La pandemia del coronavirus: diario del confinamiento en Reino Unido
La corresponsal de la SER en Londres, Begoña Arce, informa de la situación en el país tras el avance del coronavirus
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Un hombre con mascarilla junto al Parlamento británico / ANDY RAIN (EFE)
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Martes, 24: El nombre maldito
Londres
Decidir qué es imprescindible en un confinamiento varía según cada cual. Hasta el viernes para los británicos fue lo típico, almacenar espaguetis, pañales, judías en bote y el inevitable papel higiénico. Pero esa noche Boris Johnson anunció el cierre inmediato de los bares. A partir de ahí cundió el pánico y comenzó la carrera, esta vez para llenar la despensa de alcohol y muy especialmente de cerveza. Quedarse si la pinta, (o pintas) de cada día, podía ser mortal, evidentemente. De los supermercados desaparecieron rápidamente las cajas enteras de lager y de todas las demás. Arrasaron, con todo, excepto con la cerveza de una marca: Corona. Vi en Twitter las fotos de la mexicana, sola y abandonada en los estantes vacíos. Poco después comprobé que aquello no era fake news.
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Bebiendo Corona junto al Támesis. / BEGOÑA ARCE
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Bebiendo Corona junto al Támesis. / BEGOÑA ARCE
Dos amigos del sur de Londres, que habían sustituido la barra del pub por el poyete de piedra junto al Támesis, me lo confirmaron el sábado. Al lado tenían una caja de Corona, de la que estaban dando cumplida cuenta. Era la única que habían encontrado, aunque no les gustaba especialmente, ni era su marca habitual. Juntos nos reímos de ese arranque de superstición colectiva, del mal fario con el que cargaba injustamente esa rubia tan fina, de nombre poco agraciado en la actuales circunstancias.
Viernes, 20 de marzo
A veces ocurre algo que te indigna profundamente. Esta semana en la región inglesa de West Yorkshire, los ladrones entraron en los locales de un banco de alimentos y se llevaron todo lo que había. Los voluntarios acababan de reponer las estanterías, por miedo a la escasez de productos con el coronavirus. El establecimiento ha tenido que cerrar. Decenas de familias se han quedado de momento sin la ayuda mínima que les permita a duras penas seguir tirando cada día.
Robar un banco de alimentos es realmente mezquino. Es cebarse con los más vulnerables, quitarles el pan de la boca. Diez años austeridad y recortes en ayudas sociales se ha traducido en un aumento constante de los bancos de alimentos. Antes eran una excepción, una solución temporal de emergencia para las familias en precario. Ahora forman parte del paisaje nacional. ¿Sobrevivirán a la pandemia o deberán echar el cierre? Es muy de temer que los donativos se reduzcan drásticamente. La gente que anda arrasando los supermercados y llenando los carritos, no parece muy dispuesta a regalar un paquete de pasta, una lata de judías, o un bote de leche infantil.