La obesidad se ha triplicado en todo el mundo desde 1975, según publicaba la OMS en 2020. En España, las personas mayores de 18 años con exceso de peso en 2017 eran más de la mitad de la población (en concreto, el 54,5%), una cifra que se ha incrementado progresivamente desde 1987, según el Ministerio de Sanidad. Además, con la pandemia de coronavirus, la movilidad ciudadana se ha reducido y el teletrabajo se ha impuesto en muchos casos, lo que puede haber hecho que el número de personas afectadas aumente aún más. Así las cosas y con el objetivo de mejorar la alimentación a través de facilitar la comprensión de lo que compramos, el Gobierno planea implementar Nutri-Score. Nutri-Score es un sistema de etiquetado frontal que, a modo de una especie de semáforo, clasifica los alimentos de mayor a menor aporte nutricional. Para ello, utiliza una escala de cinco letras y colores, que van de una A verde a una E roja -pasando por la C en amarillo- a medida que empeora el aporte del producto a nuestra dieta. ¿Pero cómo decide qué alimentos son «mejores» que otros? Lo hace a través de un algoritmo que evalúa la composición del producto por cada 100 gramos, premiando elementos como la fibra o las proteínas y penalizando otros, como los azúcares o los ácidos grasos. ¿El problema? Productos tan característicos de la dieta mediterránea, como el jamón ibérico o el aceite de oliva, salen perjudicados frente a otros alimentos. Así, la polémica entre sus partidarios y detractores tanto en el ámbito científico como en el empresarial está servida. Aunque el doctor en Medicina y catedrático emérito de la Universidad de Córdoba, Francisco Pérez Jiménez, reconoce la necesidad de un etiquetado comprensible frente a la «vergonzante» alternativa existente, señala que Nutri-Score no es el complemento más adecuado. «Probablemente sea mejor que nada», indica, pero, a su juicio, «tiene defectos». Menciona dos: no es global, es decir, no incluye a todos los alimentos; y no es reducible a la comparación de alimentos considerados de un mismo tipo. La doctora en Marketing en Administración y Dirección de Empresas, Carla Marano Marcolini, que ha investigado diferentes sistemas de denominación de alimentos, se muestra de acuerdo con Pérez Jiménez. «Existió una polémica en relación a unos cereales de desayuno, además dirigidos a niños, que fueron clasificados con una B teniendo un 25% de azúcar», ejemplifica. Por eso, Marano Marcolini considera que «parece bastante fácil manipular el algoritmo y engañar a Nutri-Score», una de las mayores preocupaciones de los críticos de este sistema de etiquetado. No obstante, Jordi Salas, doctor en Medicina y Cirugía y catedrático y director de la Unidad de Nutrición Humana de la Universitat Rovira i Virgili, en Reus, subraya que Nutri-Score permite escoger el producto de mayor aporte nutricional entre los de una misma categoría de alimentos y que su utilidad no se basa en confrontar artículos que no son del mismo tipo: «No es para comparar manzanas con miel». Aun así, es necesario tener en cuenta a los productos que este sistema de etiquetado clasifica con una baja puntuación y que, según algunos nutricionistas, deberían obtener una mejor calificación, como el aceite de oliva. Este es el aceite que más se consume en las casas españolas. De acuerdo con los últimos datos publicados por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2019 ocupaba el 66,3% del mercado de los óleos, si bien se ha producido un ligero descenso a lo largo del tiempo en la compra de este tipo de aceite. Pese a ser considerado de un elemento indispensable de la dieta mediterránea, Nutri-Score le da una puntuación baja. De hecho, el Ministerio de Consumo ya ha anunciado la exclusión del aceite de oliva de este sistema de etiquetado. Asume así algunas de las limitaciones de Nutri-Score a la hora de adaptarse al entorno español, si bien en estos momentos existe un comité científico tratando de resolver estos baches para implementar el «semáforo de alimentos» en lo que queda de año. Pese a ello, Marano Marcolini, experta en el mercado del «oro líquido», incide en el conflicto que supone que el aceite reciba una C en este sistema. «Aunque se elimine en España, el aceite de oliva se exporta a otros países, donde estaría clasificado como una letra C, que no es para nada suficiente», destaca. Además, indica que aglutina a todas las categorías de aceite en una: «Flaco favor le estamos haciendo al aceite de oliva virgen». Salas se muestra de acuerdo con los aportes del aceite de oliva, pero insiste en la necesidad de implementar Nutri-Score. Según asegura, aunque es mejorable, puede «salvar vidas», ya que la facilidad a la hora de identificar alimentos puede ayudar a la población a comer mejor y evitar fallecimientos por enfermedades cardiovasculares provocadas por factores de sobrepeso. A esto también responde Pérez Jiménez quien, pese a reconocer este beneficio del sistema de etiquetado, matiza que, si el aceite de oliva se añadiera al sistema con una A, se podrían salvar más vidas. «Los aceites de oliva vírgenes, que son puro zumo de aceituna y son diferentes a los aceites de oliva refinados, tienen que ser calificados con una A», apunta Marano, por su parte. Por otra parte, Marano Marcolini propone otros sistemas de etiquetado, como el chileno, que añade una señal de advertencia a los productos en caso de que contengan componentes nocivos para la salud en grandes cantidades. «No es una cosa precipitada, hay 45 estudios científicos revisados por pares», rebate Salas. Pese a eso, el doctor en Medicina y Cirugía está «convencido de que hay cosas mucho mejores» que Nutri-Score, aunque informa de que este es el único sistema de etiquetado frontal que ha seguido el procedimiento establecido por la OMS. «Todos buscamos el bien y la salud pública», concluye Marano, en referencia a sus compañeros y al debate producido. Además, la doctora en Marketing en Administración y Dirección de Empresas añade: «A lo mejor Nutri-Score es mejor que nada, pero no tenemos que caer en el riesgo de confundir aún más al consumidor porque las etiquetas ya están sobrecargadas de información y esto a veces tiene el efecto contrario». España planeaba poner en marcha este sistema el primer cuatrimestre de 2021 y unirse así a Francia, donde ya está implementado, y a otros países europeos que quieren hacerlo próximamente, como Alemania o Países Bajos. Sin embargo, parece que la aplicación de este sistema va a llevar más de lo previsto, ya que, antes, es necesario solventar los problemas que se ha encontrado al llegar a nuestro país. El debate solo acaba de comenzar y aún quedan dilemas sobre la mesa.