Ser guay es mejor que ser solidario

Barcelona

Antes de que la vida pública se convirtiera en un lodazal, los problemas y los dilemas iban por caminos separados. Hoy, la mejor manera de ocultar un problema es plantear un dilema. Si se muestra solidaridad con alguien, siempre surge otro alguien, y otro alguien, mil alguien diferentes, preguntando por qué no se manifestó solidaridad antes con los que hubo en situación similar y con tantos otros que hay ahora igualmente. Así es como logran lo que pretenden: desprestigiar la solidaridad, pues de esta manera se esconde que cada gesto solidario lleva implícitas todas las solidaridades que lo rodean, las que no se cumplieron, las que hay por hacer, y las tantísimas que se han llevado a término. Un acto noble nunca le parece lo suficientemente limpio a quien vive en el polvo. La pureza es una forma de propiedad privada. El “yo estuve antes” es el “esto es mío” del tiempo. Cuando delante de un necesitado se reivindica a un tercero, uno se está reivindicando tan solo a sí mismo. Qué hay de los otros es la manera sibilina de decir qué hay de lo mío. Ser guay es mejor que ser solidario. Un solidario no brilla, está en el mogollón. La ocurrencia, el rapto de ingenio vale más que el temblor de quien se conmueve ante una situación injusta. Comparar columnas de refugiados no tiene más valor humanitario que el de los dos vecinos que se encuentran en el ambulatorio y se enfrentan entre ellos por la gravedad de sus enfermedades. Mi mundo siempre es más importante, eso es lo que hay detrás. ¿Pero cómo se puede pretender ayudar a todo el mundo en general si no se ayuda a la gente una por una? Un carácter solidario no se niega a defender a unos porque haya que defender a otros en otra parte. Al contrario, es una suma que nunca deja de aumentar. Y lo que no es sumar es restar.