Maram, la futbolista de Zaatari que sueña con jugar en el Barça
Esta adolescente fue una de las primeras en llegar a este campo de refugiados sirios cuando tenía apenas 9 años
Muchos de los niños que llegaron a Jordania hace una década luchan hoy por seguir estudiando en institutos y universidades en busca de un futuro
Casi 3,5 millones de pequeños sirios no van a la escuela cuando se cumplen 10 años del inicio de la guerra civil, según Unicef
Jordania
Maram ama el fútbol y quiere dedicarse a ello profesionalmente a pesar de que todos los prejuicios siempre han jugado en su contra. Su campo de entrenamiento es desde hace casi una década el desértico terreno del mayor campamento de refugiados sirios de oriente próximo, el de Zaatari, donde siguen viviendo 78.000 personas.
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Con 18 años recién cumplidos, nacida en la zona de Deraa, donde empezó todo este conflicto, que cumple hoy su décimo aniversario, nos explica en un impoluto salón de la caseta que es ahora su hogar que nunca olvidará cuando caminó para cruzar la frontera sirio-jordana a pie y cuando llegaron de noche a este campo de refugios en marzo de 2012. La suya fue una de las primeras familias en refugiarse en Zaatari, entonces bajo lonas y tiendas de campaña provisionales.
Dice que realmente empezó a jugar al fútbol con regularidad aquí, a los 14 años, y que a través de un programa para adolescentes de Unicef, llamado Makani, que traducido del árabe significa “mi espacio”. Primero sobre las piedras de esta zona inhóspita pero después mejoraron las condiciones y mejoró sus regates ya en una cancha en condiciones, de césped artificial. Echa mucho de menos, ahora que las normas de prevención contra el coronavirus se lo impiden , volver a disputar partidos contra los distintos equipos de chicas que se han conformado entre jóvenes del campamento.
Pero la de Maram no es solo una historia inspirada en el deporte como motor de motivación o cambio, “es mucho más difícil para las chicas sirias jugar al fútbol, y mucho más en un campo de refugiados en esta zona del mundo, pero a pesar de que muchos creen que el balón es solo para chicos, aquí estamos nosotras jugando a este deporte”, dice orgullosa delante de toda su familia. “La comunidad y muchas familias nos cuestionan, pero yo seguiré jugando digan lo que digan, porque mi familia me apoya”, dice esta joven futbolista que lucha cada día para superar toda esa oposición del entorno.
Maram, apoyada por todos su hermanos, su padre y su madre a los que también les gusta jugar el fútbol, está deseando jugar algún partido en algún estadio grande de Amman, la capital jordana, pero su sueño está en los terrenos de juego en Europa, “a mí lo que me encantaría de verdad es jugar en el Barça, que tiene un gran equipo femenino y aunque el Real Madrid también es un buen equipo, soy fan del Barça por encima de todo y claro, de Messi”, al que le gustaría imitar algún día en la ciudad condal. Se define como una delantera rápida y goleadora y se queja no poder ver en directo los partidos de Messi porque no tienen televisión satélite, pero que ve los resúmenes en internet.
El reto de estudiar y llegar a la Universidad desde un campo de refugiados
La de Maram vuelve a evidenciar que la historia de los valores del deporte son una herramienta inspiradora incluso en “no lugares” como este campo de refugiados, el más mediático de esta guerra siria que cumple 10 años. Maram piensa en el balón para seguir soñando y haciendo lo que quiere pero además, esta joven, que llegó a Zaatari siendo una cría, es ahora una de las mejores estudiantes del campo y quiere dar el paso a la Universidad. Todo un reto para los jóvenes como ella que quieran acceder a estudios superiores y que demandan becas para poder lograrlo. Y es que en estos campos en el norte jordano viven a día de hoy 128.000 personas, más del 65% menores de edad, y son los más vulnerables entre los vulnerables. En total, en Jordania viven 664.000 refugiados sirios, la mayoría instalados en ciudades como Amman y desperdigados por todo el territorio. En todos los países que rodean Siria son más de 5 millones de refugiados los que deja esta década de guerra, de ellos 2,5 millones son niños.
