La Europa hipócrita

Barcelona

Creo que fue Luz Sánchez-Mellado quien ayer contrapuso aquí en estos micrófonos la imagen de dos barcos como símbolo de la desigualdad planetaria. El insoportable contraste entre un supercrucero de lujo que hacía su entrada en el puerto de Barcelona y la cutre, cutrísima embarcación en la que centenares de exiliados birmanos y bangladesíes malviven, abandonados a su suerte en el mar de Armadán. Me he acordado del comentario de Luz porque hoy tenemos otro ejemplo sangrante de esa desigualdad y sobre todo de la hipocresía que la hace posible. El Parlamento Europeo ha iniciado el debate de una legislación que, teóricamente, obligaría a las empresas que comercian con minerales de otros países a garantizar que ese comercio no contribuya a mantener conflictos o abusos. Es lo que se conoce como metales de sangre y hablamos sobre todo de África, del Congo por ejemplo, donde los yacimientos de coltán, ese mineral que hace funcionar los teléfonos móviles, están en el trasfondo de la guerra que dura hace casi 30 años y que ha provocado 5 millones de muertos.

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Claro, sobre el papel la iniciativa europea parece impecable; y sin embargo, cuando se empieza a rascar y se comprueba que Estados Unidos dispone de una ley semejante pero que las empresas la burlan sin mucho esfuerzo...ahí ya empezamos a dudar. Porque si al final no sale algo más ambicioso, más exigente....mucho nos tememos que se trate de un gesto de cara a la galería. Y sería una pena, porque igual que podemos seguir –pongamos por caso- la trazabilidad de un huevo, o de una vaca, o de un tomate....deberíamos también ser capaces de controlar quién mata, viola y oprime con el dinero de este negocio. O sea, que poder se puede; otra cosa es que queramos.