Un tuit vale más que mil palabras

Madrid

Me he acordado de la poesía social, de Celaya por ejemplo, y del cine político (cada vez que decían Costa-Gavras pensaba en Cadaqués), y de cuando al coger la guitarra la mano se iba directa al La menor. Las palabras mayores se dicen con acordes menores. Entonces la consigna era que si tú no hacías política otros la harían por ti. Qué rabia que no sucediese lo mismo con el trabajo. Ahora soy un cincuentón despolitizado; pero de chaval estaba de acuerdo con todos los partidos. Me refiero a los de izquierdas, porque de ninguna manera podía permitirme ser de derechas. Eso suponía una traición a la biografía familiar y a tantos esfuerzos, luchas, cárceles, exilios y abnegaciones, vividas por la gente que me rodeaba, a la que pertenezco mediante todo tipo de vínculos. De los socialistas me gustaba su tipografía, el olor a Minerva y el haber tenido Casa del Pueblo en vez de casa en el pueblo. Pero a la vez me daban pánico porque jugaban a ganar y sabía que todo el que gana te acaba tangando. De los comunistas de todas las corrientes admiraba su entrega, aunque siempre he sido incapaz de entregarme a quien me lo pide. Prefiero darme gratis por la cara. Mi compromiso no es con la política sino con el azar. Al lado de los anarquistas siempre fui feliz, pero si pertenecía a ellos dejaba de pertenecer al resto. Y yo nací omnívoro, quería devorarlo todo. Y luego está la gente de derechas a la que he admirado. Me encantaba Herrero de Miñón en la tertulia de los sabios. Y decir Garrigues Walker era como pedir whisky en el Oeste. Otra tipografía, otra manera de soñar. Es absurdo renunciar a entenderse con quien nunca te vas a entender, porque lo importante es hablar. Hoy en la política ya no se habla. Sólo hay titulares. Un tuit vale más que mil palabras. Y una imagen vale más que una persona.