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Nicola Lagiogia: "La brecha entre ricos y pobres se ha vuelto a ampliar y eso es lo que aprovecha extrema derecha"

El escritor italiano, todo un fenómeno con el thriller La ciudad de los vivos regresa con Ferocidad una novela sobre la corrupción en el sur de Italia y la violencia contra las mujeres

Nicola Laioia / unknown

En un momento de esplendor del género negro, de los true crimes y de los sucesos, el escritor Nicola Lagioga viene a hacer grande el género. Ya lo hizo con La ciudad de los vivos donde contaba con respeto y con un gran poder analítico un crimen homófobo con mucho condicionamiento de clase en la Roma actual. Ahora Penguin Random House publica el que fue el éxito literario que lo consagró en 2014, La ferocidad, una novela de ficción en torno a un asesinato que ganó el Premio Strega. Más cercano a la prosa de Truman Capote o de Emmanuel Carrère, Lagioga consigue evitar el morbo y la espectacularización de la violencia en sus novelas. La suya es una mirada al mal, pero no a esa maldad intrínseca al ser humano, sino al mal provocado por las dinámicas del progreso y la sociedad capitalista. De la desigualdad, al ansia de la riqueza, al mal que emerge de las familias de ricachones, a la corrupción urbanística y a la creación de esos hombres de negocios hechos a sí mismos que podrían dirigir empresas, clanes, ciudades, provincias, televisiones e incluso países.

Hay algo berlusconiano en la creación de esta familia, los Salvemini, que en Bari es dueña de todo y de todos. Sin embargo, la tragedia persigue también a los ricos. Una noche de primavera una joven es hallada muerta. Es Clara Salvemini, la hija de una familia influyente de la zona. Se habla de suicidio, pero su hermano Michele investiga las verdaderas causas de esa extraña muerte, ahondado en los negocios turbios de su padre y de los hombres que rodearon a esta chica. El autor desmenuza y define nuestra despiadada contemporaneidad y teje una trama que explora la ferocidad latente en cada individuo.

En España hemos leído su obra al revés, primero La ciudad de los vivos, que usted la escribió en segundo lugar, y ahora Ferocidad, que la escribió antes, en 2014, o sea, hace una década, ¿Qué cree qué tienen en común las dos historias? ¿Se complementan de cierta manera?

Es algo que entendí cuando terminé de escribir La ciudad de los vivos. No cabe duda de que hay un diálogo entre estas dos novelas. Son muy diferentes entre sí, están ambientadas en dos ciudades diferentes, en dos períodos distintos. También tienen una estructura y una escritura diferente, una es una obra de ficción, Ferocidad, y la otra es una historia que realmente ocurrió. Sin embargo, ambas son una investigación sobre el mal. Son dos libros, oscuros. Se trata de dos libros que intentan contar el lado más oscuro del alma humana. Quizá La ciudad de los vivos sea un libro más desesperado que Ferocidad, porque aquí tenemos esa historia de amor fraternal entre Michele y Clara, que en cualquier caso mantiene encendida la esperanza, en mi opinión, mientras que La ciudad de los vivos, en resumen, es quizás un libro aún más oscuro no está eso.

¿Qué tiene el mundo para que hayas ahondado en esa oscuridad?

Obviamente, el mundo que me rodea que avanza en una dirección inquietante incluso en las ciudades y en sociedades relativamente pacíficas como en las que vivimos. Hay guerra que está lejos, pero está cada vez más cerca. Continuamos con nuestras vidas con normalidad. Sin embargo, tengo la impresión de que en los últimos años ha ido creciendo en nosotros es el instinto de prevaricación, el egoísmo, el individualismo, la codicia, el deseo de poder. Creo que estos instintos, estas fuerzas son más fuertes que el instinto de cooperación, armonía y benevolencia que también une a los seres humanos. Así que me pareció que estábamos entrando en una era más oscura que las que la habían precedido, por lo que quizás me haya resumido en sintonía con esta atmósfera. Ferocidad se publicó en Italia en 2014, hace diez años, y, lamentablemente, vivimos en un mundo que confirma lo que dije hace diez años.

