Las víctimas

Escuché las noticias, y fui corriendo a por el diccionario para buscar la palabra víctima. Pero los informativos dijeron víctimas, en plural. Son demasiados años, son miles de víctimas. La primera definición de la palabra víctima dice así en el diccionario de la Academia: “Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio”. Una lucha contra animales humanos, así justificó el ministro de defensa de Israel su criminal venganza contra la población de la franja de Gaza, en respuesta a un brutal ataque terrorista de Hamas. ¿Cuántos miles de hombres, mujeres y niños palestinos, en tanto que víctimas, nacen destinados al sacrificio como animales humanos? ¿Cuánta gente, por el mero hecho de ser palestina, está destinada al sacrificio? ¿Quién sacrifica a las víctimas? ¿En nombre de qué? Las respuestas a estas preguntas están llenas de víctimas. En la guerra de Ucrania lo aprendimos: hay que estar con el más débil. No caben matices. Es una cuestión de humanidad. De víctimas. De gente sacrificada. Esa gente es aquí el pueblo palestino que vive en Gaza. Lo están masacrando. Dos millones de personas que llevan décadas sufriendo la violencia de sus ocupantes y viviendo en condiciones de apartheid. Gente que muere despedazada bajo las bombas, que ha sido destinada al sacrificio, pues son víctimas porque alguien sentenció que así fuera. Levantarse en nombre de la paz es alzarse contra ese alguien que ha decidido que haya víctimas. Los problemas nunca se empantanan: o se solucionan o van a peor. Los conflictos se impregnan de la época en que aparecen y reaparecen, y hoy vivimos una época de fundamentalismos religiosos. Eso es ir a peor. Es reinstaurar el tiempo donde los sacrificios y las víctimas forman parte de la vida. Y la vida no tiene ningún valor.