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Juan Pablo Villalobos: "Si solo escribimos la realidad violenta y dramática de México, incapacitamos imaginar un futuro y un país mejor"

El escritor mexicano, afincado en Barcelona, publica 'El pasado anda atrás de nosotros', una autobiografía ficcionada que nos cuenta el regreso a su país y a su pueblo para cuidar a unos padres enfermos. Una historia de paranoia, pasado, presente y memoria, que busca un futuro mejor

Juan Pablo Villalobos: "En vez de describir tanto la realidad violenta y dramática de México, imaginemos un país mejor"

Juan Pablo Villalobos: "En vez de describir tanto la realidad violenta y dramática de México, imaginemos un país mejor"

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Juan Pablo Villalobos nació en México en 1973 y vive en Barcelona desde hace veinte años. Allí trata de sobrevivir, advierte, pluriempleado. "Como hacemos los escritores, dando clases, talleres, escribiendo...". Dejar atrás un país violento y vivir tantos años en una ciudad tranquila le ha aburguesado, dice, en su forma de mirar la vida y en su escritura. Villalobos ha publicado todas sus novelas con Anagrama. Desde la aclamada Fiesta en la madriguera (2010) a Peluquería y letras (2022). Esta última está siendo adaptada al cine, como también lo fue No voy a pedirle a nadie que me crea (2016), Premio Herralde de Novela.

Juan Pablo Villalobos acaba de publicar El pasado anda atrás de nosotros, la tercera en la que el protagonista se llama Juan Pablo, después de No voy a pedirle a nadie que me crea y en Peluquería y letras. Dos novelas en las que la migración, el estar lejos de México y la búsqueda de un lugar donde vivir y desde el que mirar y narrar el mundo son las claves. En El pasado anda atrás de nosotros esa mirada, marcada por un contexto de violencia, cobra más importancia, se transforma en paranoia. Nos cuenta el regreso a casa, a su ciudad y a su país de Juan Pablo. Su padre ha sufrido un ictus y su intención es volver solo unos días, para cuidar a sus padres y saldar algunas deudas, personales y monetarias también, porque, "el dinero era la manera que tenía el pasado de perpetuarse". El narrador y con él los lectores sospecharán de todo, percibiremos la realidad como una amenaza, algo de lo que salir corriendo, escapar.

Cubierta de 'El pasado anda atrás de nosotros', de Juan Pablo Villalobos / Anagrama

Antes de entrar en La Zanja, que es como se titula la primera parte de la historia, que le dedicas a los hijos de tus papás, vemos una fotografía: bienvenidos a Lagos de Moreno. Y hay otras dos fotografías muy recurrentes a lo largo de la novela, la del casquillo de una bala y la de una pastilla. ¿Por qué el uso de estas imágenes?

Esto está en el origen de la escritura de la novela, aquí sí que está la parte autobiográfica. Tengo un grupo de WhatsApp con la familia, donde se intercambian muchos memes y muchas bromas sobre la actualidad del país, pero también noticias sobre la salud de los padres, que es algo muy importante en la novela. Sobre lo que está sucediendo en el pueblo, el pueblo donde siguen viviendo dos de mis hermanos. Los otros tres nos hemos ido de allí, dos de mis hermanos están en Guadalajara, la capital del Estado, y yo en Barcelona. Mis hermanos que se han quedado, los pequeños que están en el pueblo, nos van informando sobre los chismes locales, los cotilleos, pero también sobre cosas graves como el estado de descomposición social que sufre el pueblo desde hace unos años por el tema de la violencia del narcotráfico. Una mañana me levanto y veo una fotografía que nos ha enviado mi hermana, que es la fotografía que está en el libro, es su mano. La mano de mi hermana sosteniendo el casquillo de un lo que llamamos cuerno de chivo, una AK-47. Estos casquillos estaban en la calle porque había habido un tiroteo en la madrugada. A partir de aquí yo empiezo a imaginar una trama, donde tiene que ver una historia del pasado, de mi infancia, y una historia del presente. Tiene que ver con cómo se van transformando las historias que podemos contar con los que crecimos en lugares pequeños, en pueblos que eran muy tranquilos y muy aburridos, y cómo aparentemente no había nada que contar allí. Y de pronto volvemos 20 años después y descubrimos que ese lugar se ha transformado tanto que es el escenario de una novela negra.

