A mí que me registren
Ninguno de todos los políticos presentes en la Sala, incluidos por supuesto los procesados, ha sabido cumplir con la labor para la que resultaron elegidos y por la que cobraron sueldos razonables
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Madrid
Seguro que la repetida imagen de ayer, una colección de grandes nombres de la política nacional como testigos en un juicio ante el Tribunal Supremo, será considerada por muchos como un signo del alto grado de calidad de nuestra democracia, todo un homenaje a Montesquieu. No opina así este Ojo, aterrado ante la incompetencia de tanto y tanto altísimo cargo, hasta un presidente, una vicepresidenta y un ministro de Hacienda, que no se sabe cuál de ellos ha gozado en su vida pública de más poder. Y decimos incompetencia, úsese también torpeza o ineptitud, porque ninguno de todos los políticos presentes en la Sala, incluidos por supuesto los procesados, ha sabido cumplir con la labor para la que resultaron elegidos y por la que cobraron sueldos razonables.
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Es obvio que se les pedía resolver problemas, y aún había mayor exigencia para los más difíciles, que para los fáciles ya sirven los técnicos. Y todos, uno tras otro, fracasaron estrepitosamente. Fallaron los altos cargos de la Generalitat, culminada su interminable serie de errores con una estrambótica declaración de no se sabe qué república, y falló en pleno el Gobierno del PP, con su presidente en el sillón de mando, posición de don Tancredo, la preferida de Rajoy, que ayer, una vez más, nos mostró cuánto le harta la política y lo inútiles que son los demás. ¡Qué fastidio!