Acoso en las aulas
Denunciar el acoso no es de chivatos; es de valientes. Y sirve para apoyar a las víctimas, pero también para que los agresores tomen conciencia de lo que hacen. Ellos no lo saben, pero son los primeros que necesitan ayuda
undefined
Madrid
Si a una persona adulta alguien la insulta, le pega, le escupe, la ridiculiza y además consigue que el resto del grupo la ignore o la menosprecie, ¿cómo lo definiríamos? Pues yo creo que es violencia, es hostigamiento, es agresión, es tortura y es una cabronada en toda regla. Sin embargo, cuando eso ocurre en una clase, en un colegio, aún hay gente que lo considera “cosas de niños”.
Está claro que las palabras no son nunca inocentes. A veces ayudan a explicar correctamente una situación, pero en ocasiones camuflan –o edulcoran– la realidad. Y algo de eso nos puede estar pasando con el bullying, ese anglicismo que hemos importado para referirnos al acoso escolar, y que en parte disimula toda su carga de humillación, intimidación y violencia. La profesora Lola Pons, de la universidad de Sevilla, escribe hoy un artículo muy interesante en El País donde alerta de este peligro: de rebajar la gravedad de los problemas a base de dulcificar el lenguaje, algo que ocurre también, por ejemplo, con los famosos “minijobs”, cuando a lo que nos estamos refiriendo es a empleos cutres y precarios.

Cadena Ser

Cadena Ser
En cuanto al acoso escolar, los datos están ahí y reflejan un problema de aúpa: uno de cada tres alumnos reconoce que en su clase existe y nueve de cada diez profesores lamenta la trivialización del fenómeno. Quizá la mejor noticia de estos últimos años sea la proliferación de sistemas como el de los alumnos mediadores, que proporcionan muy buenos resultados; y el convencimiento –cada vez más extendido– de que el mejor sistema para combatirlo es unirse y decirle al agresor –o a los agresores– que paren.
Sí, porque denunciar el acoso no es de chivatos; es de valientes. Y sirve para apoyar a las víctimas –por descontado– pero también para que los agresores tomen conciencia de lo que hacen. Ellos no lo saben, pero son los primeros que necesitan ayuda.