El protagonista se insiste a sí mismo a lo largo de la novela que estos días que iba a pasar en México serían "un intermedio, una pausa en su vida real en el extranjero". ¿Qué es la vida real, Juan Pablo?

Yo creo que este este es uno de los aspectos más importantes de la novela, que es que los que nos vamos, dejamos atrás a la familia, a los amigos, la cotidianidad que teníamos en esos lugares que siguen transformándose y nos volvemos una especie de traidores por haber dejado aquello atrás y sospechosos, vamos a decirlo así. Pero lo que más me interesa es que cuando vuelves, miras las cosas de una manera distinta y en mi caso a través de la óptica de haber vivido 20 años en Barcelona. Es decir, es la novela que escribe alguien que ha vivido 20 años no en cualquier lugar, sino particularmente en la ciudad de Barcelona y el narrador insiste mucho en que su vida en el extranjero es muy tranquila, que su vida es muy estable, que nunca pasa nada, que su familia está muy cómoda. Digamos que hay un cierto aburguesamiento en el narrador que es importante para entender también cómo percibe la realidad que ha dejado atrás.

El protagonista no habla de su vida en el extranjero con nadie por miedo a que le roben, le extorsionen o le secuestren. Se fue al extranjero "huyendo de etapas oscuras" porque en Jalisco y en México hay mucha violencia. Balaceras, cárteles controlando el territorio, corrupción administrativa... y su vida ahora era, leo: "apacible, monótona, segura, nunca pasaba nada fuera de la rutina, era muy difícil que ocurriera algo inesperado, y esa era, de hecho, una de las razones por las que no había regresado a México". ¿Es una de las razones por las que tú dejaste México? Y esa violencia, aunque ni tú ni el protagonista la haya vivido en sus propias carnes, ¿cómo ha marcado tu escritura?

Ahí sí que está la ficción, a mí no me ha pasado nada ni he tenido ningún tipo de situación de violencia más allá de la paranoia, que es importante para el narrador, el imaginar lo que podría pasar. Pero sí que ha sido importante para la escritura. A mí me gusta mucho, y está en todas mis novelas, que la trama sea muy enredada, que haya muchas sub-tramas, muchos personajes, historias que aparentemente van a ir a un lugar, pero se desvían. Explorar las posibilidades narrativas que tienes habiendo nacido y crecido en un determinado lugar y después explorando tu propia vida, a dónde te lleva. En mi anterior novela, Peluquería y letras, había llegado a una especie de callejón sin salida, porque esa vida tan tranquila y cómoda en Barcelona me dejaba sin cosas que contar. Qué cuento si aquí estoy tan bien, el nivel de estabilidad y de aburguesamiento es tal, que parece que ya no hay nada que contar, para qué escribir, que es lo que se plantea el narrador de la anterior novela. Y ahora la vuelta a esa realidad digamos que es una vuelta al pasado un tanto fantasmal. Los que nos vamos, cuando volvemos, ni somos nosotros los mismos ni el lugar al que llegamos es ya aquel que recordamos. Y vamos como vagando por ahí, por los lugares que paseamos en nuestra infancia, en nuestra adolescencia, encontrándonos con la gente que está siempre más gorda, más borracha, más canosa, más acabada. Ese juicio siempre cruel con el que vemos a aquellos que se quedaron. Y esa disputa también por la memoria entre los hermanos y los amigos que recuerdan las anécdotas que compartieron y cada uno da sus versiones.

"Hay que ser cuidadoso también con el lenguaje", en México, no hablar a la ligera de que alguien ha desaparecido, por ejemplo, "hay verbos que solo se deben usar en situaciones muy específicas". ¿Has tenido miedo a la hora de escribir?, ¿has tenido que ser cuidadoso con el lenguaje?

