Vergüenza y respeto
La política es imprescindible y toca defenderla y prestigiarla, elevando el nivel de exigencia a quienes la ejercen
Madrid
Era solo cuestión de tiempo. En un país que está desde hace años en modo 'Sálvame deluxe', donde las discrepancias de todo tipo, hasta las más nimias, se ventilan a gritos, a insultos o a golpe de tuit faltón, el Congreso tenía que estallar un día, y hoy ha estado a punto de hacerlo. Ya solo queda enfrentarse a bofetada limpia. Visto lo visto, incluido el escupitajo, misterios, ese es el próximo escalón que nos espera.
El diputado de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, ha sido expulsado del hemiciclo. Es la segunda vez en todos los años de democracia que ocurre, es muy grave. Aunque creo que sería un error cargar las tintas solo en este parlamentario, que es verdad que ha hecho de la provocación su marca, les aseguro que cuando hace eso no es santo de mi devoción, ni él ni nadie, pero ese ambiente tóxico e irrespirable donde el 'fascista' o 'golpista', entre otras lindezas, vuelan como puñales, ese potaje nauseabundo tiene muchos otros cocineros.
Y no solo en las Cortes, también en el Parlament de Cataluña, o la campaña electoral andaulza, incluso fuera de la política y dentro del periodismo. Y unos comensales, al menos en parte, que somos los ciudadanos, que nos lo comemos, y que también contribuimos de cierta forma al guiso. Lo ha explicado muy acertadamente Arturo Pérez-Reverte en un tuit: "Entre todos los hemos creado y los hemos votado, ahora toca disfrutarlos".
Yo, sin embargo, me resisto a dejar las cosas así, con un cabreo del 12 y una enmienda a la totalidad. La política es imprescindible y toca defenderla y prestigiarla, elevando el nivel de exigencia a quienes la ejercen. Porque yo tengo una pregunta. ¿Esto cuánto tiempo es sostenible? ¿Cuánto tiempo podemos aguantar así, sin arrearnos guantazos? Yo no lo sé, pero si recuerdo la frase del sabio: "Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto". Si eso se acaba consolidando, nos irá mal, francamente mal. ¿Peor que ahora? Pues sí, puede ser muchísimo peor. Y ojalá no lo veamos.