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Otessa Moshfegh: "Se necesita mucho trabajo para estar sano en este momento"

La escritora americana, que triunfó en plena pandemia con 'Mi año de descanso y relajación' publica ahora en España, 'McGlue', su primera novela que indaga en la sexualidad de dos marineros en medio del alcoholismo

Otesssa Moshfegh / CEDIDA

Dice la escritora Otessa Moshfegh que no le gustan sus personajes. Quizá porque con ellos ha indagado en la oscuridad de la condición humana como pocas autoras de su generación y, con ellos, ha entrado en sus propios fantasmas. La conocimos internacionalmente con Mi año de descanso y relajación, un ácido libro sobre la búsqueda del sentido de la vida que a España trajo Alfaguara cuando todavía no habíamos asimilado qué era eso de estar encerrado en casa por una epidemia mundial. Sin embargo, ya había estado nominada, unos años antes, al Man Booker por Mi nombre era Eileen. Después, publicó Lapvona y ahora nos trae su primera novela, con la que debutó y enamoró a la crítica, McGlue. “Es curioso que el libro me parece más relevante ahora que cuando salió en 2014. Quizá porque no lo veo como un proyecto independiente, sino que identifico en él cosas que me han seguido en mi carrera, creo que es un personaje que todavía está presente en mí", explica en una entrevista en la Cadena SER durante su visita a Madrid

En todas esas novelas sus personajes son marginales, hombres y mujeres con una belleza oscura y, a veces, hasta retorcida, que aparecen en distintos lugares de un país, que como sus ciudadanos, es capaz de lo peor y lo mejor, de lo más bello y los más horrendo. Para ellos y para ellas el alcohol es un alivio y una maldición. En Mi nombre es Eileen teníamos a esa secretaria de una cárcel, bebedora compulsiva que se odia a sí misma y vive en casa con su padre alcohólico, que se obsesiona por una mujer bella y misteriosa. En McGlue a un marinero alcohólico que es acusado de asesinato. McGlue es un marinero del siglo XIX, obsesionado con beber, un problema que, desgraciadamente, padecen millones de estadounidenses. "El alcoholismo y la adicción en general son actuales. Hay una epidemia increíble ahora mismo, pero viene sucediendo desde hace años. Es difícil escribir sobre ello, porque yo no sé cómo nacen y se hacen los adictos. No sé a quién culpar. El hecho de usarla en un personaje de ficción es para mi casi una necesidad y una motivación constante, porque eso hace que se defina cómo va a comportarse, qué malestar tiene”, dice la autora que nos ofrece aquí a un tipo desaliñado y sin habilidades que se pone feliz con la bebida en medio de altamar, pero a la vez lo pone en una situación desesperada.

Estados Unidos es un país donde la marginalidad acecha a cualquiera, donde lo puedes ganar todo y luego perderlo al segundo siguiente, pero donde muchos ni siquiera consiguen ese minuto de éxito. “Todos queremos encontrar paz. La necesitamos. Y prosperar. Paz y seguridad, si no tienes eso, puedo entender por qué uno se aferra a las drogas o el alcohol. Se necesita mucho trabajo para estar sano en este momento”, insiste la autora.

Mientras está en tierra, concretamente en Zanzíbar, se le acusa de asesinar a un compañero, Johnson, que también viene de su misma ciudad, Salem, Massachussetts. Eran amigos antes de zarpar y algo ha ocurrido para que McGlue acabe matándolo y acabe encerrado bajo cubierta hasta que el navío llegue a Estados Unidos. Es en la oscuridad de la bodega, donde el alcohol no llega, cuando el personaje se adentra en su propia noche oscura del alma, intentando recordar qué pasó con su amigo y por qué tiene una fractura en el cráneo que no sabe cómo se realizó. “Nos gusta ver a la gente portarse mal", dice sobre por qué tienen tanto éxito los libros con personajes retorcidos e historias duras. "Realmente mis personajes no son tan malos, pero hay algo liberador en que resulten molestos. Es catártico y nos hace sentir mejor de alguna manera. Cuando vemos a alguien haciendo algo que para nosotros es inmoral, injusto, cruel o nos hace sentir mejor que ellos. Juego con esto porque me gusta darles a los lectores la oportunidad de sentirse superiores, de experimentar el arte de esa forma, como una transformación. Siempre siento que las historias más valiosas tratan sobre esa transformación".

