Víctor Muñoz: "Toda sociedad que ha sufrido una guerra civil solo puede recomponerse dando un enterramiento digno a todas sus víctimas"
Conversamos con el escritor y poeta de 'El patio número 3', una preciosa obra de literatura dramática dedicada a la memoria de los que encerraron, torturaron y asesinaron en ese patio y a sus mujeres, como la protagonista, que hacían colas para ver a sus presos. Un canto a la empatía, a la dignidad de las víctimas del Franquismo y de sus familiares
Víctor Muñoz: "Toda sociedad que ha sufrido una guerra civil solo puede recomponerse dando un enterramiento digno a todas sus víctimas"
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Víctor Muñoz (Estepa, 1980) es profesor de secundaria y alumno, está matriculado en la Escuela Superior de Arte Dramático. Es escritor, poeta y dramaturgo. Acaba de publicar El patio número 3 con Ediciones del Bufón, una editorial dedicada a las artes escénicas de la periferia. Un libro que habla de España, de esta España nuestra con verdugos, pasodobles y cencerros. Un mal sueño, de esos que se te quedan atravesados, escribe. El patio número 3 es un libro que salió de imprenta el 23 de junio de 2024, el mismo día que, 88 años antes, Franco escribiera una carta al presidente de la segunda República: "el ejército está molesto", advertía en ella. Lo que vino después aún sigue escrito en las cunetas de España.
El patio número 3 es un libro de literatura dramática, cuyo centenar -escaso- de páginas nos ha conmovido. Está dedicado a la memoria de los que encerraron en ese patio y a sus familiares, especialmente a sus mujeres.
Estamos en los tiempos de Queipo de Llano. ¿Qué había sido el patio número 3, Víctor, con esos dibujos en las paredes? ¿Y en qué se convirtió tras el golpe?
Desde el año 32, el edificio que alberga la sede de la delegación de Orden Público era una escuela. La escuela normal, creo que se llamaba. Y cuando estalla el golpe, se convierte al instante en una comisaría, la Comisaría del Gran Poder, que es una calle céntrica de aquí de Sevilla. Y eso supone que las aulas se transforman inmediatamente en salas de tortura. Y ese es el punto de arranque de la obra. Tenemos a un detenido en una clase de fisiología, con la pizarra, con el típico esqueleto. Un detenido que está siendo torturado, imagínate esa escena tan, tan dramática, que contrapone dos formas de entender el mundo. La educación, que puede representar y representa, de hecho, las luces, el progreso y la razón frente a la tortura, que es la sinrazón, la locura, el atraso. A final, aquí lo que está es la famosa dicotomía entre civilización y barbarie.
¿Qué queda hoy de aquello? ¿Hay algo que recuerde lo que supuso? ¿Has podido entrar?
Yo he intentado varias veces entrar, pero estaba cerrado a cal y canto. Tengo entendido que es una residencia jesuita y lo único que queda es una placa en la fachada, donde recuerda que es un lugar de memoria histórica.
¿Cómo das con esta historia?
Pues simplemente caminando por la calle. La génesis de toda esta historia está en la lectura de un libro que se llama Agitación, de Jorge Freire, donde reflexiona sobre lo que él llama el lomo agitador, que no es más que lo que somos todos hoy en día. Pollos sin cabeza, que vamos por la calle casi sin levantar la mirada del suelo o del móvil. Y me impactó tanto ese ensayo, que intentando huir de ese homo agitatus, di en el extremo opuesto al de a esta figura, que yo creo que es el flâneur, la figura del paseante que erráticamente deambula por la calle, contemplando con tranquilidad todo lo que la ciudad tiene que enseñarle, que es mucho. Y en una de estas derivas callejeras es cuando yo paso por esa calle, por donde paso muy a menudo, y por primera vez reparo en esa placa que habla de la memoria histórica. Y a partir de ahí empiezo a investigar, a tirar de ese hilo y me surge la idea de escribir la obra.
Al final del libro hay un apéndice con una selección de testimonios reales de los que pasaron por ese patio. ¿Cómo ha sido el proceso de documentación?, ¿qué nos cuentan estos testimonios?
