El largo adiós

Barcelona

Desde Lola Flores, España es muy de irse. Ya lo dijo la Faraona, ¡si me queréis, irse! Mi tía pronunciaba “irsus”, y parecía el nombre de un gladiador. En España, cuando alguien quiere de verdad, tiene que irse. La historia de María Zambrano, de Rosa Chacel, de Luis Cernuda..., quiero decir, toda la historia de una cultura completa, que amó tanto a España, acaba en un exilio que sería, las más de las veces, irrevocable. Tuvieron que irse. Tenía razón Lola: si me queréis, irse. Con Gustavo Adolfo Bécquer, que para eso era un romántico, creímos que era posible volver; pero, más que para las personas, lo era para las golondrinas. Las aves siempre han sido más libres que la gente. Al menos, vistas desde la tierra. A menudo, resulta más fácil irse que regresar. Una vez que alguien se va, todo se complica. Lo que era el camino de ida, a la vuelta se convierte en una habitación llena de muebles, por donde no hay manera de pasar. Nunca está claro si se vuelve porque se ha ganado, como los americanos en las pelis de guerra, o porque se ha perdido, como cantaba Carlos Gardel con su frente luminosa como la de García Lorca. Hay gente a la que no le gusta viajar porque teme el momento de irse. Actualmente, como viajamos en AVE, ya no sabemos qué es irse. Hemos abolido las despedidas, que eran el último animal parecido a nosotros que nos quedaba. Antes, los trenes se iban despacio, y veíamos por la ventanilla a quienes se quedaban en la estación diciendo adiós con la mano. Ahora, no dejan pasar a nadie para despedirse. Cuando dejábamos de verlos, comprendíamos que nos habíamos ido de verdad. Hoy, todo es más confuso, y nunca tenemos claro si nos vamos o no. Con la novela El largo adiós, de Chandler, sucede lo mismo. Jamás se ha sabido si era una historia policíaca o era romántica.