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Lord Byron, un romántico que quiso liberar Grecia

Edward J. Trelawny, en sus Memorias sobre los últimos días de Byron y Shelley, decía algo muy significativo: “Conocer personalmente a un escritor supone a menudo la destrucción de la ilusión que sus obras han creado”. Conocer a Lord Byron es conocer no solo al hombre sino también la época en la que vivió, inmerso en el Romanticismo inglés, un movimiento social revolucionario que abarcó muchos aspectos de la vida, entre ellos el literario. Byron no pasaba desapercibido y en vida le dijeron de todo, tanto bueno como malo

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Era un dandy en su vestimenta y en su refinado estilo de vida, miembro de la Cámara de los Lores, gracias a su título, aunque por poco tiempo. Gran poeta y viajero empedernido por casi toda Europa (incluida España), sus contemporáneos lo describieron como un aristócrata de modales amables y seductores. Un amigo que llegó a conocerlo bien, como Thomas Moore, dijo que cuando salía de la orgullosa reserva que mantenía en los círculos de la alta sociedad, Byron se mostraba confiado, alegre, irónico y lleno de animación con aquellos a los que quería, a pesar de que “era en rigor la criatura más melancólica que existiese”.

Tuvo un desmedido amor por las mujeres (cuando estuvo en Venecia presumió de haberse acostado con 250 solo en un año) y también por los animales y, sobre todo, por sus perros, entre los que destacó uno en especial, Boatswain, un Terranova que murió de rabia y al que dedicó un epitafio y un monumento en el jardín de la mansión donde vivieron, en Newstead Abbey:

Cerca de este lugar reposan los restos de un ser

que poseyó la belleza sin la vanidad,

la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad,

y todas las virtudes del hombre sin sus vicios.

Llegó a reunir una gran colección de animales, que incluía perros y caballos, un zorro, un loro, un cocodrilo, un tejón, tres gansos, una garza y una cabra con una pata rota. Este pequeño zoo personal a menudo se mantenía dentro de la casa o bien deambulaba libremente por sus propiedades. Al visitar la mansión de Byron en Italia en 1821, Percy Shelley anotó en su diario: “La casa tiene, además de los sirvientes, diez caballos, ocho enormes perros, tres monos, cinco gatos, un águila, un cuervo y un halcón; y todos, excepto los caballos, se pasean por la casa, que de vez en cuando resuena con sus peleas, como si fueran los dueños de la misma”.

Cuando Byron partió hacia Grecia en 1823, luchando por su independencia contra los turcos, llevó consigo a su perro terranova Lyon y al bulldog Moretto, que se mantuvieron siempre a su lado durante la desastrosa aventura en Missolonghi, regresando ambos a Londres con el ataúd del poeta.

Por cierto, también dicen que protagonizó algún fenómeno extraño. En 1811 se encontraba en Patrás (Grecia) en la cama, víctima de la malaria, y al mismo tiempo fue visto en Londres durante el acceso de locura del rey Jorge III firmando en el registro de visitantes de la Casa Real, en el castillo de Windsor. Cuando Byron se enteró de esto, su respuesta desconcertó a los presentes: “Lo único que deseo es que mi doble se comporte como un caballero”.

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