El factor Tercer Hombre
Miles de testigos, en momentos críticos de su existencia, han experimentado “baraka”, una protección de algo o de alguien que les decía que aún no había llegado su hora. Montañeros, alpinistas, submarinistas, exploradores y deportistas de alto riesgo, en momentos vitales han sentido la presencia real o auditiva de seres auxiliadores que les han salvado la vida in extremis, como surgidos de la nada

The Guardian Angel (after Pietro da Cortona). Private Collection. (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images) / Heritage Images

Los especialistas lo denominan “el factor tercer hombre” o el “efecto ángel”. Ayudan y desaparecen, interactúan con la mente del sujeto para insuflarle valor y ánimo.
En la órbita cristiana este tipo de presencias providenciales se asocian a un ángel, un santo o a la propia Virgen y en determinados casos, al fantasma de un amigo o un familiar que quiere rendir ese postrero tributo a un ser querido, manifestándose cuando éste está a punto de fallecer. ¿De qué tipo de protección estamos hablando? Pongamos el ejemplo de Ernest Shackleton y sus compañeros durante una expedición antártica en 1916. Cuando se encontraban completamente extenuados en un islote en el Atlántico Sur y su barco, el Endurance, estaba encallado en el hielo, a 1.600 kilómetros de cualquier lugar habitable, decidió hacer una larga y desesperada travesía de supervivencia. En los momentos más vitales y extremos, Shackleton experimentó la presencia de un ser, aunque invisible para sus dos compañeros: «Sé que, durante esa larga y atroz marcha de 36 horas a lo largo de aquellos glaciares y montañas desconocidas, tuve la impresión de que no éramos tres, sino cuatro». Estaba seguro que los guio algo que él llamó la Providencia.
Los lamas budistas o los sherpas nepalíes no ascienden a una montaña sin realizar la Puja al principio de cualquier expedición al Himalaya. De duración variable —entre 15 minutos y dos horas—, su objetivo es pedir protección al genius loci del lugar para llegar a la cumbre y regresar para contarlo. Una ceremonia sagrada en la cual se realizan oraciones ofrecidas a las deidades o espíritus de las montañas. Sentados frente a un altar hecho con piedras y adornado con las banderas multicolores de oración budista, colocan ofrendas que suelen ser figuras hechas con tsampa y mantequilla, y comienzan los cánticos rituales. Creen verdaderamente en estos poderosos espíritus tutelares de la cordillera.
En la literatura de montaña hay muchas historias de supervivencia salpicadas de pequeños milagros. El escalador británico Frank Smythe, que intentó subir el Everest solo y sin oxígeno en 1933, sintió la presencia reiterada de otro escalador con tanta fuerza que se sorprendió a sí mismo dándose la vuelta para compartir su almuerzo con su ilusorio compañero de fatigas.
Uno de esos increíbles casos salvíficos le ocurrió al cineasta español Miguel Ángel Tobías quien, junto con dos amigos, decidió acometer la ascensión del Nevado Chachani, de más de 6.000 metros, cerca de Arequipa, en el sur de Perú. Era agosto del 2003 y lo cuenta en su libro “Renacer en los Andes”.