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Los puentes

"Se aprende oyendo hablar. Y el miedo por dentro estaba en todas partes. Salía del Gobierno, la dictadura. Me acuerdo del miedo a hablar, y del miedo a preguntar"

Los puentes

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El primer puente que crucé eran unas tablas de madera. Lo llamaban la pasarela, pues no se trataba de otra cosa. El río, el Besòs, también podía cruzarse andando, ya que su agua no llegaba ni a las rodillas. Pero eso era mejor en verano y para ir descalzo o con sandalias de goma. Como había muchas fábricas, el agua bajaba con rulos de espuma, producto de los vertidos de las industrias químicas, que había más arriba. El agua siempre estaba marrón, pero yo la veía gris, igual que el cielo hecho de virutas de soldaduras, de cenizas de metal, y lo mismo que el acero lluvioso de las torres de alta tensión, solemnes como los dos atletas que levantaron el puño con el guante negro, en México. Las torres acompañaban al río hasta el mar, y con sus cables gordos y peligrosos lo llevaban en andas, en una procesión quieta y perpetua. Si venía alguien de frente, la pasarela temblaba como en las películas de Tarzán, y a las mujeres les daba miedo. Crecimos pensando que a las mujeres les daban miedo las cosas, y que a nosotros no nos tenía que dar miedo nada. El miedo existía por dentro y por fuera. El miedo por fuera estaba en los programas del doctor Jiménez del Oso. Era doctor, pero la gente se confundía y le llamaba profesor. Esto ocurría porque llevaba un boli, como los doctores. Sin una tiza, no hay manera de ser profesor. Tuvimos una maestra que, en vez tiza, decía caolín. Se aprende oyendo hablar. Y el miedo por dentro estaba en todas partes. Salía del Gobierno, la dictadura. Me acuerdo del miedo a hablar, y del miedo a preguntar. Aún se ve en los actos públicos. En invierno, la gente se tapaba la boca con la mano cuando salía de casa para que no le entrara el aire frío. Crecimos oyendo decir: ¡tápate la boca! La boca sabía a lana. El mundo siempre es mejor cuando hay puentes.

 
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