Opinión

Racismo "democrático"

La firma de opinión de la catedrática de Trabajo Social de la UCLM, María José Aguilar

Maria Jose Aguilar

Racismo democrático

04:25

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Albacete

Esta semana les invito a pensar sobre la discriminación racial dado que mañana es el día mundial para su eliminación.

Vivimos en una sociedad que se autodefine como democrática, donde la mayoría de las personas no se consideran racistas. Sin embargo, la mayoría de nosotras somos cómplices del racismo porque justificamos la violación de derechos e incluso la muerte de miles de personas, y porque miramos para otro lado cuando la brutalidad y la violencia contra quienes migran se ejerce en nuestras fronteras, y más allá de ellas. Una violencia extrema financiada con nuestros impuestos.

Las muertes en el mar, los crímenes en la frontera sur, la violencia y la discriminación contra quienes migran no son un fracaso de la política migratoria europea ni española. Son un éxito, porque son el resultado de la voluntad política.

Porque la Unión Europea ha demostrado su enorme capacidad para responder con rapidez y sin sobresaltos a una gran crisis migratoria, acogiendo a casi cinco millones de refugiados ucranianos en muy pocos meses. No lo hace en otros casos, porque no quiere, no porque no pueda o no sepa.

Las muertes de migrantes y refugiados no ucranianos no son expresión de un fracaso, sino el resultado de las políticas vigentes profundamente discriminatorias de contención migratoria a cualquier precio. Unas políticas que erosionan derechos y atentan contra la línea de flotación del proyecto europeo, y de las que es cómplice la sociedad civil, incluyendo a una gran mayoría de personas que se consideran democráticas.

Porque toda esta violencia institucional, diaria y persistente, contra las personas migrantes no sería posible sin la complicidad o, al menos, la apatía y la indiferencia social. Es decir, requiere que una gran parte de la sociedad la justifique y considere moralmente aceptable, a pesar de vivir en un estado liberal-democrático.

Decimos defender valores universales, pero sólo los aplicamos a algunas personas. Construimos así fronteras morales, es decir, “líneas de separación simbólicas que colocan a determinados grupos fuera de los márgenes en los que nos sentimos obligados a aplicar normas morales y de justicia”. Sentimos empatía, estamos dispuestos a solidarizarnos solo con las personas que están dentro de nuestras fronteras morales, mientras que la violación de los derechos de quiénes colocamos fuera de nuestro espacio moral no nos genera indignación. Estas fronteras nos permiten aceptar y condescender con actos que nos resultarían inconcebibles en el interior de nuestra comunidad moral.

Las fronteras morales se legitiman a través de discursos, conversaciones, interacciones sociales en las cuales las personas argumentan y justifican la violencia.

El racismo siempre ha tratado de justificar, normalizar y legitimar la exclusión, mediante procesos de construcción de fronteras morales. Pero la construcción de fronteras morales en sociedades que se autodefinen como democráticas y entre personas que no se identifican como racistas es una característica nueva del racismo. Esta nueva “retórica” del racismo es lo que se denomina racismo “democrático”: “La práctica de exclusión, criminalización, violencia, expulsión, segregación y explotación justificada en el marco democrático, haciendo referencia a la seguridad, a la libertad y a la igualdad”. Se legitima la violación de los derechos humanos presentando a las personas migrantes como criminales y se encuadran los movimientos migratorios en un marco securitario. Un discurso extremadamente eficaz porque se ancla en el sentido común y es compatible y coherente con la identidad y la moral de referencia.

Por eso les decía al inicio, que somos más cómplices de la discriminación racial de lo que creemos. Y debemos mirarnos urgentemente al espejo, porque si no nos gusta lo que vemos, debemos cambiarlo antes que sea demasiado tarde.

 
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