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Daniel Ruiz: "Los años 80 fueron más salvajes, ni peores ni mejores que hoy"

El escritor nos presenta 'Mosturito', la historia de un niño criado en un barrio periférico de Sevilla en los años 80 y víctima de varias violencias. Una historia de amor y de superación, contada con un humor cafre y salvaje

Daniel Ruiz: "Los 80 fueron más salvajes, ni peores ni mejores que hoy"

Daniel Ruiz: "Los 80 fueron más salvajes, ni peores ni mejores que hoy"

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Con la cantidad de libros e historias que pasan por nuestras manos, cuánto se agradece cuando una está escrita con tanta originalidad como Mosturito. La historia de un niño, contada por un niño, que rompe toda sintaxis, las reglas de la gramática, una revolución del lenguaje. Daniel Ruiz (Sevilla, 1976) es escritor y periodista. Mosturito, con Tusquets, es su última novela. Un regreso a su infancia, la de los años 80. Un viaje, a través de la mirada de un niño, a la España de los duros y pesetas. La España que entraba en la OTAN. La de los fines de semana en el Pryca. La de los chándales fosforitos, el calimocho y las drogas. La del Un, dos tres. La de Dragones y Mazmorras, El Equipo A, Willy Fog, Street Fighter, los tigretones y Panteras rosas, sándwiches de nocilla. La de los reptilianos de V, la serie en la que comían ratas, con Diana. La de El coche fantástico, con Michael Night. O la de Los Cazafantasmas, que han regresado a las salas de cine en otro ejercicio de nostalgia a los que nos tiene acostumbrados Hollywood.

Cubierta de 'Mosturito', de Daniel Ruiz / Tusquets

Nos llevas a los años 80, una década muy debatida últimamente. Hay quien reivindica los 80 como años de más libertad que hoy, como si se pudiera uno expresar con más libertad, mientras que hoy hay quien siente que todo se critica, se cancela, se censura más, quizá fruto de las redes sociales en las que cualquiera puede expresar su opinión, escupir su odio y de forma anónima. ¿Cómo ves este debate?, ¿qué posición tienes sobre la libertad hoy y en los 80?

Bueno, yo diría que sí tenían una cuota de salvajismo superior a la de hoy y era una cuota de salvajismo quizá más ruda, más rústica, más elemental, no tan sofisticada como la de hoy. Tampoco diría que fue el mejor tiempo ni peor tiempo que el actual, simplemente bastante diferente.

¿Era más transgresor el arte o la literatura?

Bueno, había desde luego más incorrección y lo he trasladado a la novela. El personaje, la voz narrativa, que es la del niño de 11 o 12 años, es una voz abiertamente incorrecta porque un niño que creciera en ese ambiente, en los años 80, tenía que ser necesariamente incorrecto. Es un personaje que cuida poco el mantener las convenciones y ser educado o plegarse a lo que se debe, sino que actúa un poco por impulso salvaje. Yo utilizo la palabra cafre, es un personaje muy cafre, que no tiene ningún tipo de reparo en manifestarse tal y como es. Aunque eso signifique ser poco educado o poco complaciente o políticamente incorrecto.

¿Por qué has querido regresar a los años 80? ¿Es un ejercicio de nostalgia de la infancia o eres enemigo de la nostalgia? De dónde surge la idea.

Normalmente rehúyo la autoficción, es un género que a mí me genera ciertas suspicacias, pero tenía ganas de construir una novela que fuera ligeramente biográfica. No es autobiográfica, pero sí hay mucho elemento en ese niño que tiene mucho que ver con el niño que yo fui con 11 o 12 años. Un niño que, como el personaje principal, estaba influido por problemas derivados de determinadas circunstancias. Como el personaje principal, yo soy labio leporino, también tengo los pies planos y no era precisamente un niño echado de virtudes físicas, por decirlo suavemente. Sufrí cierta violencia de ciertas burlas, todo esto que ahora tiene un nombre, que es el bullying y que en nuestra época no existía como tal. Tenía muchas ganas de volver un poco a ese paisaje de los 80 para intentar recuperar esa voz del niño que fui, contar una novela de mi infancia, unida a mis coordenadas espacio temporales, que fueron las de un niño de los 80 y en este caso en un barrio obrero del extrarradio de una ciudad como Sevilla.

Has publicado un tríptico de historias de barrio, titulado Maleza, por el que te han denominado "el especial poeta del extrarradio de las ciudades españolas". ¿Por qué es necesario reivindicar lo periférico, ese territorio fronterizo? Alejarse de la vorágine de los grandes centros de producción, de las grandes capitales. ¿Qué tiene la identidad periférica?