Miedo no lo sé, pero hay una reflexión que creo que sí es importante sobre cómo usar el lenguaje, porque puedes estar confirmando prejuicios o de alguna manera ratificando un mundo con el que tú no estás de acuerdo. Ahí hay una reflexión que no pasa por el miedo, pasa más bien por una frase que a mí siempre me me ha influido mientras escribo, una frase de Ursula K. Le Guin, la escritora de fantasía, que dice que no se puede cambiar el mundo, si no se cambia el lenguaje. Estoy muy de acuerdo con esa frase y creo que las realidades, sobre todo las tan violentas como la mexicana, requieren de una reflexión también sobre el lenguaje, sobre cómo usamos las palabras para no estigmatizar, para no revictimizar. Para que seamos capaces, sobre todo, de imaginar un país distinto, que eso es lo que a mí más me preocupa. Es decir, si escribimos una realidad tan terrible, tan violenta, tan dramática como la mexicana, si simplemente la representamos para horrorizar al lector, para asustarlo, para sacudirlo como se dice ahora en las fajas de los libros: te removerá las tripas. Pues yo no quiero que me haga eso un libro, por qué habría de leerlo. Si solo buscamos este efecto de horrorizar en este tipo de textos apocalípticos, estamos contribuyendo a incapacitar a la gente su posibilidad de imaginar un futuro. Y creo que pasa por el lenguaje, una reflexión sobre qué país podemos imaginar, qué México podemos imaginar dadas las circunstancias actuales.

Para cambiar el mundo, hay que cambiar primero el lenguaje. Para cambiar el lenguaje, quizá haya que empezar primero por el universo más personal, el familiar. "La comunicación familiar está hecha de silencio, un sistema que informaba por debajo de las posibilidades del lenguaje y que nos obligaba todo el tiempo a hacer suposiciones. Un sistema de comunicación ineficaz, que daba origen a infinidad de chismes, confusiones, agravios, malentendidos, que volvían emocionante la vida de la familia". No sé si en vuestro grupo de WhatsApp familiar hay más silencios que memes, si es así el lenguaje de todas las familias. ¿Por qué nos cuesta ser más claros, directos y sinceros con nuestros seres más cercanos?

Quizás sucede un poco en todos los lugares, pero particularmente en esa región de México hay un uso del eufemismo que me resulta verdaderamente excesivo. No se dice nada claramente, hay que estar todo el tiempo adivinando, qué es lo que el otro quiso decir con esa frase, hay que estar suponiendo. Que eso es algo que le sucede al personaje también y que le recriminan también los demás, ¿no? Porque lo que nos sucede a los que nos vamos también es que nuestra manera de hablar se queda congelada en una lengua mexicana que hablábamos hace 20 años y no estamos tan al tanto de cómo está evolucionando. Y por más que nos esforcemos, cuando volvemos se nos recrimina que hablamos distinto, que hemos incorporado otras expresiones que son de otro lugar, ahí está el tema de la traición, la traición empieza por la manera de hablar, por la lengua. No son tanto los silencios como los eufemismos que encubren no solo los secretos familiares, sino toda una manera de ver el mundo que pasa por no aceptar la verdad, por no aceptar la realidad. Y volviendo al tema de la violencia, me parece muy entendible, muy normal que la gente no quiera ver la violencia de frente. Es decir, si tú aceptas y nombras las cosas y dices que la situación en Lagos de Moreno es así de terrible, prácticamente sería imposible seguir viviendo allí.

El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos en una entrevista con la Agencia EFE. / Alejandro García

Juan Pablo y su amigo Everardo tienen una apariencia de "profesionistas clasemedieros". En la novela subyace también un retrato social, de clase: "las mismas familias que habían concentrado el poder económico en la colonia, hacía cientos de años, eran las que continuaban controlando la vida del pueblo". ¿La huida de la clase también es una huida frustrada?

