Un minuto de silencio
Creo que bien podemos dedicar un minuto al duelo, a la pena por esta desgracia familiar a la que nos ha conducido la inconsciencia y la incompetencia política
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undefinedVÍDEO: PABLO PALACIOS
Madrid
Mi primer sentimiento al comienzo del juicio fue de tristeza infinita. Era un acontecimiento jurídico con extraordinarias derivadas políticas y sociales, sí, pero era también un drama familiar, de una familia que es o era la nuestra, y que aparecía rota y enfrentada. Cómo no sentir dolor, si asistíamos a la escenificación de un desastre sin paliativos, al naufragio de la política, del acuerdo, del entendimiento, si los que se sentaban en el banquillo representaban a muchísimos miles de los nuestros, ¿o hemos decidido ya que no son de los nuestros? Para mí sí lo son o deseo que vuelvan a serlo.
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Yo tenía la impresión de que antes de penetrar en los entresijos de la vista oral los reunidos en el Salón de Plenos del Supremo iban a guardar un minuto de silencio por la principal víctima de esta catástrofe, la convivencia, chamuscada por un incendio cuyas llamas siguen vivas y cuya humareda negra ha llevado el enconamiento hasta el último rincón del país. Y no busco equidistancias. El incendiario tiene nombre: es el independentismo, que sigue tan ciego que se cree además de inocente, perseguido.
A la justicia democrática corresponde valorar su responsabilidad penal y tenemos tres meses para seguir la causa o no, o más, porque ayer las defensas ya apuntaban a Estrasburgo como última instancia, al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, cuando listaban las presuntas vulneraciones de derechos de los encausados. Hay mucho tiempo, por tanto, por delante. Creo que bien podemos dedicar un minuto al duelo, a la pena por esta desgracia familiar a la que nos ha conducido la inconsciencia y la incompetencia política. Una calamidad de la que no podremos escapar el día 28 de abril.