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Historia | Ocio y cultura

Ramón Mª del Valle-Inclán

Una reciente biografía sobre el escritor, desmitifica esa imagen de bohemio, pobre, izquierdista y un genio sin vocación. La verdad es que mintió varias veces sobre su vida y se solía presentar ante la sociedad como un excéntrico, incluso en su vestimenta, como si él mismo quisiera ser un esperpento, género que creó e inmortalizó. Un Valle-Inclán que en realidad se llamaba Ramón Valle Peña

SER Historia: Valle-Inclán (03/02/2019)

SER Historia: Valle-Inclán (03/02/2019)

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Madrid

Al autor de esta biografía -'La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán'-, Manuel Alberca, intenta demostrar que todo en su vida fue una actuación, donde el escritor era el actor de su propia vida inventada. Según narra en ella, para nada era ese pobre del que alardeaba ser. Y confirma que el dramaturgo inició esta odisea a los 33 años, para convertir la historia de su propia vida en una especie de obra de teatro, sobre todo cuando perdió de manera deshonrosa su brazo izquierdo en una tertulia del Café de la Montaña, en julio de 1899, en una absurda disputa con el periodista Manuel Bueno. Tras este hecho, el escritor y dramaturgo gallego exageró su forma de actuar para no pasar desapercibido y se quedó en un punto cómico que derivó a dramático y esperpéntico, como sería toda su vida personal en general y su literatura, adscrita en el modernismo y perteneciente a la generación del 98. En su vuelta al madrileño Café de la Montaña, ya manco, no guardó un ápice de rencor a Manuel Bueno: «Tranquilo, el brazo de escribir es el derecho». Sin duda alguna, fue una de las figuras literarias más relevantes de la España de esa época, así como gran aficionado al ocultismo y el esoterismo, tal como se demuestra en su obra “La lámpara maravillosa” (1916). Un gran escritor y un gran polemista que insultó y zahirió a escritores contemporáneos, como fue el caso de José Echegaray.

Valle-Inclán se dedicaba a traducir y escribir artículos de prensa, representaba sus propias obras y en muchas ocasiones ocupó varios puestos en la Administración del Estado como funcionario. Aficionado a leer y escribir en la cama. Y hasta pasó quince días en la Cárcel Modelo de Madrid por proclamar a gritos su desprecio por la dictadura de Primo de Rivera.

Murió la mañana del 5 de enero de 1936 en un sanatorio de Santiago de Compostela, en una habitación llena de amigos, familiares y curiosos. Genio y figura hasta la sepultura y advertía que no quería en su funeral "ni cura discreto, ni fraile humilde ni jesuita sabihondo". "¡Me muero! ¡Pero lo que tarda esto!", decía en su agonía. Y mascullaba unas últimas palabras para la posteridad: "Aquí he cogido la enfermedad hace treinta años. Aquí he vivido y aquí dejo mi cuerpo".

 
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