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Los secretos del Papa Luna

El 23 de mayo de 1423, a los 94 años, en el Castillo de Peñíscola, antigua fortaleza templaria, moría Pedro de Luna, donde había trasladado la sede papal

Relicario de San Valero

Unos días después, el 29 de noviembre de 1422, el Papa Martín V desde Roma anunció urbi et orbi: «Cristianos, el gran obstáculo para la unión de la Iglesia, el que se hacía llamar Benedicto XIII, ha expirado en Peñíscola. Demos gracias al Altísimo, pues la discordia de las almas ha concluido, el escándalo universal, el nigromante, y el instrumento del maligno, ha muerto». Unos comentarios muy poco elogiosos hacia su figura. ¿Por qué aquel aragonés había desafiado a reyes, concilios y Papas romanos provocando una de las crisis religiosas más importantes de la Iglesia Católica?

¿Por qué convirtió en ilegal su elección y se le acusó de antipapa, siendo el único cardenal anterior al Cisma de Occidente y, por lo tanto, único que podía elegir Papa, o ser elegido? Fue una época de guerras intestinas, desconciertos y corruptelas, y también de influencias políticas entre Roma y el rey de Francia. Y en medio estaba Pedro de Luna, un hombre carismático y contradictorio que hizo una virtud de su testarudez (de él viene esa frase popular de “mantenerse en sus trece”). Mantuvo en jaque a la colosal maquinaria del Vaticano durante cuarenta años. Su lema: «Nos, non Possumus abdicare», se convirtió en un grito a la honestidad y al orgullo personal.

El Papa Luna se adelantó a su tiempo y fue un distinguido humanista, mecenas del arquitecto Ramí, propulsor de encuentros entre judíos y cristianos, profesor de Derecho Canónico de la Universidad de Montpellier y propietario de una de las mejores bibliotecas del siglo XV. Sin embargo, por su actitud desafiante al no renunciar a su papado, recibió desprecios del emperador Segismundo, del rey de Francia y de los Concilios de Pisa y de Costanza. Incluso sus más fieles seguidores como fueron san Vicente Ferrer y el rey de Aragón Fernando I, le dieron la espalda. También sufrió un intento de envenenamiento con citronat en 1418, un postre medieval aliñado con arsénico que le que le provocó graves daños en el tubo digestivo, pero no lograron acabar con la vida del ya anciano pontífice.

Cuando murió, su cuerpo incorrupto permaneció varios años en Peñíscola y luego fue a Illueca (su pueblo natal). La veneración por Benedicto XIII alcanzó enorme popularidad hasta el punto de acudir en peregrinación hasta su tumba miles de personas para pedirle favores. Eso no evitó algunas profanaciones. A mediados del siglo XVI, un prelado italiano, llamado Juan Porro, golpeó su urna con un bastón rompiendo los cristales. En la guerra de Sucesión del siglo XIX las tropas francesas saquearon el palacio de Illueca y entraron en la cámara mortuoria, destrozando a culatazos el cadáver del Papa Luna, separando la cabeza. Sus restos mortuorios luego fueron arrojados por la ventana. Y el día 07 de abril de 2000, el cráneo de Benedicto XIII fue robado de la urna que lo contenía. Una nueva peripecia comenzaba con sus restos que le impedían descansar eternamente…

 
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