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BOCADOS LITERARIOS

"Como las albóndigas de mi madre, ningunas": todo lo que hay detrás de un táper de comida de estudiantes

Lo que los jóvenes no aprendan, se habrá perdido

Albóndigas caseras. / Daniel Lozano Gonzalez

Madrid

Con cierta frecuencia tengo que viajar en un tren de media distancia un domingo por la tarde. Los vagones suelen ir llenos de estudiantes que regresan a sus universidades tras haber pasado el fin de semana en sus pueblos o ciudades, donde viven sus respectivas familias. La mayoría, chicos y chicas, cargan con unas bolsas de deporte muy llenas que se adivinan también bastante pesadas.

Al principio creí que llevaban libros y me extrañó un poco tanto trasiego bibliográfico. Pero escuchando sus conversaciones deduje que las bolsas van llenas de táperes de comida amorosamente preparada por sus madres. Unos guisitos de mamá que les permitirán alimentarse de comida casera durante toda la semana, sin gastar dinero y sin tener que dedicar tiempo a cocinar. El viernes por la tarde, los mismos táperes regresarán, vacíos, a la casa de la que salieron, para volverse a llenar de manjares sabrosos y emprender un nuevo trayecto.

Habrá quien diga que esos táperes estudiantiles vienen a perpetuar roles de género desfasados: las madres que dedican sacrificadamente el fin de semana a guisar para que sus hijos e hijas puedan comer caliente y centrarse en sus estudios y en vivir su vida. Pero yo en esos táperes de comida tibia, que va enfriándose a lo largo del viaje y acabarán refugiándose en el frigorífico de un piso de estudiantes, veo una cadena de eslabones culinarios que enlazan una generación con la siguiente. Los hijos, las hijas, sin duda aprecian la comida doméstica y quieren seguir –al menos como consumidores-- esa tradición de manjares sencillos, la comida de casa de toda la vida.

La sabiduría doméstica

Durante la semana, no se alimentarán apresuradamente de cualquier cosa, sino que podrán saborear esos platos caseros, quizás compartirlos con sus compañeros de estudios, y valorarán ahora algo que antes no habían sido capaces de apreciar porque lo tenían demasiado cerca: la sabiduría doméstica de esas cocineras autodidactas, que aprendieron a guisar de sus propias madres y abuelas. Aun estando lejos, los táperes establecen un vínculo sólido con su familia y sus orígenes. "Como las albóndigas de mi madre, ningunas".

Me gustaría también que esa comida corriente y sin pretensiones, que ahora ellos valoran precisamente por su origen familiar, incitase a los y las jóvenes a aprender a hacerla, a aprovechar unos días de vacaciones para empezar a ejercitarse en ese arte que las mujeres de generaciones anteriores dominan, a continuar esa cadena de tradiciones culinarias que vienen de tiempos antiguos. No es tan difícil: precisamente la mayoría son recetas sencillas inventadas por mujeres atareadas.

Resulta muy triste comer siempre bocadillos, ensalada de sobre y espaguetis con salsa de tomate de bote, y algún día las madres ya no estarán aquí para guisar el pollo o preparar esas albóndigas tan ricas. Lo que los jóvenes no aprendan, se habrá perdido.

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