Protejamos a los menores

Madrid

Nuestros hijos nos pedirán explicaciones cuando sean mayores y descubran que toda su infancia está expuesta públicamente. Nos reprocharán, y con razón, que hayamos compartido algo tan valioso como su imagen y su intimidad sin que ellos pudieran ni dar consentimiento ni entender el alcance y el peligro que entraña el mundo digital.

Nos hemos encontrado criando al mismo tiempo que nos invadían nuevas y poderosas herramientas de difusión de contenidos de todo tipo, incluidos esos espacios que solían quedar fuera de la mercantilización como son la familia y el hogar. Pero a todo se le puede sacar partido, monetizar que dicen ahora y si los adultos vamos buscando likes como los ludópatas pegados a las tragaperras buscan la alineación de las fresitas, ¿cómo no íbamos a vender a nuestros hijos por un poco de visibilidad?

Hay casos extremos que deberían ser considerados por los defensores del menor, la de los niños convertidos en auténticos influencers gracias a sus avariciosos padres. Esta tendencia no solo provoca que estemos menos atentos a nuestros niños el escaso tiempo que podemos pasar con ellos, que los miremos casi más a través de la cámara que con nuestros propios ojos, es que estamos vulnerando derechos fundamentales que estamos obligados a proteger como padres.

Ningún crío necesita aparecer en Instagram ni los centros educativos tendrían que tener cuentas en las que difunden imágenes de sus alumnos al público aunque tengan permiso de los padres para hacerlo. Este show de Truman infantil tendrá consecuencias terribles en el futuro. Ya las está teniendo y no va a bastar con educar en un uso responsable e inteligente como tantas veces se ha dicho. Si de verdad queremos proteger a los menores en el mundo digital vamos a tener que tomar medidas mucho más decisivas y radicales.