Hay que reivindicarlo por puro volumen poblacional y yo creo que hay muchísimos escritores que nos hemos educado y nos hemos criado en varios periféricos. Y cada vez va a haber más, porque al final, como sabemos, los centros históricos cada vez se han convertido en lugares donde que expulsa a la población. Creo que no está del todo recogido en la novelística de las últimas generaciones de la novela realista española quizás más urbana. Hay que irse quizás a determinado Ignacio Aldecoa, pero Aldecoa también fue un cultivador de los ambientes rurales. Hay poca novela urbana, pero en el sentido urbano de bloque de viviendas. Estoy acordándome de Pérez Andújar, que sí ha transitado por esos lugares y me parece que la literatura española está un poco en deuda con esos paisajes que forman parte indisociable de nuestra memoria sentimental. Y no solo los bloques, también algo que se ha perdido absolutamente que son los descampados. Hay un ensayo muy interesante de Manuel Calderón, que se llama precisamente Descampado, publicado por Tusquets, donde viene un poco a reflexionar sobre la cultura del descampado, que estaba muy vinculada a las generaciones incluso anteriores a la mía y también desde luego la mía. Parte de nuestra educación sentimental estaba en los descampados y en la convivencia con esos espacios que eran donde uno se ganaba las postillas de las rodillas, donde uno aprendía a fabricarse sus juguetes propios y donde uno tenía un acceso a un universo desde luego absolutamente analógico de vivencias que tristemente se han perdido.

Son los años también de la droga, la epidemia de la heroína, que afecta a ricos y a pobres por igual. Los zombies del videoclip Thriller de Michael Jackson, otra de las referencias. Eran niños conviviendo con este horror casi con naturalidad.

Sí, me interesaba que la novela estuviera ambientada en esos 80, pero no quería que el contexto acabara asfixiando la trama, que es lo que sucede muchas veces cuando uno intenta rememorar una época. Se tiene tanto interés por recrearla que al final eso acaba asfixiando la trama. Aquí la recreación esa de los 80 es una relación absolutamente intuitiva, basada en sensaciones que yo tuve cuando era un niño. Y una de esas sensaciones era la de los yonkis y los yankis, que los llama Mosturito por deformación. La relación que los de mi generación teníamos con 11 o 12 años, cuando estaban terminando los años 80, era la de no entender muy bien a ese tipo de personajes capaces de hacerse daño con una aguja. Porque para nosotros, por lo menos el niño que yo fui, lo que más nos aterrorizaba eran las vacunas, como la del tétanos. Solo había algo que se podría parecer a ese dolor, que era el famoso supositorio que te daban por el culo. En fin, son vivencias. Yo recuerdo ver perfectamente a los yonkis de mi barrio, que se montaban siempre en unas líneas que eran el 30 y 31, que venían de Las Tres Mil Viviendas con esas caras pálidas, amarillas, fumando un plata y no entendía muy bien. Recuerdo por ejemplo que a mi madre la asaltaron dos veces yendo yo de la mano con ella en el bloque, a punta de navaja para robarle. Eran personajes mitológicos en el sentido chungo, pero eran personajes por otro lado fascinantes, siempre los veías con prisa. Tuvimos una relación con los toxicómanos un poco extraña, distinta a la de la generación anterior, que lo vivió más orientado a la movida. Aquí había cierta incomprensión, el no entender muy bien esa posición autodestructiva de la persona.

Es una historia de violencia. Mosturito sufre muchas violencias, entre ellas el acoso escolar. ¿Los niños son violentos por naturaleza o proyectan lo que viven en casa y en su entorno?

No sabría decirte si los niños contienen en sí mismos el germen de la violencia, lo que sí creo es que la falta de educación muchas veces propicia situaciones de violencia mucho más claras. Entornos educativos más reforzados creo que normalmente tienden a que estas conductas se produzcan de manera más puntuales. El niño de esta novela padece la violencia en múltiples formas: violencia sistémica de las propias instituciones, incluso de la institución eclesiástica, de las administraciones públicas; y también violencia en la calle, callejera, de personas que quieren abusar de él, que se ríen de él y recreo paisajes que forman parte de la memoria compartida de mi generación, como eso tan típico de las peleas al final del colegio, de juntarse en corrillo y asistir a la pelea entre dos compañeros. Cosas que uno vivía muy habitualmente. Y la facilidad para el insulto y en este caso la violencia empleada por el propio Mosturito que es un personaje entrañable, pero también es un personaje muchas veces brutal, que no tiene ningún tipo de reparo de valerse de la violencia para salir adelante. Era muy de nuestra época el recurso de la violencia, estaba muchísimo más a mano o era mucho menos censurado que lo es ahora.

Mosturito es hijo de un maltratador que cumple condena por haber asesinado a su mujer, a la madre. Está al cuidado de La Tata, su tía, la hermana de su padre. "Respeta siempre a las mujeres, estarás respetando a tu madre", le dice ella a Periquillo. ¿Por qué todos los hombres son así de hijoputas, Daniel, por qué son así de mosturitos? Quizás por haber tenido a Michael Night y Julio Iglesias como referentes masculinos, una masculinidad tóxica, hoy revisada.