¿Por qué?

Porque falta comunidad. Necesitamos momentos de comunidad, de agregación. Nos vemos en conciertos, festivales, estadios, en el fútbol. Ahí hay momentos de agregación, pero en lo demás vivimos como individuos, en busca de nuestra satisfacción personal, nuestra cuota de fama, gloria, poder, dinero, etc. El ego se ha impuesto sobre nosotros en estos años y, cuando el ego se impone demasiado, no ocurren cosas agradables. Tengo la impresión de que nuestras sociedades han ido hacia una implosión. No nos damos cuenta de que vivimos en un rincón del mundo que sigue siendo privilegiado, porque Europa occidental es un rincón del mundo relativamente rico, relativamente tranquilo y, sin embargo, nos comportamos como si fuéramos infelices, desesperados, algo tan triste.

Retratas a un hombre de negocios hecho a sí mismo, un empresario que usa la corrupción y el poder para crecer, un prototipo que hemos visto mucho, incluso han llegado a presidir Italia, Estados Unidos, ¿Es posible hacerse rico de manera honrada?

Desde luego es muy difícil. Sobre todo en un mundo como el nuestro, donde ascensor social se ha ralentizado mucho. Vivimos en un mundo donde los que nacen ricos permanecen ricos y los que nacen pobres siguen siendo pobres. Por lo tanto, las barreras para el salto de clase social son muy altas, más que en el pasado, cuando sí había una lucha de clases. En esa lucha, lo que está claro es que los ricos han ganado, al menos, por ahora. En el caso de este personaje, que no nació rico, Vittorio Salvemini, evidentemente, existe la tentación de buscar algunos atajos. La riqueza es precisamente el medio, porque estas personas, recién enriquecidas, intentan por todos los medios cambiar su clase social y me fascinan mucho más que la vieja burguesía, son más interesantes porque sienten la necesidad de compartir su riqueza con los demás. Los ricos de toda la vida son todos iguales, y estos suelen tener vidas muy aventureras, se ponen a prueba de una manera muy peligrosa y a su alrededor hay historias que vale la pena contar, después de todo.

Este es un personaje que se hace rico con la construcción y eso es también interesante porque la novela refleja el inicio del boom del ladrillo que afectó a Italia, pero también aquí en España, ¿estamos viviendo los desastres de aquello?

Lamentablemente sí. Al menos, en lo que respecta a Italia, se trata de una generación que a pesar de tener la riqueza, vivía por encima de sus posibilidades. Toda una generación que ha vivido por encima y que ha consumido la riqueza de las generaciones posteriores. Italia, por ejemplo, tiene una de las deudas públicas más altas del mundo después de Japón. Ha habido despilfarro. En otras palabras, vivieron asegurándose de no tener que pagar la cuenta, luego sus hijos y los hijos de sus hijos lo han sufrido. Obviamente, no se trata de faltas individuales, de culpar a personas concretas, sino de toda una dinámica que ocurrió aquí y hay que ser consciente de ello porque esto no solo ha tenido problemas económicos, también medioambientales. Fuimos generaciones que hemos consumimos de una manera increíble, que contaminado sin conciencia. Pero creo que hoy repetiríamos eso mismo, a pesar de saberlo. Se podría pensar esto como una saga familiar. Es como si toda la riqueza acumulada por una generación, que es la de nuestros abuelos, de aquellos que sacaron a Europa de la Segunda Guerra Mundial, hubiera sido despilfarrada por nuestros padres. Y nosotros y nuestros hijos, especialmente nuestros hijos, tendremos que vivir ya con una deuda que cumplir. Es la situación en la que nos encontramos. Nuestra misión generacional es tratar de evitar el desastre.

Es una novela sobre la familia, decía el director de cine Carlos Saura que la familia mediterránea es el primer pilar de la corrupción, ¿estás de acuerdo?

