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Anna Maria Ricart y Joan Arqué: "No hemos aprendido nada, apartamos y dejamos morir a los viejos en las residencias"

'Moríos' es una obra sobre nuestros viejos y viejas, sin eufemismos, y sobre los cuidados. La dramaturga y el director teatral reflexionan sobre cómo tratamos como sociedad a los más mayores: sus sueños y deseos, sus miedos y soledades. Un canto a la vida

Anna Maria Ricart y Joan Arqué: "No hemos aprendido nada, apartamos y dejamos morir a los viejos en las residencias"

Anna Maria Ricart y Joan Arqué: "No hemos aprendido nada, apartamos y dejamos morir a los viejos en las residencias"

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Mariángeles Durán de las Heras, investigadora del CSIC especializada en el análisis del trabajo no remunerado, afirma: "En las sociedades contemporáneas desarrolladas, la cantidad de personas que necesitan cuidados y que no son niños pequeños aumenta constantemente. Y eso significa que necesitamos un número muy grande de personas que estén cuidando. Antes, en las familias, había muchos hijos y sobre todo hijas que podían repartirse el cuidado. Ahora hay menos hijos, y las hijas están todas trabajando, con lo que urge una respuesta colectiva, social y política. El cuidatoriado tiene una revolución que está pendiente".

Con esta advertencia pretenden prender la mecha de la revolución Anna Maria Ricart Codina y Joan Arqué, miembros del colectivo o equipo multidisciplinar Cultura i Conflicte, que el año pasado nos presentaron Hay alguien en el bosque, una obra que nos impactó, sobre las mujeres violadas en la guerra de los Balcanes.

Ariadna Gil en 'Hay alguien en el bosque' / Cultura i conflicte

Después de su estreno en Festival Temporada Alta, Moríos llega al Teatro de La Abadía en Madrid. Anna Maria Ricart escribe este texto que dirige Joan Arqué. Una obra sobre nuestros viejos, sin eufemismos, y los cuidados. Dos temas que les suscitaron muchas preguntas a raíz de la pandemia. Por un lado el cuidatoriado, cuidar, "algo que deberíamos tener todos más en la cabeza a la hora de vivir, porque nos hemos convertido en una sociedad muy individualista", advierte Ricart. Por otro nuestros viejos, "a los que no nos gusta mirar en esta sociedad con un culto a la juventud impresionante", añade.

Los dos, dramaturga y director, pasaron la covid durante la pandemia. Arqué estuvo en una unidad de cuidados intensivos, vio de cerca a la muerte, dice. Pero la idea de este proyecto surge del primer confinamiento decretado en España, el de la ciudad de Igualada. Y del trato que recibió la gente mayor en las residencias. Ahí empezó un proceso de investigación parecido al de Hay alguien en el bosque, decenas de entrevistas con médicos, sociólogos, viejos de diferentes edades y familiares que no pudieron despedirse de ellos.

Precisamente durante lo más duro de la pandemia, cuando pensábamos que era el fin de nuestra civilización, se recuperaron unas palabras de la antropóloga y poetisa Margaret Mead, que salen también recogidas en Moríos. La obra comienza con esta advertencia que hace la Virgen María: "La especie humana está colapsando. Hemos llegado al final de nuestra civilización. Hay gente que lo afirma de forma contundente. Por lo menos, nos estamos acercando al final de una manera bastante... digamos acelerada. Y todos sabemos que si no hacemos nada emocionalmente inteligente vamos a desaparecer".

Para Margaret Mead el primer signo de civilización fue un fémur fracturado y sanado. Explicaba que en el reino animal, si te rompes una pata, mueres. No puedes huir del peligro, no puedes beber, buscar comida, eres abandonado a tu suerte. En la vida salvaje, un fémur nunca sana porque solo puede hacerlo si alguien se preocupa de cuidar al herido. Y durante el confinamiento se reivindicaron mucho y se aplaudieron los cuidados. Los cuidados como origen o base de la civilización, pero para que haya cuidados tiene que haber empatía primero.

Si vivimos en una sociedad tan individualista, tan insolidaria, ¿estamos condenados a la extinción? Y ¿cómo puede el teatro fomentar esa revolución, esa respuesta colectiva social y política?

Anna Maria: Yo personalmente sí creo que estamos condenados a la extinción, porque durante la pandemia nos dijeron y nos dijimos que de ella saldríamos mejores y no creo que hayamos salido mejores. Así que urge un cambio en nuestra en nuestra mentalidad, en nuestra inteligencia emocional, de preocuparnos por los demás, de cuidarnos a nosotros, a los demás y al planeta. Es esta revolución pendiente la que debería haber surgido de la pandemia y no. Quizás soy demasiado pesimista. Hemos querido poner delante de nuestros ojos, en el teatro, a esta gente mayor, a esta gente vieja, y hay dos líneas dramatúrgicas. Una es una mujer sola y otra es los viejos que viven en una residencia. Ponerlos encima del escenario, escucharlos y verlos, porque a veces escondemos estos cuerpos viejos, ya no son bonitos de mirar, entre comillas, eso nos dice nuestra sociedad. ¡Y no digamos de amar o de tocarse! Esta obra es un canto a la alegría, a vivir, a bailar y una invitación a reflexionar, porque todos hemos tenido mayores a quien cuidar o que estamos cuidando y porque nosotros llegaremos allí.

