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Dormirse en los laureles

"El precio de la transición se pagó por adelantado; por eso, no nos salen las cuentas con el cambio. Porque el cambio se da siempre después de pagar"

Dormirse en los laureles

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Barcelona

Empezaba un tiempo nuevo, y lo que en la serie Kojak se llamaba salir con la condicional, en la calle era libertad sin ira. Ahora dicen que aquella libertad callejera, que surgió del frío, un frío de cadáveres, era también libertad condicional, ya que se impusieron las condiciones. Más bien, era aire acondicionado; pues la libertad vino con gente que había pasado mucho tiempo al fresco, es decir, en prisión. Lo pagaron muy caro. El precio de la transición se pagó por adelantado; por eso, no nos salen las cuentas con el cambio. Porque el cambio se da siempre después de pagar. Hoy creemos que vivimos nuevos tiempos de cambio. Pero no es así, sino que estamos en tiempos de pago. Y otra vez podemos pagarlo muy caro. Lo veremos cuando nos den el cambio. El mundo evoluciona pero no cambia, y todo es lo mismo siempre de otra manera. Cuando nos olvidamos de esto, y pensamos que ya hemos cambiado para siempre, retrocedemos a pasos de gigante. Mi madre lo llamaba dormirse en los laureles, y yo me acordaba de Los laureles del César, la aventura de Astérix, donde su amigo Obélix pronuncia esa palabra mágica, ferpectamente, que acabaría siendo el título del primer disco de Los Enemigos. Así fuimos de los tebeos a la música. Los laureles del César tratan de un estofado, son la respuesta de la aldea a la nouvelle cuisine que inunda Lutecia. Astérix es un cómic identitario, escrito por un moderno, Goscinny. Yo también me reconozco en un pasado, y con él he construido una identidad, he buscado una autenticidad. La encuentro, por ejemplo, en ese poema de José Hierro, donde habla de Azaña, y de Cruz Salido, y de Teodomiro Menéndez, y de Julián Zugazagoitia, que lo pagaron muy caro, y de su prisión, la del poeta, en la cuarta galería de Porlier, en Madrid, año de 1941.

 
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