Reír para no llorar
"Algunas de esas personas que se dedican a la política, en lugar de solucionar problemas, se pasan el día creándolos. Pongan ustedes los nombres que quieran, que yo ya estoy un poco harto", la opinión de Carles Francino
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Madrid
Soy un absoluto convencido de que el sentido del humor funciona como antídoto, como coraza, como mecanismo de defensa ante cualquier situación, por complicada que sea. La de ahora lo es, sin duda, con esa pandemia que nos está descuajeringando a todos los niveles.
Y como a la gravedad, a la amenaza del coronavirus, se le añade la incompetencia -o cosas peores- de unos cuantos dirigentes políticos, de todo el mundo -aquí tenemos algunos y algunas, por cierto, que son de nota- pues por eso me alegra que le hayan dado un premio a Donald Trump. Y a Bolsonaro. Y a Boris Johnson. Un premio que otorga cada año la universidad de Harvard, una especie de antinobel, “por haber usado la pandemia” -dice el jurado- “para enseñar al mundo que los políticos pueden tener un efecto más inmediato sobre la vida y la muerte…que los científicos y los médicos”.
El premio es de risa, claro, pero la realidad es para echarse a llorar. Y no hace falta que vayamos a Estados Unidos, o a Brasil. Aquí ya tenemos de sobra -sin salir de Madrid- ya tenemos argumentos suficientes para lamentar que la política no escuche a la ciencia todo lo que debería. Y para lamentar también que algunas de esas personas que se dedican a la política, en lugar de solucionar problemas, se pasan el día creándolos. Pongan ustedes los nombres que quieran, que yo ya estoy un poco harto.