Pues pues ha sido interesante y ha sido fácil en el sentido de que no hay más que irse a una biblioteca y buscar libros sobre sobre la época. Y ahí, efectivamente, hay testimonios reales de personas que estuvieron allí dentro, en el bando franquista, porque todo el que entró como republicano jamás salió con vida. Allí pasó sus últimas horas, por ejemplo, Horacio Hermoso, que fue el último alcalde republicano. Gracias a los testimonios de gente como Antonio Bahamonde, que fue un delegado de prensa y propaganda de Queipo de Llano, y que ante el horror de lo que allí contempla, decide en un momento dado huir, se exilia en México y escribe la memoria. Ese libro, por ejemplo, ha sido capital para empaparse de todo lo que allí ocurría dentro y fuera, a la puerta. Hay libros de historiadores locales, como García Márquez, como Espinosa Maestre, que dan cuenta de esa cola de mujeres que todos los días iban a llevarle comida a sus seres queridos, que estaban allí dentro.
Escribe Pablo Remón en el prólogo que El patio número 3 más que una obra es un poema, por el lenguaje, por su composición, por su insistencia en la repetición con variaciones. Y así es, asistimos a la misma escena durante un día y otro, hasta 18 días. Una mujer haciendo cola frente a ese patio, una madre que le lleva comida y ropa a su hijo detenido. "Sobrevivir se convirtió en un ejercicio de resistencia protagonizado por las mujeres". El libro es un homenaje, como también ha hecho y como diría Esther López Barceló, a la épica de las vencidas, a todas esas mujeres que trataban de reconstruir la cotidianeidad mujeres, esposas, hermanas, hijas o madres que se pusieron al frente de la familia cuando el hombre que la sustentaba ya no estaba. ¿Está poco reconocida la memoria de estas mujeres, Víctor, o el tiempo las está colocando por fin en el lugar que merecen en nuestra memoria, nuestra historia?
Sí, yo creo que está poco reconocida. Afortunadamente van saliendo libros como el que acabas de citar, que intentan rescatar esa memoria de las mujeres, que casi siempre son como las víctimas colaterales, indirectas o invisibles de todos los conflictos. No solo de de la guerra del 36, sino también lo estamos viendo ahora, lamentablemente en Ucrania, en Palestina, en el Líbano y probable y lamentablemente en otros países. Esta violencia física y simbólica que sufrieron las mujeres. Yo no me he leído todo el teatro que hay sobre de memoria, pero tengo la sospecha de que está menos menos contado. Aparte de la violencia que padecieron, son también mujeres, efectivamente, que se convirtieron en símbolo de la resistencia, porque pasaron a ser el sostén familiar y, gracias a ellas, muchos de los presos allí detenidos y de los presos de todo el mundo podían seguir comiendo. Y en esa época sobrevivir era un acto de resistencia.
El epílogo lo firma Pura Sánchez, docente e investigadora. Se titula Hacer cola: resistir el miedo, preservar la vida. "Los pueblos y ciudades liberados se llenaron de colas: las colas del hambre, las colas de las cárceles, las colas de la desesperación. Colas de mujeres solas o con alguna criatura en brazos o de la mano". Las colas de la vergüenza, dice más adelante, porque representaban el sometimiento sin paliativos al vencedor ¿Qué suponía hacer cola, Víctor? ¿Cuánto se puede contar en una misma escena, haciendo cola un día tras otro?
Pues se exponían públicamente, se significaban, por usar el lenguaje de la época. Eso conllevaba exponerte a la represión. Pero, al mismo tiempo, como he dicho antes, esas mujeres que tenían allí a su marido, padre o hijo detenido, fueron fundamentales para que muchas familias pudieran seguir tirando adelante. Me imagino la angustia que debieron de sentir y es admirable cómo, a pesar de todo, iban como la María de El patio número 3, un día tras otro, como una Antígona sevillana que antepone el deber moral de enterrar o de tener en su brazo a su hijo, frente al poder institucional que representaba en aquella época el terror franquista. Es en lo que me centro en esta historia, constituye el núcleo de la obra, porque hay una idea ahí sobre la que a mí me interesa reflexionar. Y es que toda sociedad que ha sufrido un hecho traumático, como es una guerra y más una guerra civil, sólo puede recomponerse de algún modo si consigue darle un enterramiento digno a todas sus víctimas. Y eso es lo que reclama María en El patio número 3.