De alguna manera sí. Estaba pensando que es cierto que la familia mediterránea puede ser el primer ladrillo de la corrupción, pero la familia anglosajona fue el primer paso para ese escándalo de Lehman Brothers y otros desastres económicos. Digamos que cada tipo de familia tiene sus problemas, pero sin duda, en el caso de Italia sí podríamos acuñar un término, que no sé si se puede traducir al español y que, entre otras cosas, lo acuñó un sociólogo estadounidense que llegó a Italia en la década de 1950 y dijo que este es el lugar del “familismo amoral”, es decir, la familia sin moral, pero no inmoral. Tiene su sentido, porque en Italia siempre se ha visto al Estado como un enemigo, desde la unificación del país en 1861, el Estado siempre fue visto como un organismo extranjero y depredador, porque es el que recauda impuestos que todos debemos pagar por la comunidad. En ese contexto, en el que el Estado siempre es visto como un extraño engorroso y no como algo de lo que formamos parte, la familia se convierte en lo único que importa, el clan es el único núcleo social que vale la pena defender y, de ahí viene la corrupción porque nos sentimos parte de una familia, pero no nos sentimos parte de una comunidad más grande. No debería ser así, porque luego, cuando nos enfermamos, queremos tratamiento gratuito y atención médica y eso solo es posible si hay un Estado, no porque vivamos en un familia.

A través del personaje de Michele y de Clara, los hermanos, ahonda en al enfermedad mental, un tema que ahora está en la agenda política, social y mediática, pero que en 2014, cuando la novela se publicó no lo estaba, ¿por qué le interesaba hablar de este tema?

Para mi es un viejo principio literario. La literatura moderna nace sobre un tema que concierne a la salud mental, porque los dos puntos de partida de la literatura moderna hablan de personajes locos. Don Quijote, que supuso el nacimiento de la novela, y refiere la locura mediterránea, y tenemos también la mirada anglosajona con el Hamlet de Shakespeare, que está loco o finge estar loco. La literatura moderna nació precisamente en nombre de la inestabilidad mental. Me interesaba tener a este personaje de Michele Salvemini, que tiene esos elementos literarios y que desempeña el papel del detective que intenta averiguar cómo murió su hermana. Un detective que no se guiaba por herramientas positivistas, como Sherlock Holmes, no se guiaba por una racionalidad inflexible, sino por una desventaja. Este es otro viejo principio literario, que nos vincula con El idiota de Dostoievski. Existe la impresión de que las personas con un trastorno mental están en desventaja por un lado, pero por otro, entienden cosas que otros no entienden.

¿Hoy estamos mejor o peor en salud mental?

Hoy vivimos en una sociedad que pone cada vez más a prueba nuestra salud mental. Es muy común entre los jóvenes. Lo que más me llamó la atención y que habría sido inimaginable en mi generación es que cuando vas a los perfiles sociales, por ejemplo Instagram, de niños muy pequeños, ponen su primer apellido y luego un problema mental con el que se caracterizan. Lo hace Greta Thunberg, que contó en redes que padecía el síndrome de Asperger. Me preocupa este cambio en la salud mental, pero por otro lado, también me pregunto si es correcto identificar a las personas a través de su trauma y verlas siempre como víctimas de algo. Tengo la impresión de que existe precisamente una vocación victimizadora. Es un debate curioso, porque el hecho de haber sido víctima de algo en la vida, eso no excluye que nosotros a su vez hayamos hecho daño a alguien. Lo que es peligroso es que junto a la victimización vaya de la mano la idea de pureza. Hay algo peligroso en pensar que si alguien es víctima de algo es una persona más pura.

En sus novelas hay un retrato universal de la sociedad italiana a través del true crime, del drama familiar, digamos de una mezcla de géneros, ¿Cuál es la mejor manera de entrar en el alma de la sociedad actual?