Sí, bueno, clasemedieros en México significa quién sabe qué, porque la clase media está permanentemente amenazada y una mala decisión te manda de vuelta a la pobreza. Eso sucede permanentemente, la precarización. Yo crecí en los años 80, que era una época muy inestable, de hiperinflación, devaluaciones y mi formación política vino en esos años, escuchando a mi padre y a mis tíos permanentemente quejándose sobre cómo el patrimonio que habían podido acumular hasta ese momento, se les iba. Todos sus negocios quebraban. Cómo se veía amenazado todo aquello que gracias a la educación que habían podido recibir de sus padres. Mi abuelo no fue analfabeto, pero tuvo que dejar la escuela por la revolución de 1910 a 1921, la Revolución Mexicana. Mi abuelo tuvo que dejar la escuela y siempre tuvo como esa especie de trauma de no haber podido estudiar y él sí le dio educación a sus hijos. Mi padre y mis tíos son la primera generación de mi familia que son profesionistas liberales, médicos, abogado,s ingenieros, etcétera. Y nosotros, que somos los hijos, obviamente todos fuimos a la universidad, recibimos ese legado. Pero ya encontramos un contexto, que es la implantación, en los años 80 y 90 en México, del neoliberalismo más salvaje, más radical. Encontramos un contexto que nos expulsa, porque no hay oportunidades, porque todo está lleno de empresas que abusan, contratos basura, etcétera. Y vemos cómo esas posiciones que las familias habían ido ganando, van retrocediendo.

"En los años 80, antes del éxito internacional del tequila, cuando íbamos de vacaciones a Guadalajara, a visitar a mi abuela materna, el paisaje era otro, mucho más variado". ¿Cómo ha cambiado el paisaje de México desde aquella infancia? ¿Qué ha cambiado para bien y qué se ha perdido para mal?

Digamos que se ha homogeneizado, como ha sucedido no solo en México, sino en muchos lugares a partir de la globalización. Ha cambiado el paisaje. No solo el urbano, lleno de franquicias, de las mismas tiendas, los mismos restaurantes; sino también en este caso el paisaje rural. Pensemos que Jalisco es el Estado del tequila y en los años 70 y 80 todavía era una bebida muy local e incluso volviendo al tema de clase, durante muchos años el tequila era una bebida de los pobres, que no tenía prestigio. Hasta que en los años 90 viene el boom del tequila, que ahora le sucede lo mismo al mezcal, y eso ha transformado el paisaje. Por ejemplo lo que le sucede al narrador con la autopista que conecta la ciudad de Lagos de Moreno con Guadalajara. Era una autopista con su paisaje diverso y ahora tiene kilómetros y kilómetros de agave, de un paisaje monótono porque hay que cumplir con las cuotas de tequila que está exigiendo el mercado ruso, el mercado japonés, el mercado americano, etcétera.

Volviendo a la familia, también está el tema de los cuidados. Juan Pablo tiene que cuidar a sus padres. ¿Es este el punto de inflexión más crucial de nuestras vidas? Cuando a partir de los 40 o 50 nos convertimos en cuidadores de nuestros padres, dejamos de ser hijos. Antes de que se produzca el fallecimiento de un progenitor, claro.

Sí, digamos que en el nivel más profundo de la novela está el proceso de un hijo por asumir su lugar como cuidador, como padre. A pesar de que yo soy padre y de que el protagonista de la novela es padre, digamos que no ha asumido el todo ese lugar, sigue asumiéndose como un hijo y sigue asumiendo su lugar en el mundo a partir de sus hermanos, más que de sus hijos. Y a partir de ahí hay una serie de decisiones que tienen que ver con la culpa y con la responsabilidad, que definen el lugar en el mundo que tiene ese personaje, y que de hecho es lo que le van a provocar una serie de accidentes, malentendidos, que son los que mueven la trama. La trama la mueve el el hecho de que ese personaje no sepa reaccionar, no sepa cómo actuar en el mundo, digamos que la realidad le va apabullando, le va persiguiendo, le va a amenazando y él, cada vez que decide algo, se equivoca. Es como un personaje de una especie de comedia de enredos. Es un mecanismo que a mí me gusta mucho, esta novela no sé si es tan cómica como otras, si tiene humor, quizás es un humor muy negro, pero sí que es un mecanismo de la comedia de enredos, es una comedia de enredos.

 
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