Antónimo Machado

El coche iba despacio porque queríamos ver las luces, y mi padre, el 127 recién estrenado, bajaba por la calle Balmes. Entonces, las noches eran más grandes. Cabía en la noche toda la ciudad, y aún sobraba espacio. Y también cabíamos todos dentro del coche. Mi hermana, mis primos, yo, mirábamos por la ventanilla de atrás las luces de Navidad. Más que ventana trasera, el 127, tres puertas, tenía una pantalla de cine. Veíamos cinéma vérité, pero lo llamábamos: la gente irse. Y, sin embargo, éramos nosotros quienes nos íbamos, y las calles seguían en su sitio. Luego, mi madre decía: ¡Ya hemos visto bastante! Y volvíamos al barrio. Aquellas luces no pertenecían a nuestro mundo. Estábamos solo de paso. Turismo de ver bombillas de colores, y regresar a los bloques, donde también era de noche, y los perros que siempre iban con nosotros, con la pandilla, ya estarían durmiendo por ahí. “Vale la pena tener un Sopena”, así, haciendo ripios, llegaba en forma de regalo el diccionario de sinónimos. Los Reyes Magos de antes les llevaban diccionarios a los niños. No había informe PISA, solo había ganas de aprender. Yo creía que polvorón y mantecado eran sinónimos y, aunque ahora sé que son antónimos, no he aprendido todavía a distinguirlos. Escribo mantecado, pero en casa decíamos mantecao. Las palabras son más verdaderas dichas que escritas. El mundo se dividía entre quienes se comían el mantecado hecho migas y la gente que lo apretaba en el puño para no que no se le desmenuzara. Sin embargo, entre la gente del rosco de vino y la del rosco de anís no se hacía esta distinción. Parecían más sinónimos que antónimos. Al calor del informe PISA, quisiera felicitar estas fiestas a todos los antónimos del mundo, incluido Antónimo Machado.