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Opinión

Las pistolas de agua

"Ahora ya no hay cuerpos en la calle para gritar que ya basta, se grita en Internet. Los cuerpos de verdad yacen muertos en el suelo"

Las pistolas de agua

Las pistolas de agua

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Sobre la pertinencia de su uso, jamás hubo acuerdo. Para unos, fue un juguete de kiosco; para otros, los más recelosos, era un arma de mentira y, aun así, bélica. Pero nada se parecía más a las ballenas, que una pistola de agua lanzando su chorro en medio de un océano, que tenía forma de tarde interminable. Puestos a buscar un continente que contuviese el oleaje de las horas, una orilla donde vararse, tendría aspecto de programación televisiva, de película doblada con voces de posguerra, y circo con aventura y con malabaristas que lanzaban sus mazas al compás del Mambo número 8, de Pérez Prado, y reportajes sobre la guerra, o sobre manicomios con gente deforme y vestida con harapos, o sobre terremotos que resquebrajaban la tierra como una hoja de papel, sobre acontecimientos que me daban miedo, y que empezaban con la música moderna de Informe Semanal. Entonces, yo no era consciente de poseer un juguete bélico. La guerra no era un juego, la veía por la tele de verdad. La única guerra a la que me abocaba esa pistola de plástico la tenía siempre con mi madre, que me reñía por gastar agua del grifo y porque le había puesto perdido el suelo de agua. En realidad, mi madre no me reñía, para eso tendría que haber cobrado más mi padre; nuestro presupuesto daba apenas para regañar. Reñir se decía en los Hollister, eran cosas que les pasaban a otros, como las guerras. Vivíamos atrapados entre el recuerdo de nuestra guerra civil, de la que apenas se hablaba, y guerras de países entonces lejanos. Mis padres eran gente que había pasado una guerra y comprendían lo que estaban viendo en la tele. Se comprende con el cuerpo. Ahora ya no hay cuerpos en la calle para gritar que ya basta, se grita en Internet. Los cuerpos de verdad yacen muertos en el suelo.

 
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