Los ríos de plata y campos de serrín
"La Navidad era la cartulina negra y el papel de celofán, y así convertíamos las ventanas de la escuela en catedrales góticas"
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Los ríos de plata y campos de serrín
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Barcelona
La Navidad era la cartulina negra y el papel de celofán, y así convertíamos las ventanas de la escuela en catedrales góticas. No era un gótico flamígero, era gótico lluvioso, y las flechas de la lluvia caían como llamas, y se apagaban estampándose contra los cristales. Y se arrastraban las gotas de agua cuesta abajo como cayendo en una guerra de trincheras. No había paz en la Tierra, había guerra. En las noticias decían Saigón, y los comunistas del barrio habían escrito en la pared de una fábrica una frase que decía ¡Viva Vietnam del Norte! Como estaban prohibidos, todo eso pasaba de noche. También la cartulina era una noche que nos separaba, o a lo mejor nos defendía, de las mañanas blancas y de las tardes grises. El cielo era blanco y la lluvia era gris. La flauta dulce de los villancicos no nos medievalizaba como sucedía con las vidrieras de celofán, más bien nos hacía faquires. Encantadores de serpientes, igual que en los tebeos de Sir Tim O'Theo. Porque como ninguno sabía música, nos salían melodías raras, que nos parecían exóticas. Nosotros éramos serpientes nacidas en el año de la Serpiente. Y una serpiente hecha con el papel de plata de las tabletas de chocolate se transformaba en un río, y atravesaba el musgo comprado en un mercadillo. La arena del desierto era de serrín. Cubríamos el campo con nieve de tiza, mejor de harina, y con trocitos de corcho blanco. El poliespán nuestro de cada día de los obreros encerrados en las iglesias y en las fábricas. En el pueblo, habían sido pastores. Cada belén que se hacía era un pueblo que se había dejado. Era gente de buena voluntad. Si nos preguntamos qué fue de ellas y de ellos, sabremos que, una vez viejos, murieron en la pandemia sin que el mundo mejor por el que lucharon fuese capaz de ayudarles.