vida por fin le sonrió una vez terminada la II Guerra Mundial. En 1946 se reencontró con su marido, a quien daba ya por muerto, y vivió junto a él 34 años.

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