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De la ciudad, a la aldea: 5 historias en pueblos de no más de 100 habitantes separados por pocos kilómetros

En el concejo de Nava (Asturias) hay infinidad de pequeñas localidades que se han convertido en el hogar de mucha gente que llega allí huyendo de la ciudad. Es el caso de Jandro, Marta, Javi, Paco y Joaquín

De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Javi, Marta, Paco y Joaquín, y Jandro / LAURA DEL VILLAR

Madrid

La comunidad vecinal de Nava recibió el reconocimiento al Pueblo Ejemplar de Asturias de los Premios Príncipe de Asturias en 1996. En el concejo viven 5.586 personas, unas 2.000 en la capital. La mitad sur está muy poco poblada. En La Corba, donde vive Javi, son 23 vecinos. Él trabaja en una residencia de mayores de Villaviciosa y su hijo de 8 años va al colegio cada día a Nava. Reconoce si vives en un pueblo tan pequeño tienes que estar siempre viajando pero recuerda que en Madrid o Barcelona, también: "Ahora mismo estoy a media hora de mi puesto de trabajo, con la ventaja de que tanto en mi casa como en el trabajo tengo dónde aparcar y en la ciudad no siempre pasa eso. Tampoco tengo semáforos ni atascos… el tiempo que invierto en desplazarme es siempre el mismo", explica.

Javi, en La Corba, donde vive desde hace 12 años

Javi, en La Corba, donde vive desde hace 12 años / LAURA DEL VILLAR

Javi nació y creció en Cangas de Onís hasta que se fue a estudiar Psicología a Oviedo y luego estuvo viviendo en Milán. "Tuve la experiencia de vivir en una zona urbana y, reconociendo que tiene ciertas ventajas, a mí no me gustó y siempre tuve en la cabeza volver a vivir a una zona rural". Y eso fue lo que hizo hace 12 años. Heredó una casa de casi 100 años y, junto a su mujer, decidió rehabilitarla. Los dos tenían claro que, tras años viviendo en la ciudad, sería necesario un periodo de adaptación: "A veces la gente piensa que vivir en una zona rural es como si vivieras en una urbanización, pero vivir en un pueblo como este implica, primero, adaptarse y luego vivir de acuerdo con la idiosincrasia de la gente de aquí, adquirir algunas habilidades agrícolas… unos conocimientos que vas aprendiendo a base de estar aquí y de hablar con la gente. No se trata de ir como un colonizador". Ahora, esos conocimientos que él y su mujer tuvieron que aprender de adultos, su hijo los adquiere desde pequeño, en contacto directo con la naturaleza desde que nació.

Desde ese lugar tan inspirador, Javi ha escrito un libro, Abriendo Camino, la escena rock y folk en el Oriente de Asturias (1960-2014), y presenta un podcast sobre música. Concibe la convivencia con sus vecinos como "una manera de aportar los conocimientos que tú llevas en la mochila y poder coger lo mejor del lugar donde estás viviendo".

Jandro ahora vive rodeado de caballos y manzanos

Jandro ahora vive rodeado de caballos y manzanos / LAURA DEL VILLAR

Jandro está en este periodo de adaptación del que habla Javi. Lleva menos de un año viviendo con su familia en La Cogolla entre caballos, patos, gallinas y manzanas. Es músico y toca en Losone, un grupo que mezcla multimedia, ilustración, realidad virtual y cine con sus composiciones. Ha vivido en ciudades como Londres y Bristol y luego se instaló en Oviedo varios años, pero cuando nacieron sus hijos, su pareja y él tuvieron claro que querían que se criaran en un entorno rural: "Crecen más libres, en un entorno más amable", sostiene. Ahora tienen 3 y 8 años y el mayor va al colegio a Nava. Él suele ensayar en Gijón y toca con la banda por donde va saliendo. "Te mentalizas de que Asturias es una gran ciudad y que vives en un barrio. Estoy a media hora de viaje en coche de Oviedo o de Gijón, que es lo que tardas en una gran ciudad en llegar a tomarte un café con un amigo. No mides las distancias en kilómetros sino en tiempo".

Marta vive en Monte Coya, un pueblo de 65 habitantes cercano a Infiesto. "Mi marido y yo teníamos una vida estándar en Gijón, con nuestros trabajos remunerados, una niña... pero cuando te falta un poco de coherencia en el día a día, decides que hay que cambiar", cuenta y recuerda cómo, cada vez que iban a la zona de Piloña a pasar el fin de semana, tenían que ir cargados con todos los productos ecológicos que compraban en la ciudad, porque allí no era fácil conseguirlos. Fue entonces cuando surgió el germen de Yebio, su tienda de productos ecológicos en Nava: "Creímos que era un buen proyecto de vida generar algo que nos apasiona y poner en mano de la gente que habita en el mundo rural este tipo de consumo".

Marta, en Yebio, su tienda de productos ecológicos en Nava

Marta, en Yebio, su tienda de productos ecológicos en Nava / LAURA DEL VILLAR

Tomaron la decisión y se despidieron de sus jefes. Dos meses más tarde ya estaban instalados. "Pusimos nuestro piso en alquiler un viernes y se alquiló el sábado, así que el lunes estábamos haciendo la mudanza". Critica la falta de facilidades para instalar el negocio: "Nunca nos podíamos acoger a ninguna subvención por una cosa o por otra. Fue callo propio, tocó embargarse". En cambio, el pueblo les recibió muy bien: "La adaptación de mi hija fue magnífica, la gente te arropa, como en una tribu". Tanto fue así, que han ampliado la familia estando allí. "Con los hijos aquí estás descuidada porque abres la puerta y tienes el prao. Sabes que los niños están jugando, no salen al asfalto. Tanto físicamente como emocionalmente tienes la naturaleza cuando sales y hay una verdadera sensación de comunidad, fulanita me coge los niños a mí y al revés. Yo esto en la ciudad no lo viví, allí estás continuamente consumiendo. Aquí van a la piscina de uno o de otro, les criamos con mucha libertad".

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Paco y Joaquín están jubilados. Los dos decidieron mudarse a un pueblo cuando dejaron de trabajar: el primero es exguardia civil y vive con su mujer y dos perros en Piloñeta, una aldea de 100 habitantes. El segundo, fue cámara de TVE y vivió durante 30 años en Oviedo. Los dos valoran vivir en contacto con la naturaleza, especialmente durante este año de pandemia: "Nosotros tenemos rutas increíbles para caminar y nos podemos mover libremente".

Además de caminar por el campo, cuidan sus huertos, tallan madera y juegan a las cartas siempre que pueden en el bar de las escuelas de Ovín y donde se juntan vecinos de muchos pueblos de alrededor. Las hijas de Paco viven en Madrid pero van a visitarles un par de veces al año. Joaquín vive solo pero sabe que no lo está: "Todos los días, cuando levanto la persiana, me fijo en si ya se levantaron mis vecinos de alrededor, si están las persianas arriba... y yo sé que ellos también controlan si yo también levanté la persiana. Si no, estás enfermo, te pasa algo, y me llaman por teléfono o al timbre. Están preocupados por si estás bien y yo por ellos. Eso en la ciudad no te ocurre", sentencia.

Paco y Joaquín contando su historia en el bar de las escuelas de Ovín donde se juntan a menudo a jugar a las cartas

Paco y Joaquín contando su historia en el bar de las escuelas de Ovín donde se juntan a menudo a jugar a las cartas / LAURA DEL VILLAR

 
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