Gastro | Ocio y cultura
Reportaje:

Tapas de película en el Berlín 'multikulti'

"Cuando recibí un mensaje de mi amigo Luis Tosar diciéndome que le había gustado mucho el pulpo del Raval, sentí un gran orgullo", recuerda Daniel Brühl

Son las siete de la tarde pero en la cocina ya se han cantado unas cuantas comandas. En Berlín es la hora de la cena... y también lo es en el Bar Raval: un restaurante de tapas que pretende acercar a berlineses y alemanes la gran oferta gastronómica de la cocina española. Pero no es un bar cualquiera: es el bar de Daniel Brühl.

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Los comensales llegan atraídos por los encantos de un Rioja, un queso manchego o un jamón de Jabugo que probablemente degustaron durante sus vacaciones en España, pero se dejan recomendar y acaban por sucumbir a los encantos de platos con menos apellido internacional pero la misma capacidad de satisfacer el ansia exploratoria de paladares más experimentados.

También por aquí se dejan caer un buen número de españoles que, huyendo de la mantequilla, vienen buscando un plato regado con un buen chorro de aceite de oliva. Repiten y, con la fama que nos persigue, de ser muy críticos con lo nuestro, parece que se trata de una buena señal...

Ubicado en el barrio multikulti de Kreuzberg, Raval es un proyecto de cine. El actor Daniel Brühl, protagonista de Goodbye Lenin o Malditos Bastardos, lo regenta junto a otros tres socios. Es complicado verle entre fogones, eso sí: "Cocino bastante mal, soy un poco gandul. Me gusta comprar buenos productos pero me fastidia mucho si al final el resultado no es bueno y me he cargado una buena materia prima".

Una "carencia" que suple con sus dotes interpretativas, como cuando cocinó con el chef estrella Michelin Paco Pérez para un programa de televisión. "Yo hice el ridículo, solo puse unos guisantes en un papillón. Me salvó el montaje de la tele", recuerda sonriente, entrevistado por la Cadena SER.

Las tablas en el mundo del cine le han servido para simular ser un buen pinche, no obstante no logra convencer a quienes le conocen bien. "No le dejo entrar en la cocina", bromea su socio Atilano González, a quien Brühl trata desde hace años y con quien se animó a poner en marcha un proyecto que le rondaba por la cabeza desde hacía tiempo.

Fue González, precisamente, quien puso nombre al local un día antes de que abriese sus puertas al público, allá por febrero de 2011 y coincidiendo con la Berlinale. Hizo falta descorchar la mejor botella de vino que tenían en el restaurante, la más cara, para que el brainstorming fuese fructífero. "Nos tomamos una botella de vino. De repente, Atilano dijo: 'Bar Raval', y me di cuenta de que era el mejor nombre. Por orgullo dije que no pero ese era realmente el mejor nombre", relata Daniel Brühl.

El bautizo fue una pura formalidad que servía, sin embargo, para cerrar un proyecto madurado durante meses y que buscaba, sobre todo, ser auténtico por dentro y por fuera.

De Barcelona llegaron las baldosas que hoy en día conforman el suelo; llegó el mármol de la barra, los carteles que decoran el restaurante y los sifones. Todo para crear una atmósfera típicamente mediterránea pero sin ceñirse al cliché.

De España también llega la materia prima, la que sirve de base para elaborar tanto tapas tradicionales de tortilla, croquetas o pimientos de Padrón, como otras más rompedoras: una crema de apio, nabo, manzana y croutons, o un estofado de ciervo con boletus y patatas con romero.

La carta del Bar Raval se renueva cada 15 días con el objetivo de ir mostrando a los clientes la amplia variedad de la gastronomía española. Si uno queda satisfecho y decide repetir, su segunda visita al Raval puede ser toda una sorpresa porque ha acogido, por ejemplo, la primera calçotada que recuerda Alemania.

"Es bonito poder ofrecer algo nuevo", apunta Daniel Brühl, quien insiste en acercar con pequeños gestos la autenticidad de la gastronomía española. Sus compatriotas teutones saben ahora, por ejemplo, en qué consiste la tradición del vermú. "Cada vez hay más gente alemana que lo pide. Es complicado, es un reto convencerlos de tomar algo que no sea un Rioja", indica el actor.

También han exportado a la capital germana la moda de los gin tonics que tanto furor están causando en España. "Tenemos una variedad de 12 gins diferentes, los servimos en copas grandes que los alemanes no conocen y alucinan", explica Atilano González.

En la cocina trabaja el mismo personal desde el principio. Cocineros españoles que han sido sometidos a más de una prueba de fuego, de la que han logrado salir airosos sin dificultad. En ellos recayó la responsabilidad de hacer un pulpo á feira para un gallego de pro... y aprobaron con nota. "Sentí un gran orgullo cuando recibí un mensaje de mi amigo Luís Tosar diciéndome que le había gustado mucho el pulpo que servíamos en Raval", recuerda Brühl.

Para despedirnos, intentamos ponerle en un aprieto. ¿Comida española o alemana? Él, al igual que su equipo de cocineros, también resuelve sin dificultad: "Lo importante es no tener prejuicios, pero la comida alemana no es tan mala como su fama. En el sur, la carne es buenísima, y el pan alemán es el mejor del mundo".

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