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Los inesperados primeros cien días de Biden

El presidente presenta ante el Congreso su ambicioso plan de inversión pública que reformula el papel del Estado. Biden aboga por ampliar las ayudas a la clase trabajadora y financiarlas subiendo impuestos a las grandes corporaciones y rentas más altas

El presidente de EEUU Joe Biden. / MELINA MARA / POOL (EFE)

Madrid

 Joe Biden hizo múltiples promesas de cambio durante la campaña electoral para "restaurar el alma de América". Después de cuatro años de administración Trump, el entonces candidato demócrata aseguraba que había muchas cosas que deshacer y otras tantas, tantísimas que quería impulsar en cuanto pusiera el pie en el Despacho Oval. Entre ellas –mi más ni menos- transformar el rol del Estado.

Se cumplen los primeros cien días de gobierno, una fecha simbólica que, desde hace casi un siglo, sirve para interpretar el rumbo de una nueva administración. En 1933, Franklin D. Roosevelt, convocó al Congreso a los tres meses de asumir el cargo para presentar una batería de medidas que tenían la intención de sacar al país de la Gran Depresión. Eran el preludio del New Deal. Desde entonces, se considera que en ese margen se sientan las bases de todo un mandato.

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Biden juró su cargo siendo uno de los políticos más conocidos de Estados Unidos y, aunque prometió un cambio transformador, después de 36 años como senador y ocho como vicepresidente, es comprensible que no hubiera mucho espacio para la sorpresa. Sin embargo, en estos cien días ha logrado cambiar el rumbo del país en aspectos vitales (como la gestión de la pandemia o lucha contra el calentamiento global) y persigue cambios estructurales que han sorprendido hasta las filas más progresistas de los demócratas.

Normalidad para el 4 de julio

Por primera vez como presidente, se dirigió anoche a los legisladores para explicar los avances en su principal logro: el control de la pandemia. Llegó al Despacho Oval prometiendo poner cien millones de vacunas durante sus primeros cien días, y esa cifra se ha más que duplicado. El 30% de la población adulta estadounidense está vacunada completamente y el objetivo de la Casa Blanca es llegar a la normalidad para la celebración del 4 de julio.

Pero, sobre todo, se explayó en explicar cuáles son los cimientos de esa transformación, que pasa por la reconstrucción de la economía, el fortalecimiento de la clase trabajadora y la reducción de la desigualdad. En estos poco más de tres meses ha conseguido que el Congreso apruebe un paquete de ayuda de 1'9 billones de dólares, con cheques directos de 1.400 dólares. Uno de los rescates más ambiciosos de la historia del país que, según él, reducirá "a la mitad la pobreza infantil" este año.

Sólo con este plan se han creado 1.300.000 puestos de trabajo y el FMI estima que la economía estadounidense crecerá más del 6% en 2021. "Estados Unidos se mueve", dice el presidente, "y no podemos detenernos ahora".

Biden va mucho más allá. Ha presentado un "Plan para las familias estadounidenses" de 1'8 billones de dólares, enfocado a ampliar el acceso a la educación infantil, a ayudas para el cuidado y para la educación universitaria. Una inversión que pretende pagar con una subida de impuestos a las rentas más altas.

Esto se suma a otra propuesta de renovación de infraestructuras en todo el país de 2'3 billones de dólares que presentó el mes pasado y que pretende financiar con otra subida de impuestos, ésta a las grandes corporaciones.

El planteamiento es, sin duda, más revolucionario de lo esperable

Estos mega planes de inversión pública que sumados superan los cuatro billones de dólares están abocados a librar una larga batalla en el Capitolio, donde enfrentarán una previsible oposición rotunda desde las filas republicanas. Gane o pierda la contienda legislativa, el planteamiento es, sin duda, más revolucionario de lo esperable y más ambicioso que el que presentó en campaña. Su objetivo es reducir la desigualdad y dar más recursos a una clase media empobrecida. La misma que se echó a los brazos de Trump en 2016 en busca de oportunidades.

En el terreno internacional, Biden ha intentado posicionar al país como líder en la lucha contra el cambio climático y se ha puesto otra meta inédita: reducir a la mitad la emisión de gases contaminantes para 2030. Además, ha impulsado las negociaciones indirectas con Irán y ha prometido la retirada total de las tropas estadounidenses de Afganistán antes del 11 de septiembre.

Otra de sus grandes promesas de campaña era acabar con el racismo en las instituciones. El Departamento de Justicia ha empezado investigaciones federales en la policía de Mineápolis y Louisville, dos ciudades donde se han vivido casos recientes de abuso policial contra negros desarmados, el de George Floyd y Breonna Taylor, respectivamente. Los activistas por los derechos civiles le reclaman reformas más ambiciosas como reducir la inversión policial y cambiar el sistema judicial. Biden ha urgido al Congreso a que aprueba una propuesta de ley presentada tras el asesinato de Floyd hace casi un año.

En estos cien días ha querido diferenciarse de las políticas migratorias de Trump, prohibiendo las deportaciones inmediatas a México de los centroamericanos. Pero la llegada de menores no acompañados ha marcado récords durante estos meses de mandato. Por eso ha sido atacado por los republicanos y, por los demócratas, por no aumentar el cupo de refugiados que su antecesor redujo a mínimos históricos. En un intento por mostrar la seriedad de su política migratoria, ha pedido a los legisladores que respalden su propuesta de regularizar a los 11 millones de indocumentados que se calcula hay en el país. Una propuesta que tiene muy pocas posibilidades de salir adelante porque necesita, al menos, diez votos republicanos en el Senado para su aprobación. Biden lo sabe y ha apelado, al menos, a no retrasar los puntos de consenso, como la regularización de los 'dreamers'.

 
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