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E.T.A. Hoffmann y los hermanos de Serapión

Heredó del padre varias cosas, entre ellas la fealdad, su afición a la música y a la bebida. De su madre, su salud delicada y su constitución nerviosa y sensible

E.T.A. Hoffmann o la fantasía del romanticismo

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Hoffmann veía lo que otros no percibían y eso le generó un concepto trascendente de la existencia. De hecho, tenía un eslogan personal (heredado del pintor Molinari) el cual decía: “todo lo sobrenatural no puede ser sino divino o demoníaco”. Le interesaba la magia y el ocultismo y se rodeaba de gente afín a estos temas. Tenía como amigo íntimo a Zacarias Werner que había fundado una sociedad mística, inspirada en los principios masones. Werner quería restaurar el primitivo catolicismo y fundar una nueva Orden de los Templarios.

Confesó en su Diario que padecía frecuentes alucinaciones y que vio a su “doble” frente a frente en varias ocasiones. En una anotación en 1804 dice: “Asaltado por presentimientos de muerte. Doble (Doppelgänger)”. Le produce un fuerte estremecimiento de horror el hecho de ver a su propio yo caminando a su lado. Experimenta diversos fenómenos paranormales que van condicionando su carácter y su literatura. Fue muy polifacético: pintor, consejero de Justicia, escritor y compositor que llegó a cambiar su tercer nombre de pila –Wilhelm- por el de Amadeus en honor a Mozart. En todo veía magia y sincronicidad. Intentó relacionar la música con los colores y los sabores. Algunos de sus amigos le daban el sobrenombre de “Hoffmann, el fantasmal” por su manía a contar historias truculentas sobre vampiros y autómatas y a realizar juegos macabros de ese tipo.

Cuando llega a Berlín en 1814 con su mujer Mischa, su vida da un vuelco. Se vuelve más bohemio, desordenado y frecuenta a los amigos en el café Manderleé donde forma una tertulia, “Los hermanos de Serapión”, que se prolonga hasta altas horas de la noche. Se puede decir que duerme de día y vive de noche. En una de estas reuniones deciden hacer una novela “a cuatro manos”, con sus viejos amigos Chamizo, Contessa, Fouqué y él mismo, cada uno escribiendo su parte correspondiente y que se titulará “Novela del Caballero de los Cuatro”. Fue un proyecto que no llegó a terminarse. Hoffmann estaba en su salsa y hacía lo que quería. Escribe cuentos, compone óperas, dibuja caricaturas, hace bromas, fuma en pipa, toca el piano, bebe como un cosaco, corteja a mujeres y fantasea por los codos. Cada tertuliano debe narrar una anécdota asombrosa que luego se pasa a comentar desde los más dispares puntos de vista. Cada historia que va surgiendo dará paso, más tarde, a un cuento escrito con la personal pluma de Hoffmann que lo publica en periódicos y que luego recoge en un total de cuatro volúmenes que compondrán Los Hermanos de San Serapión, publicados entre 1819 y 1821.

Su vida y su obra hechizó años más tarde a Jacques Offenbach, quien compuso la increíble y hermosa ópera Los cuentos de Hoffmann (1880).

 

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