Joan: Estoy bastante de acuerdo, lo único que intento ser un poco optimista y ponerle esperanza, por favor, también por necesidad mía de de supervivencia, ¿eh? [risas]. Tengo algo de optimista dormido.

Anna Maria: A ver, no he querido ser demasiado pesimista, pero a veces ves el mundo y dices ay, no vamos bien, pero Moríos es un título irónico, esta cosa que parece que digamos a nuestros mayores: moríos ya, porque no os necesitamos, no sois productivos, no servís para nada. La obra es un grito a la esperanza, a verlos con otros ojos y a escucharlos, porque en muchísimas reuniones que hemos tenido en Cultura i Conflicte sobre este tema, salía esta cuestión de que infantilizamos a los mayores, los tratamos como a niños, cuando han tenido unas vidas espectaculares. Han sido personas fuertes con unas historias increíbles y ahora los estamos tratando como si fueran niños pequeños. Y es lo que se tiene que poner en un primer plano, porque parece que son personas que como ya no sirven, las apartamos para que no hagan ruido, apartados en una residencia.

Escena de 'Moríos' / Marta Garcia Cardellach

"Las izquierdas nos han abandonado", dice Oriol, uno de estos viejos que está en una residencia. ¿Compartís esta reflexión?

Joan: Sí se les ha abandonado, a los viejos se les abandonó claramente. Lo que pasó en la pandemia no es casual ni puntual, para mí es la gota que colma un vaso, es el reflejo de cómo se ve a la gente mayor, cómo se la trata. Con todas las excepciones, que las hay, hay historias muy bellas, pero a nivel de sociedad se les apartó. Cómo se actuó en la residencias, cómo se actuó con la gente mayor es de una pobreza de espíritu muy grande. Una falta de humanidad muy grande. Decir que la izquierda nos ha abandonado suena a una provocación, pero es de la izquierda de quien más esperamos.

Anna Maria: Exacto.

Joan: Por proximidad, por ideología, porque la izquierda está más cerca de lo humano, de lo humanista, de lo social. Y a nuestra política le falta humanidad, volverse humanista. Nuestra economía, que sea humanista. Si nos regimos por órdenes económicos, todos nosotros llegaremos a un punto de la vida en el que no seremos productivos ni reproductivos. Esto no se puede convertir en moneda de cambio, estamos fallando a la gente mayor, pero también a nosotros mismos. Por eso seguimos protestando, porque hay un fallo en el sistema, en su estructura, que tuvo un precio muy alto. Y porque vamos a ser mayoría la gente mayor en un futuro no muy lejano. Y como nos decía Mariángeles (Durán de las Heras, la investigadora del CSIC), va a haber un problema con los recursos públicos. ¿A dónde se destinan estos recursos? Va a haber una lucha generacional por el uso de estos recursos, por otro lado generados por años de trabajo y dedicación. Ahí tiene que haber una reflexión urgente.

Oriol es además un anticapitalista, "vivir más es consumir más años en este sistema", advierte. Los viejos son despreciados por el edadismo, como contáis en la obra, pero despreciados también por el capitalismo. Nos lo advertía también hace ya un año y medio Magüi Mira cuando nos presentaba Adictos: "vivimos en una sociedad que desprecia a los viejos, porque no consumimos. Como no consumimos, no interesamos, por esta adicción al consumo, al dinero". Decía Mark Fisher que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Creo que estáis de acuerdo.

Anna Maria: Absolutamente, absolutamente de acuerdo. El personaje de Oriol se pregunta: ¿nos queréis muertos porque no servimos para nada o nos queréis vivos para que consumamos y consumamos? Como decía Joan, vamos a ser mayoría la gente mayor dentro de poco y el capitalismo se está abriendo y lo está integrando. Cada vez hay más productos de todo tipo y servicios para gente mayor. Hoy en día los viejos tienen más poder adquisitivo que los jóvenes, así que esa es la dicotomía en la que estamos: ¿queréis que nos muramos o que sigamos viviendo para seguir consumiendo?

¿Cómo ha sido el proceso de investigación?, ¿qué habéis aprendido en esas entrevistas o conversaciones con los viejos?

