Después de la nevada
Cuando van mal dadas, siempre hay alguien –sin galones, sin cargos, sin nada- que aparece para echarte una mano
Madrid
Éramos pocos… y llegó la nieve. Por si no hubiera ya suficientes elementos de discusión, de controversia, de ruido… las nevadas de este fin de semana y el pollo enorme que se organizó, sobre todo en algunas autopistas, se han convertido en el nuevo y gran debate nacional.
No me extenderé en comentarios sobre ese deporte tan conocido que solemos practicar en este país cuando hay problemas; una especie de pilla-pilla que consiste en endosar las culpas a cualquiera menos a uno mismo. El ministerio apunta a la concesionaria de autopistas, la concesionaria al ministerio, la Dirección General de Tráfico a los conductores, los conductores a quien se ponga a tiro… y vuelta a empezar.
Pues miren, esto acabará como acabará, ya veremos si alguien dimite o no, y sobre todo si aprendemos para que otra vez no nos ocurra. Pero a mi lo que me pide el cuerpo es otra cosa: es buscar la vena humana, de personas, de piel, de sentimientos incluso, que siempre emerge en situaciones de este tipo y que tanto el sábado como ayer se han repetido. Desde prestarse mantas entre automovilistas o compartir un termo de café calentito, hasta el centro comercial que abre para que las familias atrapadas con críos puedan proveerse de pañales; o el hostal que acoge a decenas de personas. O casas particulares que hacen exactamente lo mismo. Sin olvidarnos de las horas y horas de curro que le echaron tanto guardias civiles como militares de la UME para despejar las carreteras y ayudar a las personas atrapadas.
Moraleja: cuando van mal dadas, siempre hay alguien –sin galones, sin cargos, sin nada- que aparece para echarte una mano. Y esa es una muy buena noticia.