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El legado de Almanzor

Protagonista del año 1.000 en la Historia de España, Almanzor, este noble que empezó en la administración del estado y acabó controlándola, es uno de los personajes más importantes del mundo andalusí.

Almanzor, cuadro de Francisco Zurbarán

Almanzor, cuadro de Francisco Zurbarán

Dos de las ciudades reales más importantes de Al-Andalus, Medina-Zahara (936) y Medina-Zahira (978) se debieron a las personalidades más influyentes de la España musulmana: Abderramán III y Almanzor, el Victorioso.

Este último se convierte en 981 en dictador único de Al-Andalus. Tenía en sus manos todo el poder y la ambición de un caudillo cordobés, amante de la religión y de la guerra. A partir de ese momento fue la “bestia negra” de las tropas cristianas. Realizó innumerables campañas en las que sus cronistas le atribuyen 56 victorias, asolando las ciudades de Ávila, León, Zamora y Santiago de Compostela. En pleno apogeo de su poder personal, sufre una extraña enfermedad y fue enterrado en Medinaceli (Soria) a la vuelta de una expedición a La Rioja. La ubicación hoy de su tumba es una leyenda como lo es la batalla de Calatañazor.

A mediados del siglo XIII se desconocía la realidad histórica de esta batalla. Las crónicas El Tudense y El Toledano, que fueron origen de esta leyenda, se consideran como anacrónicas en su triple aspecto histórico, geográfico y cronológico, sin más valor que el puramente legendario. Sin embargo, casi nadie desconoce la mítica sentencia de que en Calatañazor perdió Almanzor su tambor, lo que dio origen a una batalla que la tradición oral conservó durante siglos. Se sabe que la última campaña que realizó Almanzor es conocida como La de Canales (de la Sierra) y el Monasterio (San Millán de la Cogolla). Almanzor inició su campaña con síntomas de enfermedad. El empeoramiento de su salud le obligó a ordenar la retirada de sus tropas siguiendo un itinerario más dificultoso, posiblemente para ocultar su enfermedad y alcanzar lo antes posible la capital fronteriza de Medinaceli.

La retirada duró catorce días y en el trayecto hacia Córdoba muere Almanzor. Todas las crónicas, incluida la de Rodrigo Jiménez de Rada, apuntan a que en la localidad de Bordecorex (Soria) alcanzó la muerte el día 27 de Ramadán del año 392 de la Hégira, que equivale a la noche del 9 de agosto del 1002, cuando contaba 64 años de edad. Estaban presentes sus hijos Abd-al-Malik y Abd-al-Rahman (más conocido como Sanchuelo). El primero es al que nombra su legítimo heredero. No quiso que el cuerpo de su padre Almanzor se enterrara en esta localidad al considerarla poco fortificada y se trasladó más al sur, a Medinaceli, donde se le dio sepultura con toda la fastuosidad de un caudillo andalusí, tumba de la que se desconoce su paradero. Según una crónica árabe: “Fue enterrado bajo el polvo que había recogido en sus campañas, pues, cada vez que salía de expedición, sacudía todas las tardes sus ropas sobre un tapete de cuero e iba reuniendo todo el polvo que caía. Cuando murió lo cubrieron con ese polvo”.

Sobre su tumba se escribió: “Sus hazañas te informarán sobre él, como si con tus propios ojos lo estuvieras viendo, ¡Por Allah!, nunca volverá a dar el Mundo nadie como él ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar”.

 
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