Sociedad

"No sé lo que le van a meter de cárcel, pero no voy a poder soportarlo": el sufrimiento de las familias fuera de la prisión

Los voluntarios se convierten en la conexión necesaria entre los que están dentro y los que están fuera, sin la rigidez del sistema penitenciario

"No sé lo que le van a meter en la cárcel, pero no voy a poder soportarlo"

"No sé lo que le van a meter en la cárcel, pero no voy a poder soportarlo"

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Madrid

Una sala de apenas 20 metros cuadrados y mucho dolor concentrado alrededor de una mesa de reuniones ovalada. En el medio, una jarra de agua y vasos apilados para ayudar a que las palabras salgan cuando la emoción las ahoga. No se juzga ni se cuestiona, ellos también son víctimas. Son madres, padres, parejas o hermanos de presos de Soto del Real acusados o condenados por pertenecer a bandas juveniles, tráfico de drogas, atracos, o violación...

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Ellos sufren otra condena, la del estigma y el sentimiento de culpa por no haberlo evitado. Y eso no es fácil de reconocer, delante de desconocidos, en una primera reunión, y cuando tienes que contar que tu hijo está en prisión por haber violado a una mujer. Testimonios desgarradores.

Hace poco más de un año, después de cenar juntos, ella se fue a dormir y él se quedó jugando a la consola en su habitación. Acababa de aprobar unas oposiciones. Por la mañana, muy temprano, la despertó el teléfono: "A mi hijo lo habían detenido porque había violado a una muchacha". Quien la despertó aquella mañana era la madre de su novia. Un vaso de agua y unos pañuelos de papel para poder seguir, porque ella quería contarlo. Su hijo con 32 años y ahora en tratamiento psiquiátrico, pasó los primeros tres meses en la enfermería. "No sé lo que le van a meter de cárcel, pero yo no lo voy a poder soportar, creo que no".

¿Cómo está él ahora? Esa es la pregunta con la que uno de los cuatro voluntarios que están en la misma sala trata de ganar tiempo para que respire. "Él necesita ayuda, pero yo también, porque no voy a estar aquí mucho tiempo". Los voluntarios de entidades como Solidarios o FERMAD les acompañan en el proceso de asumir lo que ha pasado, que entiendan que ellos no son los culpables de lo que han hecho sus hijos. Alguien a quien contar lo que nunca contarían fuera de esa sala.

El testimonio de las otras víctimas: la familia

Un matrimonio espera su turno para hablar. Lo hace ella, su marido a su lado no dice nada. Sabe que se está grabando. Solo audio. La única condición que han puesto es evitar nombres o dar cualquier detalle personal que pueda llevar a identificarles. Pero el miedo a que le puedan reconocer en su trabajo, donde no saben que su hijo cumple condena por haber estado en una banda juvenil, hace que no diga nada hasta que termina la reunión y la grabadora se apaga. "En mi trabajo no saben nada, y quiero que siga siendo así".

En esa sala, convertida en válvula de escape y terapia colectiva, se habla, se escucha, se llora y también se ríe. Risas nerviosas, con las que rompen la tensión. "Los amigos desaparecen, como en los divorcios". Ellos, los presos, han perdido amigos o parejas, pero los que se quedan fuera, también. Sufren la condena de la vergüenza, las miradas en las que sin pronunciar una palabra se puede escuchar "qué habrán hecho para que su hijo haya terminado en una banda o robando a punta de navaja en una gasolinera para comprar la dosis que calme su adicción".

Pero la línea es muy fina. "Cualquiera de nosotros podemos terminar dentro. Salgo, me tomo unas cervezas te empujo mal te caes en el bordillo y te he matado. Ya estoy dentro" cuenta una de las voluntarias. En su caso estuvo cerca. Su hijo, empezó a tontear con las drogas, pasó por varios centros de menores, pero no llegó a la cárcel. Su familia le decía que no le abriera la puerta cuando volvía a casa, que lo diera por perdido. No lo hizo y le salió bien. Desde entonces ayuda a los que como ella están perdidos, "porque aunque quieras, cómo te desvinculas de tu hijo".

"Al final siempre te cuestionas lo mal que lo estás haciendo", se lamenta el padre de un joven que teme que su hijo, "enfermo, porque un drogadicto es un enfermo", salga de la cárcel. "porque dentro tiene controlada la adicción, pero fuera no".

"Se ha apuntado otra vez a la escuela, hizo un examen y aprobó con un nueve. Que tenga que pasar esto para que estudie", dice riendo. Risa que se funde con el llanto, porque una nota, cargada de esperanza para su hijo, no borra la tensión vivida muchas noches cuando no sabía donde estaba hasta que la Guardia Civil entró en su casa, fusil en mano. "Ahora, al menos, sé donde está. No soy una madre que llora la muerte de su hijo".

Los voluntarios, el nexo de unión entre familiares y presos

Los voluntarios se convierten en la conexión necesaria entre los que están dentro y los que están fuera, sin la rigidez del sistema penitenciario. "Nosotros no tenemos uniforme, no somos funcionarios de prisiones y nos convertidos en el nexo entre la realidad y lo que hay fuera". Los cuatro que esta tarde de jueves participan en ese encuentro coinciden en que "Lo mejor que podemos hacer por la gente que está dentro, es que salga y no vuelva a reincidir. Creo que en un contexto duro dentro de la cárcel, la gente tiene más posibilidades de reincidir.

Por eso, continúan, "si hacemos la cárcel mucho más amable y enfocada al objetivo para el que se creó, la gente tiene menos motivos para reincidir ". "El problema es que cuando sale, muchas veces no les damos las herramientas para cambiar lo que han tenido. "Los internos están dentro, pero algún día salen. No se puede aislarlos sin más y luego abrirles las puertas para que salgan sin estar preparados"

 
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