Maram está en el último curso de bachillerato y con el apoyo de Unicef, confía en conseguir una beca y obtener plaza en una universidad en alguna carrera sobre tecnología, a pesar de que lleva un año sin educación presencial. Aquí todos los colegios están afectados por los cierres por la COVID, pero se apaña con el móvil de su padre y se conecta a la plataforma de educación online que ha preparado Unicef. A pesar de este enorme reto en un campo de refugiados ella sigue siendo una “afortunada” porque al menos tiene la opción de poder seguir estudiando, porque la educación, que solía ser un motivo de orgullo en Siria, donde la tasa de matriculación era del 97% antes de la guerra, ahora ofrece un panorama desolador con “casi 3,5 millones de niños sirios que no van a la escuela, incluido el 40% de las niñas. No podemos exagerar lo que esto significa para estos niños ahora y para sus comunidades, pero también para el país en los años venideros”, señala Unicef.
“Una de cada tres escuelas dentro de Siria ya no se puede utilizar porque fueron destruidas, dañadas, albergan a familias desplazadas o se utilizan con fines militares. Muchas de las escuelas también están infestadas de minas” denuncia la agencia de la ONU para la infancia.
La familia de Maram se ha negado varias veces a casar a su hija
La crisis de la covid ha tenido un impacto brutal entre los refugiados sirios en Jordania. Según datos de Acnur la pobreza ha crecido en ese grupo hasta un 15%, y uno de cada tres refugiados con trabajo lo ha perdido durante la pandemia. Así que las familias han adoptado como forma de supervivencia lo que se denominan ‘mecanismos negativos’ para afrontar la situación, con un aumento del trabajo infantil, matrimonio infantil y la violencia en los hogares. La representante de Unicef en Jordania, Tanya Chapuisat, explica a la SER que, aunque no tienen un porcentaje concreto, saben “que los casos de matrimonio infantil están en crecimiento tras varios años en que habíamos conseguido reducirlos”. Es una práctica arraigada en las comunidades rurales de Siria, que no se produce sólo por esta crisis, pero que desde luego ha empeorado con ella, y que lleva asociado que esas niñas que se casan abandonen la escuela y la posibilidad de tener un título académico.
La mamá de Maran, Wafa´a, que colabora con Unicef en el campo de refugiados, señala que ahora se hace aun más necesario luchar contra otro de los problemas derivados de este tiempo de COVID y crisis económica, el matrimonio infantil. De hecho, a sus padres le han pedido muchas veces su mano en estos últimos años, y muchas de las amigas de Maram en el campamento ya se han casado. Para muchas de esas familias es una manera de aligerar “carga económica”, que las niñas se casen o el trabajo infantil, que los pequeños traigan algo de dinero a casa.
Diferentes organizaciones hacen campañas entre la población para prevenir esta práctica, que afecta casi exclusivamente a las niñas. Pero no siempre son efectivas. “No se si hay mucho que se pueda hacer ya mediante campañas", dice Wafa’a —madre de varias niñas y totalmente contraria a esta práctica—, "porque simplemente la gente va a seguir haciéndolo”. A pesar de eso, ella es muy combativa, y no le ha importado enfrentarse con la comunidad en la que vive dentro de Zaatari para luchar contra esta práctica. “Cuando no has casado a tu hija con 19 años, te vienen y te dicen que por qué no lo haces, que no está bien”, nos cuenta Wafa’a junto a su marido, que también está en contra de casar a sus hijas.
Desde que empezó la pandemia, la familia no ha hecho más que ver cómo aumentaban las ‘ofertas’ para casar a la hija mayor. “Han crecido mucho los casos, dice la madre… un montón”, añade a su lado la hija. La situación de su familia no es mejor que la de las demás, dependen por completo de la ayuda de organizaciones locales e internacionales. Pero es inflexible: “es algo horrible, no quiero que mis hijas lo hagan. Perderían toda oportunidad en la vida”.
Mahmud, el padre de Maram, que suele jugar de portero, dice que es feliz cuando ve que su hija puede jugar al fútbol aquí, porque en Siria por los prejuicios hacia las mujeres no está bien visto que las chicas practiquen este deporte. Asegura Mahmud que ser padres de 4 hijos en un campo de refugiados es muy duro, pero lo que tiene claro es que aquí al menos crecen seguros. Dice que su hija es una gran goleadora. Maram le mira y dice que el único recuerdo que le queda de Siria es la imagen de su casa bombardeada y de su huida hasta aquí, que ahora está centrada en esos estudios, y que no quiere regresar a Siria, que prefiere un país seguro y con futuro como Canadá o Alemania.
Los problemas de toda esta generación se siguen acumulando ante la falta de un horizonte de paz en Siria. Otro dato demoledor de Unicef, desde 2011, casi 5.700 niños fueron reclutados para el combate, “una vez más, las cifras reales son probablemente mucho más altas” advierte la agencia de la ONU. Maram de momento seguirá disputando el partido más importante de su vida, el de la supervivencia como niña de la guerra.