Los libros que no leemos

Los libros son para estar con ellos. Uno siempre los acaba leyendo, aunque sea telepáticamente. Vivo en conversación con los muertos, esto lo dijo Quevedo en alusión a los libros que tenía en su casa. Los libros hablan como las personas. Así, el mismo libro un día te dice una cosa, y otro día va y te dice todo lo contrario. Y no digamos, al cabo de los años. Porque los libros cambian de opinión con el tiempo. De chaval, yo creía que Hamlet iba de príncipes y de reyes, de cosas de mayores, y ahora en sus páginas veo retratado al adolescente que fui leyéndolo. Y lo mismo que los libros nos hablan a lo largo de toda la vida, nosotros también les hablamos a cada momento. ¿Han entrado alguna vez en una librería? Perdón por la pregunta, pero vivimos en unos tiempos tan raros... Mirando libros es como se habla con ellos. En las librerías las conversaciones son un festival. Por ejemplo, uno le dice a un libro: ¿A ver, tú de que vas? O bien se inicia la conversación con el típico: Tu cara me suena. O bien le decimos: ¿Y a ti quién te ha recomendado? O también decimos: Ay, madre, ¡otra vez este tío aquí! Aun así, con los libros que uno tiene en su casa es con los que más habla. Pues los libros son animales domésticos como los gatos. Andan por la casa y les gusta que les toquen el lomo. Y uno siempre les dice algo aunque no tenga claro que le vayan a entender. Los libros no están todo el día de humor para estar por nosotros, por eso muchas veces empezamos un libro y no nos hace caso, y tenemos que esperar a otro momento. La mayoría de los libros que tengo en mi casa no los he leído. Son ellos los que me leen a mí. Me leen las preguntas que me salen por los ojos cuando los miro cara a cara, y me leen las manos cuando los toco. Estamos metidos en los libros que no leemos.