El personaje de la Tata tiene bastantes pliegues, pero al mismo tiempo es un tipo de personaje muy reconocible en determinados ambientes de barrio. Es la típica mujer que no ha tenido suerte en el amor, que despotrica contra los hombre, pero a la vez le mueve algo incontenible por buscar siempre el anhelo de ser querida. Y esa búsqueda al final la lleva a la incoherencia de ser sometida por hombres que le parecen abominables. Tiene que ver un poco con las dinámicas del maltrato padecido por las mujeres, que acaban sometidas, pero que cuando uno las conoce aisladas de su contexto, por decirlo de alguna manera, ve que son mujeres valientes, que son mujeres arrojadas que luchan contra los elementos. Y la novela también es una lucha desde luego de Monstruito por salir adelante, por perder el miedo, pero también es una lucha de de esa Tata por cuidarlo. Al final lo que esconde es una poderosa historia de amor entre ella y su sobrino y de qué manera ese amor es capaz de sobreponerse a cualquier tipo de problema y de infortunio, que en esta novela hay bastantes

Temas muy duros, muy dolorosos, pero está contado con ternura y hasta humor. ¿Cómo has encontrado el equilibrio? ¿Cómo asomarse al abismo sin perder el sentido del humor, Daniel, y cómo ayuda el humor a sobrevivir?

Yo sin el humor en la vida, como escritor y en general, no habría sobrevivido. Me parece uno de los instrumentos más valiosos que tiene el ser humano para poder capear las circunstancias y salir adelante. En mi novela suelo tirar bastante de humor, porque creo que eso también ayuda un poco a digerir las tramas que en algunos casos pueden resultar bastante duras. Y aquí indudablemente el humor es un recurso que tiene tanto la voz narrativa principal, el personaje que cuenta la historia, como su entorno, la propia Tata, que el humor la salva muchas veces. Un humor, además, muchas veces bastante escatológico, bastante salvaje. Me decía el otro día Juan Bonilla en la presentación en Sevilla que él muchas veces se reía cuando terminaba alguno de los capítulos y que después pensaba pero de qué me estoy riendo. Me interesa mucho ese planteamiento, porque al final el humor es una dimensión que está en nuestra vida, pero es indisociable del drama. Creo que ya hay bastante drama en la vida y yo a mis años, que ya me acerco a los 50, me he convertido en un prófugo total del mal rollo y del drama, intento huirlo como de la peste. Tenemos muy pocos días en el mundo como para andar malgastándolos en sufrimiento, bastante te da la vida de por sí.

Daniel Ruiz presenta 'Mosturito' en La Hora Extra / Daniel de la Fuente

Es la historia también de la iniciación sexual, el tránsito de la infancia a la adolescencia, el descubrimiento de la culca y el murciélago. Y Mosturito lo hace acompañado de jóvenes mayores que él, con esos referentes machistas y el abuso. Por la novela aparecen pederastas, curas abusadores... Madonna la cantante y madonas, las vírgenes. ¿Cómo le marca todo esto en ese viaje iniciático, era inevitable esto de los abusos sexuales?

Has dicho varias cosas muy interesantes. En primer lugar, el tema de los maltratadores. Igual que hemos hablado antes de los heroinómanos y cómo lo vivíamos nosotros con esa extrañeza en nuestra infancia, también fue una infancia un poco de de vivir alerta frente al hombre del saco. El hombre del saco eran los posibles maltratadores de los que te advertían las madres, que no le cogieras un caramelo a un desconocido, que no hablaras con nadie. Mosturito les llama los agarraniños, que son maltratadores que se encuentran en ese paisaje y que formaban también parte de ese friso de nuestra memoria de niños en los años 80. El otro tema es el de la religiosidad. Yo no soy una persona religiosa, pero sí provengo de un entorno muy religioso y vivir en Sevilla con unos padres religiosos implica haber vivido de cerca todas las circunstancias de la imaginería, que está tan está tan unida a Sevilla con el tema de la Semana Santa. Pero me interesaba mostrar un poco esa relación con la imaginería natural. No voy a destripar mucho la trama, pero sí diré que el niño se ve sometido a un tutelaje en un centro de menores administrado por una institución religiosa y allí tiene oportunidad de interactuar con una virgen. Una imagen de una virgen de la que él se apropia hasta el punto de rebautizarla, de llamarla Chari. La Chari se convierte en su confidente, a la que le cuenta todo tipo de cuestiones de su vida, de sus desvelos amorosos y se convierte en una especie de personaje que le sirve un poco para darle la réplica y para generar un espacio sentimental peculiar. Porque una de las cuestiones que también es interesante en la infancia, es que en la infancia es cuando se producen los primeros pensamientos en relación con lo metafísico, con la muerte, con la religiosidad, con si hay vida más allá de la muerte, con todas estas cuestiones. Esta imagen a Mosturito le ayuda, se hace amigo de ella, un poco como Marcelino, pan y vino.

 
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