Los cordones

Barcelona

El primer rito iniciático que recuerdo fue cuando mi padre me enseñó a atarme los cordones de los zapatos. Se cansó de ver que me los ataba mi madre. Entonces, la división de las funciones por sexo era impermeable. Por cierto, yo quería tener un impermeable. Pero, lo que para mí era un sueño, en la vida real se convertía en un capricho. La gente iba con paraguas, y va que chuta. Con los guantes y las manoplas, sucedía lo mismo. En la actualidad, sigue ocurriendo, y se llama oferta básica y contrato premium. Lo básico fue acercándome al doctor Watson, por elemental. Porque el doctor Watson estaba ahí para contarlo, no para hacerlo. En las aventuras de Sherlock Holmes, es Watson el escritor. No es el mismo el escritor que vive que el escritor que contempla. No es igual Jack London que Marcel Proust. Cervantes vivió. Fue a la guerra de los barcos, estuvo cautivo en Argel, tuvo cárcel en Sevilla... Pío Baroja paseaba por el Retiro. Umbral se inventaba Madrid con las teclas de una máquina de escribir. Un libro es muy parecido a vivir. Por eso el estilo está hecho de sangre. Aprender a vivir era aprender a atarse los cordones. Creí que pasar los cordones por los agujeros, y aprender a hacerles el nudo, un lazo que se soltara solo tirando de la punta, estaba relacionado con la hora de trabajos manuales; pero enseguida vi que era algo más cercano a las matemáticas. Se trataba, también, de una operación compleja, había que calcular. Los cordones sanitarios, en política, son de igual modo una mezcla de cálculo y de trabajo manual. Por eso se llevan tanto los mocasines, para no liarse con los cordones. Cuando la política de mocasines se impone a la de cordones, la historia retrocede. En el mapa de Italia se ve muy claro: lo que ahora es mocasín, antes era bota.