Gregorio Fernández y la escultura barroca
La religión determinó muchas de las características del arte barroco. La iglesia católica se convirtió en uno de los mecenas más influyentes y la Contrarreforma, que quería combatir la difusión del protestantismo, contribuyó a la formación de un arte emocional, dramático y muy naturalista, con un claro sentido de propaganda de la fe. Un digno representante fue Gregorio Fernández cuya temática, por tanto, sería exclusivamente religiosa

Traditional procession with two "Pasos" (wooden sculptures) rounded by Cofrades (Nazarenos) at the doors of the Colegio de San Gregorio, today National sculpture Museum. EOS 5D MarkII / Jose Ignacio Soto

El Barroco significó el triunfo de los sentimientos exaltados. La serenidad que habían caracterizado en el Renacimiento a ciertas obras artísticas, fue sustituida por una visión de la vida más mística, muy influida por la religión, menos optimista y más evangelizadora. La Iglesia encargó muchos cuadros e imágenes que expresaran esa fe católica en contraposición a la protestante. Podemos hablar de la existencia de dos grandes escuelas de esculturas: la castellana y la andaluza. La primera, centrada en Valladolid y Madrid, presenta un realismo exagerado, patético, lleno de dolor y sangre, con un profundo dinamismo y unos rostros de gran expresión, pero sin caer en vulgaridades y destaca, entre todos, Gregorio Fernández (1576-1639).
De origen gallego, se instaló en Valladolid cuando esta ciudad fue convertida en capital del reino por el rey Felipe III y su valido el duque de Lerma. Allí creó un taller con numerosos seguidores, taller que años antes había sido propiedad de Juan de Juni. A través de la anatomía intenta revelar la vida interior de sus personajes. Las cabezas, con sus ojos de vidrio, son enormemente expresivas. Los ropajes, de formas quebradas y ricas en claroscuro, intensifican su expresión. En la larga serie de Cristos Yacentes se aprecia la evolución de su estilo, transformando las dulces formas manieristas en otras más naturalistas. Un buen ejemplo es el Cristo Yacente del Pardo. También el Cristo de la Luz de la capilla de la Universidad de Valladolid muestra un gran realismo dramático. Realizó Vírgenes Dolorosas, varias Piedad y también trató el tema de la Inmaculada, como la que realizó para la iglesia de San Esteban de Salamanca.
Su obra acusa la influencia de Berruguete y Juan de Juni, así como de los modelos italianos de Pompeo Leoni, aunque elabora un estilo propio, genuino, que se caracteriza por su excesivo realismo en la anatomía y la gran expresividad en el rostro y en las manos. Felipe IV se refiere a él como "el mejor escultor que hay en estos mis reinos". Pero en ese tiempo ya habían comenzado los achaques de salud que le impedían trabajar a temporadas.
De vida ascética, ayudó económicamente a muchas instituciones de beneficencia y a crear hospitales para los más pobres. Trabajó en grandes retablos que suponen la ejecución de numerosas estatuas y relieves, como el Retablo Mayor de la Iglesia de San Miguel de Vitoria o el retablo del Convento de las Huelgas en Valladolid. E impulsó el género procesional con varios grupos escultóricos para los Pasos de Semana Santa. Murió con 59 años alabado por sus contemporáneos y considerado un hombre ejemplar.