Joan: Por un lado, hablando con sociólogos, que el hecho de cuidar es más antiguo y menos civilizado de lo que creemos. Los neandertales ya tenían formas de cuidar, adaptadas al tiempo y muy conscientes, aunque para nosotros nos quede muy lejos todavía el concepto de civilización. Pero cuidar a la gente viene de lejos. y luego toda esta investigación nos ha enseñado algo muy importante. Hay un nexo en todas las historias que se llama soledad. Una soledad no querida, una forma de aburrir la vida por no poderla compartir, por no poderla socializar. Hables con quien hables, viejos, gente experta y gente joven, existe ese nexo, los mayores miedos y reflexiones son sobre la soledad. Soledad cuando sean viejos, el verse solos. Si esta conciencia está tan arraigada en todos y sabemos cómo atacarla, es un poco mezquino obviarla.

Anna Maria: También que son viejos con sueños y alegrías, con ganas de bailar.

Como la María Luisa de Juan Mayorga. Hay baile, hay cuerpo, hay danza con coreografía de Sol Picó. ¿Cómo es la puesta en escena y qué aporta la danza, el baile al espectáculo?

Joan: Pues mira, decimos que hay que bailar la vida porque hablando de todo esto, parece que la obra tiene un peso que te quieres cortar las venas. Y no, es un canto a la vida, mostrar la vida como es, hay reivindicación y queja, pero también humor. Y el baile permite poner el cuerpo en el epicentro de la historia. Porque la mayoría de apreciaciones respecto a la idea de viejo vienen dadas por observación del cuerpo. Esto creo que es una de las grandes tragedias humanas, cuando el alma, el pensamiento, la cabeza sigue siendo la de aquel chico joven, pero que no se corresponde con la respuesta del cuerpo. Sol Picó también estaba en un momento de su vida en el que quería poner el ojo de la creación en esta dirección. Eso nos posibilitó trabajar juntos y hace que también el grupo, la compañía, sea como ecléctica en este aspecto. Hay gente que viene del mundo de la danza y gente que viene del mundo del teatro. Hay bailarines, está Montse Colomer, que lleva muchos años también siendo coreógrafa de muchos espectáculos, Arthur Rosenfeld que viene directamente de compañías como Pina Bausch. Traspasa lo teatral.

Es efectivamente una obra muy luminosa, con mucho humor y ternura. ¿Cómo ha sido manejar el humor para no caer en ese infantilismo, paternalismo y condescendencia con los que tratamos a los viejos?

Anna Maria: A mí me gusta mucho siempre introducir el humor, porque creo que forma parte de la vida, es una manera también de verla y de vivirla. Y porque en el proceso de investigación estuve hablando con mujeres que me hacían reír, me contaban sus penas, pero las contaban desde un lugar de vida que era imposible no sonreír con ellas, con sus historias. El humor para mí es muy importante y más en este tema. Todo lo podemos tratar con humor, esto también, y podemos reírnos de nosotros mismos como ellas, hablando conmigo, se reían de ellas mismas.

La obra de teatro viene acompañada de un espacio fotográfico itinerante y una propuesta educativa. Contadme un poco más.

Joan: Son dos exposiciones distintas, una a modo documental, de experiencias narradas y fotografiadas. Personas que quisieron dar testigo de lo que era para ellos este estado de la vida. Una muestra de Oriol Casanovas. La otra es un peepshow, un peep show de Marta Cardellach, donde tú te puedes acercar y por pequeñas mirillas, ver aquello que puedes considerar o que mucha gente considera obsceno de la gente mayor, de nuestros viejos. Aquello que no debería ser visto, todo aquello que debería pasar fuera de escena. A partir del peep show creamos ese espacio íntimo donde alguien, de una forma casi ilegal, pero perversa y personal, puede llevar a cabo su fantasía. Fantasías que todos tenemos, pero que el espectador no querrá ver realizadas por viejos. Las imágenes que se ven allí para mí son de una gran belleza, poco habituales y son reales, las hemos encontrado. No quiero concretar porque haría un spoiler que destrozaría la sorpresa, pero son poco habituales y ya te digo que que nos sorprendieron a nosotros mismos y son interesantes de ver. No hieren a ninguna mirada ni a ningún pensamiento. Es muy interesante descubrir esta vida que existe y que reclama ser vista y dejar de ser invisible.

Anna Maria: Si me permites añadir, Joan, en la obra hay un aspecto en el que no quisimos entrar porque daría para otra obra. Y no queríamos tampoco que fuera anecdótico, que es todo el tema del erotismo y la sexualidad de la gente mayor. Porque existe es una de las cosas, como decía Joan, que no queremos ver. Y este peepshow va un poco dirigido en este sentido una obra en la que no hablamos del sexo de la gente mayor, y deberíamos hacerlo, pero no queríamos dejarlo en una anécdota. Tendríamos que hacer otra obra o una obra de tres horas.

 
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