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Los corporales de Daroca

Bastará, pues, con echar un vistazo a la fachada de la Colegiata de Santa María de Daroca (llamada La Colegial por sus parroquianos) para contemplar una representación clara del llamado «milagro de los corporales», cuyo origen se remonta a 1239. No en vano, este episodio marcará sólo el inicio de una larga cadena de hechos sobrenaturales relacionados con el «cuerpo de Cristo» que se multiplicarán en esas fechas por toda Europa

Basilica and Royal Collegiate Church of Santa María la Mayor de los Reales Alcázares de Úbeda, Jaén, Andalucía, Spain / Juan Carlos fotografia

En contra de lo que pudiera suponerse a priori, el escenario del milagro no fue Daroca, sino las afueras de la ciudad de Valencia, entonces recién arrebatada a los moros por el rey Jaime I el Conquistador y asediada de manera permanente por las tropas sarracenas del rey Zaén. Cuenta una piadosa tradición que, ante la inminencia de un ataque masivo de los infieles, el propio rey don Jaime manda a Berenguer de Entenza a proteger un promontorio cercano a Luchente. Entenza decide entonces que se realice una misa al aire libre, con la sana intención de fortalecer espiritualmente a sus hombres antes de la batalla, y encarga los preparativos a Mateo Martínez, sacerdote de Daroca.

Apenas hubo terminado la ceremonia, los sarracenos lanzaron un furibundo ataque contra los cristianos. Mosen Mateo, asustado, decidió esconder las seis hostias que le sobraron de la misa. En vez de ingerirlas, las envolvió en un paño o corporal, y las ocultó bajo unas piedras. Y ahí ocurrió el milagro.

Al acabar la batalla, y mientras los sarracenos se retiraban, el sacerdote empleó todo su esfuerzo en localizar los «cuerpos de Cristo» que había ocultado horas antes. Tras varios barridos de la zona, dio con el corporal... pero las hostias ¡se habían convertido en carne y habían empapado de sangre el lienzo! No había duda: allí podían verse con claridad seis manchas de sangre circulares, como las formas que horas antes ocuparon aquel lugar y cuya mutación obedecía por fuerza a un claro signo divino.

Como era de esperar, la posesión de aquellos corporales fue un tema muy debatido entre los hombres de Entenza. Aunque las formas de carne desaparecieron pronto, eso no impidió que las localidades de Teruel, Calatayud y Daroca —las que más hombres tenían destinados en aquel frente— pugnaran por la posesión de manchas tan milagrosas. Finalmente, y tras varios sorteos sospechosos, se depositó la responsabilidad de la elección en una mula sarracena que debía decidir, con los corporales a cuestas, qué ciudad era más de su conveniencia. Exhausto de tanto vagar, la bestia cayó de bruces a las puertas de Daroca, muy cerca de donde hoy se encuentra la Colegiata de Santa María. Y justo allí reposan hoy tanto el pedazo de tela manchado como los huesos de la mula.

Quien desee verlos, sólo debe dirigirse al museo parroquial, donde se le mostrará la tela de la discordia rodeada de imágenes alusivas al milagro más famoso de la cristiandad por aquellos heroicos días, y del que se tienen referencias escritas exactas que se remontan a 1261. Algo, por cierto, bastante infrecuente en esta clase de asuntos.

 
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