En el caso de la ferocidad, hay un feminicidio. Es un mundo dominado por hombres, quienes gestionan el poder son hombres y quienes gestionan la violencia también son hombres y quienes la sufren son las mujeres. Hay un caso específico de feminicidio y, por lo tanto, de prevaricación masculina, mientras que en La ciudad de los vivos aparece algo que me sorprendió mucho que fuera real. El caso de Ferocidad, que es una ficción, podría ser real lamentablemente, porque estas cosas ocurren con frecuencia. Pero en La ciudad de los vivos, me sorprendió que ese joven, que es de una generación posterior a la mía, estuviera tan preocupado porque lo consideraran homosexual. Le importaba eso mucho más que ser considerado un asesino. Esto me resulta tremendo, porque se supone que los jóvenes deberían estar más emancipados, sin embargo, no pueden vivir su sexualidad libremente. Esto es porque crecieron en un entorno tan sexista que se sienten culpables cuando tienen relaciones sexuales con una persona del mismo sexo, y significa que estamos yendo un poco hacia atrás. Quizás es porque yo crecí en un ambiente muy libre, en Bari, pertenecí a una comunidad post punk donde las cuestiones de género ni siquiera eran un problema, donde todos formaban pareja con quien querían y no había prejuicios. Pero eso era una burbuja, era la burbuja de la contracultura que ya no existe.

En cuanto a ese clima violento de ambas novelas, recuerdo que en una entrevista dijo que Italia no había aceptado el fascismo y, de alguna manera, España tampoco lo ha hecho. Pero después de lo que vimos en el Parlamento italiano la pasada semana, después de los resultados de las elecciones europeas, ¿Estamos peor? ¿Hay una línea, un paralelismo entre esta violencia individual que se puede ver en sus libros y la violencia política?

Creo que la violencia ha aumentado, hay una ola de extrema derecha que se debe a varios factores. Por un lado, porque la derecha y la extrema derecha, como siempre, se basa en nuestros miedos más profundos, el miedo a lo diferente, el miedo a los extranjeros y estos son sentimientos muy profundos en el ser humano, por lo que es fácil aprovechar y apoderarse de estas cosas, especialmente si tienes un centro-izquierda muy débil como el que teníamos en Italia y también en toda Europa. Si estás en contra de una extrema derecha que se basa en los miedos más profundos, debes saber cómo oponerte a una utopía con un sueño, con una visión. Y nosotros teníamos un centro-izquierda fundamentalmente administrativo y burocrático, cuya mayor visión era hablar de deuda pública y del producto interno bruto. Objetivamente es importante, pero no basta para mantener a un pueblo unido. Eso es lo que la izquierda ha descuidado, sobre todo la justicia social. Y en un momento en que la brecha entre ricos y pobres se ha vuelto a ampliar, la justicia social es fundamental. Es lo que ahora está reivindicando la derecha. Por lo tanto, el problema es muy grave. Tengo la impresión de que, si bien la extrema derecha es realmente reaccionaria, es decir, le gustaría hacer retroceder el reloj 100 años, la izquierda es conservadora, es decir, le gustaría hacer retroceder el reloj 50 o 60 años. El problema es que vivimos en un mundo que no tiene nada que ver con el siglo XX, con desafíos como el cambio climático, la inteligencia artificial y la migración masiva. Tenemos nuevos problemas a los que nos enfrentamos y, en lugar de hacerlo con viejas recetas políticas, necesitamos nuevas soluciones. Este es un momento peligroso porque no hay un marco político capaz de contener a esa extrema derecha.

¿Y cuál es el papel en este peligroso período de la literatura, de los escritores? ¿Qué le gustaría que provocaran sus novelas en los lectores?

En realidad no lo sé. Lo mejor de las novelas es que tienen un efecto diferente según las personas que las lean. Es justo lo contrario de la política. A un político le gustaría que todos reaccionaran a sus palabras de la misma manera, es decir, yendo a votar, mientras que un escritor se alegra si cada lector lee un libro a su manera. Por eso es difícil decir cuál es el papel de un escritor para contar historias, porque ni siquiera tiene que juzgar a sus personajes, solo entendemos. Lo importante es que los libros provocan emociones y son importantes para los seres humanos. Seguimos queriendo escuchar historias contadas porque nos reflejamos, nos identificamos, por lo que sigue siendo un ritual importante. Pero no le daría un propósito específico a la literatura, me gusta pensar que tiene un efecto diferente en cada lector.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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