María, esta madre, se dirige a los guardias. Miguel se llama uno de ellos. Un diálogo sin una escucha verdadera, los carceleros no quieren conmoverse con el sufrimiento de estas mujeres, y las madres no quieren escuchar que el preso ha sido trasladado o que ya no necesita nada. Qué poder tienen las palabras, aunque sean eufemismos.
Efectivamente, esa es otra de las ideas centrales de la obra, la necesidad de encontrar un espacio de consenso, de diálogo con el otro, por más polarizada que esté la situación. Eso ocurría, por supuesto, en la España del 36 y, salvando mucha distancia, lo vemos también en nuestra sociedad española actual. Y no te digo ya en la mundial. Yo creo que el primer compromiso que debe tener una persona es el compromiso con con el ser humano. Y esto que estoy diciendo no es tampoco ninguna novedad. A poco que uno haya leído a los clásicos grecolatino, comprueba, echándole un vistazo a, por ejemplo, La Ilíada, que ahí el guerrero griego Aquiles y el rey de Troya, Príamo, en un momento muy emotivo, comparten un llanto, cada uno llorando. Uno a su amante y otro a su hijo. O más adelante, Diomedes y Glauco, que son también enemigos, son capaces de intercambiarse el alma porque reconocen la hospitalidad de su antepasado. Tenemos que hacer un esfuerzo por tener mirada hacia el otro, por más que el otro se sitúe en las antípodas de nuestro pensamiento, si queremos reforzar la salud democrática de nuestra sociedad.
¿Cómo has imaginado a María, en quién te has inspirado? ¿Cómo has construido esos diálogos, en qué te has basado?
En Antígona, Hécuba, en las grandes heroínas de la tragedia griega, creo que tienen ahí un puente que la que las vincula. Pero también me he basado en la imagen de la Virgen María. Por eso el personaje se llama María y el hijo al que busca se llama Manuel. Manuel, si no recuerdo mal, según el profeta Elías en el Antiguo Testamento, significa el Hijo de Dios. Me imagino a la madre en esa cola procesional antes de llegar al portalón y la veía, durante el proceso de escritura, como una mater dolorosa, como una piedad a la que le faltaba el hijo, el hijo muerto. Y esa iconografía que es tan popular y a la que tanta devoción hay aquí en el sur, me nutrió para elaborar el personaje. El dolor de María y la rebeldía de Antígona. El carácter combativo desde la ternura, un personaje que sigue una épica de la de la constancia o de la tozudez. Como ha dicho un periodista de aquí de Sevilla, con una ternura que encierra la semilla de la rebeldía. Porque la ternura es siempre transformadora. Por eso María, de alguna manera y poco a poco, consigue ganarse, por decirlo de esa manera, al guardia, a Miguel.
En unos días se va a estrenar 1936, una obra sobre el golpe escrita por Juan Mayorga, Juan Cavestany, Andrés Lima y Albert Boronat. El patio número 3, dice Pablo Remón, "ojalá pronto encuentre actores que la encarnen y un teatro que la acoja". ¿Hay algún plan de llevarla a un escenario?, ¿es complicado?
Lo hay, lo hay. Se ha interesado por el texto, y están dispuestos a montarlo, la actriz, dramaturga y productora Carmen Ruiz Mingo, y me consta que lo va a dirigir Miguel Zegarra. Y hay ya una primera reunión y espero que pronto pueda estar en las tablas.
En 2023 se publicaron 759 títulos de poesía y teatro. Un 2% más que en 2022, pero poco frente a los casi 2.000 cómics o más de 10.000 novelas. ¿Por qué leemos tan poca poesía y literatura dramática, Víctor? Tú que eres profesor, ¿cómo fomentarlas?
Pues es curioso, porque en clase el texto que mejor funciona es el dramático. Yo cuando voy a clase y llevo un texto narrativo, pregunto: venga, ¿quién quiere leer? Todo el mundo agacha la cabeza. Cuando llevo un poema, hunden la cabeza en el suelo. Pero si llevo un texto dramático, entonces se pegan por querer leer. O sea que en los institutos, el teatro funciona a las mil maravillas. Habrá que estudiar qué pasa que luego, unos años más tarde, ya no haya tantos lectores de teatro. Pero en el instituto, es el género que mejor funciona, sin duda alguna.