Es en esa confesión cuando la escritora nos sumerge en el alma del personaje y los lectores entendemos qué le pasó a este borracho. ¿Es McGlue un desalmado que no tiene en cuenta a los demás, o su forma de beber es un subproducto de su horrible lesión en la cabeza? ¿McGlue estaba usando a Johnson para financiar sus aventuras con la bebida, o hay algo más en su amistad que chocar botellas y visitar prostíbulos? A ello nos encamina la narración. “La primera persona para mi es como hacer teatro, como en un monólogo donde el protagonista cuenta su propia historia y me permite ser el personaje. Desde pequeña aprendí a leer partituras musicales, pues mis padres eran músicos y profesores. Ese sentido de la voz, de la melodía es la base de mi forma de pensar sobre cómo escribir y narrar. También me gusta usar la primera persona porque me permite ser más honesta con mis personajes”

El personaje está inspirado en un hecho real, un tipo que fue juzgado por asesinato y absuelto debido a que se encontraba bajo los efectos del alcohol y que había sufrido un traumatismo en la cabeza tras saltar de un tren en marcha. La autora vio la noticia y se adentró en una investigación de ese periodo histórico, 1850, y de esa ciudad con un pasado tan importante para la historia. Elige la primera persona y logra así que el lector entre en la cabeza de este tipo, detestable pero al que el relato intenta comprender. Ahí vemos la historia de amor o deseo o amistad, no se sabe, que recuerda a esa tosquedad masculina de Brokeback Mountain, la novela de Annie Proulx que adaptó al cine Ang Lee. “No es solo la represión sexual, pero muchas veces las personas que tienen una relación poco saludable con el sexo acumulan furia interna. Lo hemos visto justo ahora en los incels. Estos jóvenes que están furiosos con el mundo porque las mujeres deberían tener sexo con ellos todo el tiempo”.

En apenas 100 páginas intenta reconstruir lo ocurrido entrando en un complejo retrato de la culpa y la redención, temas profundamente americanos. “En realidad es más el viaje del héroe. Eso me lleva a preguntarme por qué estamos tan apegados a ese relato El héroe es alguien que reconoce algo mal y va y lo soluciona, como salvar el mundo. Nos gusta contar historias desde el lugar del enfermo, pero una vez ya ha salido de su enfermedad y su confusión. Nos gusta escuchar las dificultades de las personas, pero de aquellas que han sobrevivido, que las han superado, porque eso nos da esperanza”.

También McGlue es una mirada a la enfermedad mental, a la debilidad de muchos enfermos que en un capitalismo darwiniano, como el que empezaba ya a surgir en esa época y que ahora se ha disparado, caen sin ayuda en los peores designios. Precisamente en Mi año de descanso y relajación se ahondaba en esto, pero en la época actual. Una mujer que, como este marinero, acaba aislada, en este caso de forma voluntaria, de la sociedad. Si en McGlue se usa y abusa del alcohol, en su obra más famosa se acude a otras sustancias adictivas. “Es extraño lo que pasó con este libro. Fue más popular después de su publicación, no inmediatamente, sino en la pandemia, porque todos podían identificarse de una manera diferente con la historia. No era algo que hubiera predicho. Conectó con una generación más joven de lectores y lectoras. Mucha gente se me acercaba y me decía que había leído el libro cuando más lo necesitaba. Eso es fantástico. Creo que emocionó de una manera muy particular en un momento en el que todos estábamos asustados. Es un honor que haya sido así”.

Entre esos lectores que amaron el libro se encuentra Pedro Almodóvar. “Lo sé, me lo han dicho. Y creo que trabajar con él sería quizás demasiado bueno para ser verdad. Puede llamarme en cualquier momento”, dice sobre la posibilidad de que el director manchego pueda adaptar alguna de sus novelas, como ya se ha hecho en el caso de Mi nombre es Eillen, con Anne Hathaway. En el caso de esta novela, la primera que escribió, su adaptación podría ser una película a medio camino entre un cuento de piratas y un western, con olor a vómito, sangre, pólvora, whisky, sal, sudor y madera vieja. Y es que si Lou Reed consiguió en una canción contar qué era el auge y caída de un chute de heroína, Otessa Moshfegh ha logrado hacer lo mismo el alcohol. Una resaca y una abstinencia.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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