Al enemigo, ni agua

Madrid

Ya sé que están todavía los ánimos muy calientes, que hay miedo –porque se palpa, porque se nota- y que la conmoción por los atentados de París es aún enorme. Pero no deberíamos tardar mucho en afrontar a fondo ese debate recurrente, pero imprescindible, sobre libertad y seguridad. La Asamblea Nacional francesa ha aprobado ya prolongar durante tres meses el estado de emergencia, que incluye medidas como: registros domiciliarios sin autorización judicial –que ya se están haciendo-, arrestos domiciliarios para sospechosos de terrorismo, bloqueos selectivos del tráfico, control de la prensa por parte del gobierno y posible implicación de los tribunales militares a la hora de juzgar determinados delitos. Y conste que todos los grupos parlamentarios, absolutamente todos, han cerrado filas con el gobierno; no ha habido discrepancias para dar luz verde a esta prórroga de la excepcionalidad. Claro que en la misma sesión parlamentaria el primer ministro, Manuel Valls, ha especulado con la posibilidad de que los yihadistas puedan lanzar ataques con armas químicas, o bacteriológicas. Y de hecho, desde el domingo está autorizada en Francia la venta de sulfato de atropina, que es el principal antídoto para este tipo de ataques.

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Resumiendo: que ahora mismo no hay tiempo ni ganas –vamos, sería casi un anatema- pararse a pensar en los límites entre libertad y seguridad. Pero esos límites existen, no se pueden ignorar. Y plantearlo no es hacer buenismo ni nada parecido; ¡qué va! puro interés, no hace falta ni apelar a razones morales. Porque de la misma forma que habría que acabar con la pobreza…. ¡por razones económicas!, habría que limitar la lucha antiterrorista…. ¡por razones de supervivencia! No es un contrasentido; es que si vamos demasiado lejos en la restricción de derechos nos cargaremos nuestro modelo de convivencia. Y entonces habrán ganado ellos. Y la verdad, no creo que nadie a estas alturas quiera regalarles esa victoria. Al enemigo, ni agua