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En busca del Santo Grial

De todos los enigmas que rodean al cristianismo, pocos emanan tanta fascinación, misterio y simbolismo como el Santo Grial. Copa o cáliz de la última cena para muchos, piedra, joya o plato para otros, y hasta vocablo críptico que esconde la existencia de un linaje real entroncado con el mismísimo Jesucristo

Cuenta la historia sagrada que utilizó un pequeño cáliz para escenificar la primera eucaristía y en el momento de su crucifixión, un acaudalado judío llamado José de Arimatea tomó el mismo cáliz y lo llenó con la sangre que manaba del costado de Jesús.

Y dicen que José se lo llevó a Britania. Basándose en esta historia, se ambientaron numerosas leyendas relacionadas con el rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda. Obras de Chrétien de Troyes, Robert de Boron y Wolfram von Eschenbach narran diferentes hazañas de los caballeros, cabalgando a lo largo y ancho de Britania en busca de la copa que pensaban les daría la inmortalidad y una fuerza inusitada a la hora de combatir a sus enemigos. Han sido muchos lo que buscaron el grial a lo largo del tiempo. La novela de Dan Brown, que más tarde se convertiría en película protagonizada por Tom Hanks, El Código Da Vinci, se expone la teoría de que el Grial no es otra cosa que la simbología para explicar la descendencia o linaje de Jesús con María Magdalena. Negada por la Iglesia en incontables ocasiones, apoya sus argumentos en que la copa simboliza la feminidad de María Magdalena.

El Sacro Catino (de Génova), el Grial de O´Cebreiro (en Lugo), el Cáliz de Antioquía, el Vaso de Nanteos (en Gales), el Cáliz de Ardagh (en Irlanda), la Copa de Hawkstone Park o la Copa de Santa Isabel de Hungría, han sido candidatos a ser ese objeto mágico, sagrado y poderoso. Pero las pistas más fiables a nivel historiográfico y legendario conducen a dos lugares de España: a la catedral de Valencia y a la Basílica-Colegiata de San Isidoro, en León.

Según las leyes judías de purificación, prohibían que en una cena de Pascua se hiciera en recipientes porosos, por tanto, ni la madera ni la cerámica (que está hecha de arcilla) eran los elementos adecuados para esos griales. Podría ser de oro o plata (no bien aceptado porque también se acuñaba moneda) o de piedra, pero no cualquier piedra. Y es lógico que, tratándose de un vaso para una ceremonia tan especial y de una familia poderosa, fuera de piedra preciosa, como el ónice o el ágata. El grial auténtico debería entonces cumplir con los requisitos de la materia y la forma de los utilizados por los judíos en el siglo I a.C. Y tanto el de Valencia como el de León cumplen ambos.

Por cierto, en ese cenáculo hubo 13 personas (origen de la superstición de que no se pueden sentar ese número de gente en una reunión), por lo tanto, por pura lógica, deberían existir trece vasos, incluido el cáliz maldito de Judas. ¿Dónde estarán?

 
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