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Los tiempos que nunca fueron nuestros

"De aquel pasado ya no quedan ni las ruinas. Aquella falta mía de compromiso con el presente tiene una explicación dialéctica. El presente era de ricos"

'Los tiempos que nunca fueron nuestros', por Javier Pérez Andújar

'Los tiempos que nunca fueron nuestros', por Javier Pérez Andújar

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Barcelona

Nunca tuve una mitología propia. Vivía en la de mis padres como también vivía en su casa. Si daban una película, hablaban de Ingrid Bergman o de otra de esas actrices, y son esos nombres y esos rostros los que se me han quedado. Cuando me hice rockero, adopté los mitos de mis amigos mayores: Jimi Hendrix, Pink Floyd... No tenía conciencia de que ya habían pasado diez años de todos aquellos discos. En música pop, diez años es lo que va de una glaciación a otra. Todo esto lo estaba pensando en estos días porque me pareció que la ya lejana muerte de David Bowie fue una señal del fin de los tiempos al que nos vemos abocados. ¿De qué tiempos estamos hablando? De los que nunca fueron nuestros. Quiero decir, míos. De aquel pasado ya no quedan ni las ruinas. Aquella falta mía de compromiso con el presente tiene una explicación dialéctica. El presente era de ricos. Lo mismo que se heredaba la ropa, se heredaba la cultura y hasta la manera de ser. Por esta razón, me sentía yo más cerca de Pepe Isbert que de Syd Vicious, aunque mi realidad fuese mucho más parecida a la de una chupa de cuero con imperdibles que a la de un plano secuencia dándole vueltas a la Cibeles. Sin embargo, la realidad también era de ricos. Entonces no había pasta para una cazadora en condiciones y la Cibeles la daban gratis por la tele. Hasta que no empezó a entrar dinero en las casas, todos pertenecíamos a la misma generación, como todo el mundo compartía el mismo cuarto de baño. Había más gente en el lavabo que en el presente. Aquel presente era un abrigo malo que tenía que durar mucho. Hoy se ha roto del todo, y ahora hasta el pasado es para ricos. Se le llama nostalgia y lo venden con estuche.

 
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